Cita con Canarias

Domingo Rodríguez Oramas ‘El Colorao’, timplista

“Hay días que estás cansado y de repente pasan los duendes por encima y sale un concierto mágico”, asegura El Colorao en una entrevista para la sección “Cita con Canarias”, en la que participó Totoyo Millares como invitado y para realizar una sesión de fotos de ambos. [Versión íntegra de la entrevista publicada en la edición impresa de PELLAGOFIO nº 17 (2ª época, febrero 2014)].

Por YURI MILLARES
Fotografías de TATO GONÇALVES

«El rasgueado tiene que ver con la persona, la forma de tocar tiene que ver con la isla en la que la persona que toca ha vivido»

El Colorao estrena el viernes 7 de febrero estrena en el teatro Pérez Galdós su espectáculo ‘Jable’, con tocadores y cantadores de todo el archipiélago. Todo un complicado reto pues a la vez será grabado para, después de 10 años, añadir un cuarto título a su discografía en el que ofrecerá, como siempre, lo mejor de sus manos y su corazón convertido en sonidos de timple. Domingo Rodríguez Oramas y Totoyo Millares son, hoy, los más grandes intérpretes del instrumento más representativo del folclore canario, por eso los hemos reunido para la sesión de fotos de la entrevista, aunque a él le corresponde en esta página el protagonismo de la palabra.

■ OJO DE PEZ / No nos atrevíamos a interrumpir

Por TATO GONÇALVES

Parecía más un estudio de grabación que un estudio fotográfico. Dos maestros del timple, Totoyo Millares y Domingo Rodríguez El Colorao, juntos en una sola sesión. Un dueto privado para fotógrafo y periodista que no nos atrevíamos a interrumpir aquel improvisado ensayo. Un lujo●

Domingo Rodríguez, ‘El Colorao’, retratado en el estudio de Tato Gonçalves para esta entrevista.
–Con cinco años creo que vio a la primera camella (supongo que en Tetir, el pueblo majorero de donde procede). ¿Ese recuerdo es sólo una imagen o tiene algún sonido, algún olor?

–La camella es una parte más del olor que recuerdo de la infancia, que era el olor a campo, a la era, a trillar, a arrancar. En la época de coger lentejas nos levantábamos tempranito a cogerlas antes de que se acabara la tarosada o el sereno, hasta que empezaba el sol para ir a coger trigo y cuando lo teníamos amontonado, íbamos a coger todo eso con la camella para llevarlo a la era a trillar. El olor de las gallanías, de la camella y de todo eso son los olores de la infancia que tengo metidos en el tuétano hasta el día que me muera.

–¿Y qué aparece antes en sus recuerdos, la camella o el timple?

–Yo me crie en Tetir con gente de campo y también me crie con familia parrandera (mi bisabuelo tocaba el violín y llevaba el rancho [de ánimas] de Tetir, mi abuelo era director del rancho, mi padre tocaba el violín, la guitarra y la bandurria). Entonces los sonidos…

–…Son familiares, claro –interviene Totoyo.

–Sí. Yo sabía lo que era una isa o unas folías mucho antes de tocar ningún instrumento.

–¿A qué sonaba y a qué olía el timple?

«Me acuerdo que mi abuelo tenía bandurria con clavijas de madera y como nos dio acceso a mí y a mi hermana, empezamos a tocar y se la rompimos, que me quedó una magüa»

–El timple fue casi lo último que cogí, en mi casa eran más de bandurrias. Me acuerdo que mi abuelo tenía bandurria con clavijas de madera y como nos dio acceso a mí y a mi hermana, empezamos a tocar y se la rompimos, que me quedó una magüa [pena].

–En cuanto pudo, sin embargo, salió a recorrer mundo por inquietudes musicales, estudiando guitarra en París y Madrid…

–Guitarra clásica, sí.

–¿El timple quedó arrimado algún tiempo o se lo llevó consigo a todo ese periplo viajero?

