César Kano, fotógrafo de cuevas

“Mis rutas de senderismo acaban convirtiéndose en un descubrimiento de tesoros”, dice en esta entrevista de la sección “Cita con Canarias”, en la que habla de fotografía, de paisajes antropizados y de compartir sensaciones y colores en forma de imágenes. [Versión extensa de la entrevista publicada en la edición impresa de PELLAGOFIO nº 66 (2ª época, julio/agosto 2018)].
Por YURI MILLARES (con TATO GONÇALVES)
Arquitecto de profesión, su afición a la fotografía artística no tiene como modelo el patrimonio arquitectónico. Al menos el urbano. Él indaga, busca, explora el patrimonio que le ofrecen sus caminatas por el campo: el arqueológico, el hidráulico, el etnográfico. Y lo comparte en las redes sociales, porque su curiosidad la quiere hacer llegar a quienes no pueden acceder a los sitios que llega él: el interior de una galería de agua, el fondo de una cueva llena de colores o el borde de un estanque que desafía las alturas
“Aunque el patrimonio da pena verlo, lleno de basura, yo intento que mi visión sea agradable”

■ OJO DE PEZ / Un corazón de la talla XXL Por TATO GONÇALVES |
–Fotógrafo y arquitecto, ¿una cosa llevó a la otra, o van en el mismo paquete?
–Profesionalmente no tiene nada que ver, aunque en arquitectura se ha trabajado siempre la fotografía (fotografía urbana, maquetas), a la fotografía artística empecé hace poco, cuatro o cinco años. Para mí ha sido una explosión, básicamente cuando empecé a caminar y ha saltado la chispa, sobre todo al ver cosas e indagar.
–Tan pronto te adentras en las profundidades de la tierra como te asomas a tocar el cielo, sin dejar de pasar por la orilla de la marea. ¿Dónde está tu hábitat favorito?
–Mi atractivo es el mundo subterráneo. Es un mundo con mucho por descubrir. Enseñarlo en las redes tiene su cosa positiva porque haces divulgación entre quienes les gusta la arqueología, pero tiene su parte negativa y es que no podemos revelar las ubicaciones para evitar que se conviertan en sitios de peregrinaje y la afluencia de gente provoque daños.
–Las cuevas y el agua han sido durante miles de años los recursos básicos desde que habitamos estas islas en medio del Atlántico. Tú los reúnes en tu colección de imágenes, también de estanques subterráneos, excavados en oquedades que impresionan cuando ahora las vemos sin gota de agua…
“No podemos revelar las ubicaciones de yacimientos, para evitar que se conviertan en sitios de peregrinaje y la afluencia provoque daños”
–El patrimonio hidráulico, sí.
–¿Nostalgia de lo que fuimos o la huella de un sentimiento muy isleño?
–Las dos cosas. Por una parte, está el deseo de descubrir lo que fuimos, sobre todo en el tema de la arqueología, pero también con el patrimonio hidráulico, aunque hay arqueólogos que no lo valoran. A mí me gusta la confluencia de todo, porque al final todo el patrimonio es Canarias: ya sea etnográfico, hidráulico o arqueológico. Y por otra tiene una parte emocional, mostrarlo a los demás me reconforta, porque hay gente mayor o con problemas de movilidad que no pueden acceder a ciertos lugares. Mis fotografías generan recuerdos en las redes, incluso hay quien había dejado la fotografía y ha vuelto a ella al ver mis fotos.

–Sí, eso surgió porque tengo tres grupos en Facebook. Empecé con uno de fotografías antiguas, un poco por descubrir momentos de antaño de Las Palmas y de Telde, un grupo que caminó y tuvo buena aceptación. A ese le siguió otro, donde propongo temas y cada quince o veinte días voy cambiando y la gente va aportando su granito de arena.
“Ya sea etnográfico, hidráulico o arqueológico, todo el patrimonio es Canarias”
–Antes has dicho que indagas, que buscas el patrimonio que retratas. ¿Eres un senderista que holla caminos y va descubriendo, o ya te ha dado alguien alguna pista?
–Lo he tenido que dejar el último año por temas laborales, pero los tres o cuatro años anteriores, cuando empecé a caminar, tenía un día fijo que era los miércoles y hacía caminatas con un grupo de amigos. Eran rutas de senderismo que al final se convierten en descubrimiento de tesoros: una edificación en ruinas, un pozo con maquinaria antigua, una cueva o un yacimiento. Cuando llegaba a casa los estudiaba y volvía para hacer fotografías más concretas, más artísticas. Otras veces investigo a partir de una fotografía antigua o de un inventario de patrimonio, o por el boca a boca, “¿has ido a tal sitio?”
–Son paisajes poco conocidos, lugares que no han visto muchas personas hasta que tú los sacas a la luz. ¿A ti qué te ha impresionado más?
“La cueva Mora o cueva Reina tiene un charco redondo que es un círculo perfecto y una leyenda que lo vincula con el baño de las harimaguadas”
–Tengo un ejemplo que es la reina. Y se llama precisamente así, la cueva Mora o cueva Reina. Está en la costa y hace unos días me han pedido una vez más la ubicación. Yo la llamo la Cueva de los Mil Colores. Tiene un juego cromático impresionante y un matiz de nexo con la arqueología muy especial, porque tiene un charco redondo que es un círculo tan perfecto que no puede ser artificial, seguramente lo ha originado el mar que le ha dado forma con la erosión. Y la leyenda vincula este charco con el baño de las harimaguadas [mujeres púberes de la sociedad aborigen grancanaria, que vivían recluidas y sólo salían de su encierro para bañarse en el mar, participar en algunos actos rituales o casarse].
–Tenemos un patrimonio muy rico, pero, ¿podemos decir que bien conservado? Y no me refiero sólo al hidráulico.

–La foto no la hace la máquina sola, detrás hay una mirada intencionada. Pero seguramente habrás escuchado decir eso de “¡que foto más buena hace tu máquina!”
–Exactamente –ríe–, siempre está esa frase, “la foto la hace una buena cámara”. Pero siempre he dicho que no, es la mirada del autor la que hace la foto. La cámara puede ser la más corriente, incluso un móvil, pero quien la maneja elige la perspectiva y el momento, la emoción y lo que quiere transmitir. En mi caso, acercar el patrimonio a quienes no pueden verlo porque para ellos es inaccesible. Y aunque está de pena y da pena verlo, lleno de basura, yo intento dar visión lo más agradable posible. Por eso retoco las fotos, pero sólo hasta cierto punto: luces y contrastes… y si encuentro una colilla en el suelo se la quito. Pero no es una manipulación, no altero su profundidad.
“La foto no la hace una buena cámara, sino la mirada del autor, aunque sea con un móvil”
–¿Hacia dónde se te va el ojo primero cuando miras por el visor de la cámara?
–…
–La cámara no es selectiva, el cerebro sí selecciona, siempre hay algo que destaca.

–¿Y hasta dónde ha llegado tu paciencia por hacer una foto?
–Es infinita. He estado en la cueva de La Audiencia, en Temisas, y allí me pegué cinco horas para hacer una o dos fotos. Esperando el momento de la luz, colocándome, estudiando el lugar, poniendo la linterna, jugando con las luces…
–Trabajas en color, pero a veces te muestras en blanco y negro, ¿qué quieres expresar?
“Si hay elementos que en color distorsionan una imagen, pruebo a usar el blanco y negro para que esos elementos se integren”
–Trabajo el color porque en la oscuridad no se ve nada y cuando pones una luz saltan los colores. El blanco y negro me gusta, pero es una faceta que todavía estoy explorando, me sirve cuando hay elementos superfluos que en color distorsionan el encuadre de una imagen, entonces pruebo a usar el blanco y negro para que esos elementos se integren.
–Un tema a debate entre los fotógrafos: el avance tecnológico hacia la fotografía digital, ¿se ha dejado algo atrás? “Les falta alma” he llegado a escuchar.
–Yo no vengo de trabajar la fotografía analógica y revelar en estudio. Me he ido metiendo poco a poco en este mundo de la fotografía y sí, la tecnología digital te facilita trabajar con el ordenador y más rápidamente. Pero ese momento artístico de trabajar en el laboratorio se ha perdido.
–Se ha perdido la “duda”. Antes tirabas un carrete para resolver una foto.
–Exactamente. No sabías lo que había en el carrete hasta revelarlo. Ahora disparas y miras, disparas y miras.
–Terminamos, un recuerdo dulce.
–Un compañero, Antonio Griñán, me dejó un día un libro publicado hace veinte años en el que salía una foto de un tubo volcánico que me llamó la atención, con una oquedad muy grande a la entrada. Empezamos a investigar, indagando a ver dónde estaba ese sitio y no lo localizábamos. Fuimos varias veces en su busca y no dábamos con él. Localicé al autor del libro por casualidad, paseando un día por la Feria del Libro en el parque de San Telmo, en Las Palmas. Me presenté y me indicó por dónde estaba ese tubo volcánico. Era en Cuevas Blancas (Telde). Volví a buscarlo y tampoco lo encontré, pero preguntando en la zona y matizando detalles al fin logré llegar. Para mí es un sitio muy especial. La bauticé Cueva de los Murciélagos porque, al entrar, los reflejos de las telarañas en el techo hacen formas triangulares que parecen murciélagos colgando.