«Cuando me fui a Francia con 20 años fue cuando casualmente me compré mi primer timple»

–Yo timple nunca tuve, lo que pasa es que en mi pueblo estaba la agrupación folclórica de Tetir y allí yo estaba con la bandurria. Yo era un chiquillo con inquietudes, me gustaba la música, era un loco de la música (qué pena que no hubiera maestros en aquel tiempo, porque era todo de oídas, buscando y mirando) así que empecé a aprender un poco de timple, un poco de guitarra y empecé a meterme con los instrumentos los ratitos que me prestaban los instrumentos la gente de la rondalla. Cuando me fui a Francia con 20 años fue cuando casualmente me compré mi primer timple. Y ese timple me lo llevé a Francia. Un timple de Marcial de León que todavía lo tengo, con clavijas de hueso. Yo lo tocaba de oído y en Francia si tocaba en la calle tocaba la guitarra y aprovechaba para estudiar, pero cuando me juntaba con Juan Carlos o con Toñín, compañeros canarios que estaban en París, tocábamos en el metro y llevaba el timple: pasábamos el gorro y ganábamos mucho más dinero que tocando guitarra clásica.

–A Totoyo Millares aquí presente, a quien músicos, críticos y público reconocen como “el maestro del timple”, siempre le ha quedado la espinita de no haber sido violinista pese a sus grandes aptitudes para ello (por diversas circunstancias de su época, sobre todo económicas). ¿Domingo Rodríguez tiene su propia espinita o el timple es su única pasión como intérprete?

–Yo tengo la espinita por todos los instrumentos cada vez que los oigo bien tocados, pero principalmente, coincido con el maestro Totoyo: yo, violín. Nunca vi a mi padre tocar el violín, porque él heredó el violín de mi bisabuelo y estando él en el cuartel mi abuelo lo tuvo que vender. Así que yo no nací con el sonido del violín, pero la primera vez que vi un concierto de violín en Fuerteventura me digo “éste es mi instrumento”. Ser capaz de coger una nota, pulsarla, hacerla crecer, que aguante…

–…mantenerla… –interviene Totoyo.

«Es el instrumento que me hubiera gustado tocar, me hubiera gustado ser violinista»

–…mantenerla… Es el instrumento que me hubiera gustado tocar y con una sola nota expresar y aguantar. Con el timple se te va. Eso para mí es una frustración, me hubiera gustado ser violinista.

–Tú eres autodidacta, como lo fui yo –le dice Totoyo.

–De su tercer y último trabajo discográfico hasta ahora, Aulaga, se cumplen 10 años. Fue un disco grabado al calor de pequeñas parrandas como expresión de lo más popular de la música en Canarias. ¿Quién o qué pone la intimidad que da calor a una parranda?

–La intimidad te la pone la comidita que te hace la señora, el vinito calentito, el amigo que te cuenta un chiste, el estar desahogado, ¡liberado! Me refiero a que cuando entras en un estudio (por lo menos yo, y creo que el maestro Totoyo coincide conmigo), te pones los cascos ¡y venga, graba!, me cago todo y toco, pero no es lo mismo que sin cascos ni micrófono.

«Yo me compraba mi bocadillito, cogía mi guitarra y me iba a estudiar a los vagones del metro, porque cuando están vacíos los túneles tienen un sonido increíble»

–Del “calorcito” de Aulaga pasa a ahora, en 2014, a Jable, un espectáculo musical en el que lo van a acompañar un montón de artistas: tocadores y cantadores. ¿En este caso, qué tipo de calor es el que habrá?

–Hombre, Aulaga parte de la pequeña bodega, de los patios de las casas, de las cocinas. Es muy difícil representarlo en el escenario. Ahora Jable está concebido en el escenario, me apetecía grabar. Aunque a veces pienso que tengo miedo escénico, pero lo que te da el público es una sensación de que con él unas veces te salen cosas maravillosas y otras dices “cómo me ha salido tan mal”. Pero esa emoción y ese calor del público te da energía.

Empezaron posando serios, como les pidió el fotógrafo…
…pero no tardaron sino segundos en romper a reír…
…y terminaron a carcajadas.

–Eso da. Y depende del público, hay un público que te retrae y no te deja expresar; y hay otro que te anima y te da ganas de tocar y tocar. Estás a gusto –añade Totoyo.

–Hay público más caliente y público más frío, pero yo sí es verdad que me autoculpo bastante. Pienso que la culpa es un poquito de uno, depende de cómo tengas el día. Hay días que estás cansado y hecho polvo, te dices “hoy voy a hacer una mierda” y de repente pasan los duendes por encima y sale un concierto mágico. Y otros días que estás pletórico pero no sales a gusto del concierto. Con lo de Jable me apetecía grabar ese momento, es un riesgo, espero que los duendes del Jable estén rondando el Pérez Galdós y que vaya la cosa bien y salga todo sobre ruedas.

–Majorero por nacimiento y hasta por vocación, en esta nueva propuesta que es Jable, habrá música y músicos de todo el archipiélago. ¿Qué aporta el timple de un majorero en este recorrido musical por la tradición y la cultura popular canaria?

–Yo estoy muy contento de ser de Tetir, de Fuertevertura, canario, ciudadano del mundo. Soy majorero por accidente, si hubiera sido del Hierro estaría orgulloso de ser herreño, yo aporto mi persona, lo que yo he trabajado por el timple y mi ilusión y mi forma de ser, pensar y sentir la música, que me mezclo con un montón de amigos, con gente que hemos parrandiado y que tratamos de disfrutar y de mezclar, con todo el respeto del mundo a la tradición. Casi todo lo que yo toco son arreglos pero intento respetar al máximo los compases y la tradición.

–Tú no sólo estás tocando lo tradicional, sino que al mismo tiempo estás creando una forma de expresión propia –añade Totoyo.

–Sí, como lo hicieron Casimiro [Camacho], Totoyo… Como hicieron ustedes en otra época, tocaban una isa pero inventaban unas formas.

–Son cosas tuyas que estás añadiendo a lo que es tradicional, enriqueciendo –sigue Totoyo.

–¿Qué sonido le puede más aún que el de un timple (porque le atrae, o le emociona, o le hace soñar)?

–A mí me atrae toda la música que está bien tocada. Pero sí es verdad que recuerdo, cuando viví en París, que los domingos los metros se quedaban desiertos. Entonces yo me compraba mi bocadillito, cogía mi guitarra y me iba a estudiar a los vagones del metro, porque cuando están vacíos los túneles esos tienen un sonido increíble. Y me encantaba el sonido de un saxo en el metro, un domingo de unos pibes que se ponían a ensayar o de alguien solo, bohemio. Recuerdo ese sonido del saxo en el metro como algo mágico, disfrutaba mucho de ese sonido.

–Pasó el tiempo, volvió a Canarias, tiene conciertos por todas las islas y fuera de ellas. ¿Por qué Fuerteventura para vivir, para muchos majoreros su isla es como un imán que atrae sin remedio?

–Para mí Fuerteventura es como El Hierro para los herreños. Yo creo que los canarios sentimos la tierra más que nadie, por la historia, por el problema y la virtud del aislamiento. Vivimos en islas, vivimos en un barco y estamos rodeados de mar, y este es mi sitio. Todos los canarios que mueren en Venezuela, en Cuba, fuera de Canarias, estaban deseando llegar a Canarias. Ese sentimiento tan nuestro no lo puede tener alguien que vive en Madrid. Yo soy de Fuerteventura y cuando me asomaba, cuidando a las cabras, veía el mar por aquí, por ahí y por allí. Yo estoy muy orgulloso de ser de donde soy, pero a veces es una prisión porque me gustaría vivir en cualquier sitio del mundo y no echar de menos su tierra. Yo creo que a ese nivel el canario no es feliz cuando vive fuera.

«Yo creo que los canarios sentimos la tierra más que nadie, por el problema y la virtud del aislamiento»

–Cuando está en casa, con ese cielo y ese mar ante la vista, el timple entre las manos, y le llega el olorcito que anuncia la hora de comer… ¿qué es lo que más le gustaría encontrarse en el plato?

–Yo puedo estar meses sin comer con tenedor; ahora, sin comer un potaje no puedo estar una semana. Yo soy de potajes: un potaje de lentejas con un casco de cebolla y un poquito de pescado seco. Lo que pasa es que después de una semana comiendo eso, prefiero otra cosa. Pero yo, un potajito. Sobre todo cuando vivía en Francia, que allí no habían; o en Madrid. Un potajito de mamá, no hay nada como eso. Comida de cuchara.

–Recuerdo que hace unos años estaba realizando un trabajo de investigación sobre los estilos de rasgueado de los timplistas de las islas. ¿Es algo que va con cada músico; tiene que ver con la isla de procedencia?

–El rasgueado tiene que ver con la persona, la forma de tocar tiene que ver con la isla en la que la persona que toca ha vivido. Yo soy majorero, me he criado en Fuerteventura en un terreno agreste y llano, quieras o no eso aflora en mi forma de tocar. Pero sí es verdad que la gente nueva que está saliendo no se fija mucho en maestros como Totoyo o Casimiro Camacho. Siempre los pongo de ejemplo y no aprenden de ellos. Hay muchos rasgueadores de timple: Jeremías Umpiérrez y otros muchos de Lanzarote o Fuerteventura que no tocan sino tres acordes pero lo hacen de una forma…

«Puedo estar meses sin comer con tenedor; sin comer un potaje no puedo estar una semana»

–…Muy original y personal… –dice Totoyo.

–…Muy original y tengo recopilados en un disco duro, para algún día cuando tenga tiempo sacar los rasgueos, de dónde vienen, quién hizo qué, de qué isla es este o aquel rasgueo, éste se aplicaba en el sorondongo, éste en la isa corrida; la forma de los rasgueos de Totoyo y de Casimiro Camacho que son únicos, son de ellos, pero a la vez ya son universales, ya pertenecen al pueblo. Yo creo que es muy interesante saber de dónde vienes, quiénes son y quién aportó qué al timple para seguir avanzando y que las futuras generaciones recurran a la raíz para avanzar con paso firme. Es lo que nos pasa en Canarias, desgraciadamente, que se nos perdió un momento histórico fundamental, cuando en Cuba, por ejemplo, tienen grabado todo. Aquí las pocas grabaciones que hay son las del maestro Totoyo y un disco chiquito que hizo Casimiro, Sebastián Ramos unas cosas sueltas por ahí y apenas hay nada.

–¿La música canaria goza hoy de buena salud?

«Antes ibas a una fiesta y todo el mundo tocaba y cantaba, el folclore estaba en el pueblo, en la raíz, en la calle. Hoy en día está en los escenarios»

–El timple goza de buena salud. La música canaria también… depende de cómo se mire. Hay muchos grupos, hay escuelas de folclore, hay mucha gente que vive de dar clases de música y folclore, y hay también muchos guitarristas clásicos que no les gustaba el folclore y ahora están en el folclore porque no les queda más remedio, enseñando el folclore como si fuera lo clásico y yo creo que es un error, porque retrae. Y sin embargo, y alguna parranda forzada que es más exhibición que pasar el rato. Entonces, el folclore goza de buena salud por un lado, por el otro no. El crecimiento desmesurado que hemos tenido, los medios de comunicación, los vatios que impiden que uno se muestre: todo eso ha ido en detrimento del folclore como expresión popular. Yo me quedo maravillado cuando voy a Cuba, voy por las calles aquellas y veo a todo el mundo tocando y disfrutando de su música. Nosotros, desgraciadamente, lo perdimos. Pero eso se está perdiendo en el flamenco, en casi todo.

–¿Innovación y tradición van de la mano o cada una va por su lado?

–El futuro está en la innovación y en la fusión. Lo que pasa es que hay que mezclar con propiedad. Un francés que no ha estado nunca en Fuerteventura le enseñan un timple, se aprende unas folias y dice “son así”, añade dos notitas y le mete una chácara y unas lapas. Eso para mí no es fusión. Fusiona un tipo que sepa qué es la música canaria y que suene a canario. Si el maestro Totoyo toca, suena a canario, si toca Casimiro suena a canario. Un brasileño toca y suena a Brasil; Paco de Lucía cuando toca, gustará o no gustará, pero suena a flamenco aunque haya una mezcla con jazz o con lo que sea. Y nosotros tenemos un sonido canario que suena a canario. La fusión
está en los corazones, en “yo creo en mi música”.

«He tenido la suerte de que a mí la vida me ha sonreído»

–Terminamos: un recuerdo dulce.

–Faycán, la dulcería de Tetir cuando abrió, [ríe] que tenía unos pasteles increíbles. Pero un momento dulce de la vida, afortunadamente, no te puedo nombrar; pero no porque no lo recuerde, sino porque tengo tantos… He tenido la suerte de que a mí la vida me ha sonreído y si en algún momento me ha jugado al revés, pues no ha durado. Momentos dulces son la mayoría: cada vez que subo a un escenario, cada vez que miro a mis hijas y a mi mujer, la familia, los amigos. Y tengo salud; abro la nevera y tengo algo que comer; debajo de la mesa tengo una taleguita de gofio y pan. Yo no tengo sino que dar gracias a la vida.

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