Manuel Ramírez, de aviador a historiador

“Cuando aparecía la langosta, la Iglesia tenía un amplio repertorio de exorcismos, conjuros y rogativas”, dice en esta entrevista de la sección “Cita con Canarias”, en la que no sólo habla de las terribles consecuencias de la visita de esta plaga al archipiélago, también de otros vuelos más entrañables en sus recuerdos: los que hizo como operador radiotelegrafista a bordo de los trimotores Junkers Ju-52. [Versión íntegra de la entrevista publicada en la edición impresa de PELLAGOFIO nº 38 (2ª época, enero 2016)].
“Una nube de langosta peregrina normal puede pesar unas ochenta mil toneladas”

Autor de numerosos libros en los que desarrolla su vocación y profesión de historiador, algunos de ellos se refieren a un tema del que ha llegado a convertirse en especialista: la plaga de langosta que durante siglos y antes del uso de los insecticidas ha visitado Canarias, arrasando todo a su paso. También es subdirector del Boletín Millares Carló, una publicación dedicada a la investigación y divulgación de la Historia y la Literatura canarias, editada por el Seminario de Humanidades Agustín Millares Carló, asociado a la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) en Las Palmas de Gran Canaria.

–Primero fue la de volar. La Historia vino después, quizá como consecuencia de haber desarrollado una actividad profesional completa en torno al avión y de la necesidad de profundizar en esa cultura aeronáutica que absorbe, sobre todo, a quienes hemos visto el avión a través de una filosofía que dio sentido a nuestra vida.
–Dos pasiones que, combinadas, lo han llevado a investigar, por cierto, los orígenes de la aviación en Canarias. Ver cómo era el primer aparato que sobrevoló Gran Canaria y Tenerife en 1913, ¿no le da un poquito de miedo?
–Con la mentalidad de hoy y viendo la reproducción del Bleriot XI [junto al Auditorio Alfrefo Kraus, en Las Palmas] tal vez pensemos que sí. Pero aquellos pioneros que hicieron posible los primeros pasos de la aviación, con el acicate de estar participando en la conquista del aire, desconocieron este sentimiento. Hay que leer a Saint-Exupéry, o ver películas como Sólo los ángeles tiene alas o Aquellos chalados en sus locos cacharros, para comprender que aquellos aviadores ni estaban tan locos, ni sus cacharros eran tan locos.
–Los viajes al espacio nos parecen hoy lo más normal del mundo, pero ver a un hombre volar subido a un aparato hace un siglo debió ser un shock para más de uno. Además del asombro generalizado entre la población, ¿hubo algún isleño que se espantó ante la visión de aquel rudimentario Bleriot XI pilotado por Léonce Garnier?
«Hay que leer a Saint-Exupéry, o ver películas como ‘Aquellos chalados en sus locos cacharros’, para comprender que aquellos aviadores ni estaban tan locos, ni sus cacharros eran tan locos»
–Fue algo que conmovió a toda la sociedad y que retrata muy bien Alonso Quesada en un precioso artículo titulado “Un cristiano que vuela”. Incluso se dio el caso de unas Hermanas de la Caridad que, impresionadas por el artefacto, se acercaron temerosas a tocarlo para cerciorarse que ni estaban soñando, ni el aparato era una invención del diablo.
–Hasta entonces, los vuelos que se conocían bien en estas islas y habían espantado lo suyo eran los de la langosta, el cigarrón berberisco que por millones oscurecía el cielo y se comía todo lo verde a su paso. Debía ser una visión apocalíptica, ¿no?
–Podemos imaginarlo. Una nube de langosta peregrina normal, de unos 40 kilómetros de frente por 10 de profundidad y mil metros de altura, puede pesar unas 80 mil toneladas. Como la langosta peregrina es capaz de devorar en un día el equivalente de su propio peso, necesita 80 millones de kilos de materia vegetal para satisfacer su extrema voracidad. ¡Imaginemos como queda el paisaje allí donde se posa!
–Aquel mismo año de los vuelos de Garnier en Canarias, la plaga de langosta fue tan intensa que, según escribe en uno de sus trabajos de investigación (1), los vecinos de una pequeña aldea del sur de Gran Canaria se negaron a combatirla ya que, por ser un “castigo de Dios, únicamente deben y pueden extinguirla los curas con exorcismos”. ¿No se podía hacer nada contra ella?
«Antes de los insecticidas, la única forma de luchar contra la langosta (una lucha hasta cierto punto inútil), era tratar de ahuyentarla con el ruido y el fuego»
–En época precientífica, anterior a la de los insecticidas, la única forma de luchar contra la langosta (una lucha hasta cierto punto inútil), era tratar de ahuyentarla con el ruido y el fuego. Y como se vivía dominado por lo que se ha dado en llamar “pesimismo del Barroco”, frente a los desastres naturales el hombre reaccionó de un modo característico: los pecados son el origen de todos los males que le afligen, y entre ellos, las plagas de langosta representan un castigo divino y no hay más camino que apelar a la divina misericordia, ya directamente, ya a través de la Virgen y de los Santos, a quienes se consideraban eficaces intermediarios. Cuando en Gran Canaria aparecía la langosta, el pueblo acudía al Cabildo catedralicio, que ordenaba a un sacerdote subir a los techos de la catedral y después de practicar ciertas ceremonias exorcisaba al insecto, volviéndose a los cuatro puntos cardinales con estola e hisopo. Para estos casos, la Iglesia tenía un amplio repertorio de actos litúrgicos con objeto de conseguir el favor divino mediante exorcismos, conjuros y rogativas, todo un ceremonial perfectamente organizado a través de los formularios de oraciones usadas por el personal eclesiástico requerido. El traslado en procesión de la Virgen de la Candelaria a La Laguna, de la Virgen del Pino a Las Palmas, o de la Virgen de Peña en Fuerteventura, cuando han fallado los otros actos religiosos, constituyen a veces la última baza con la que se implora la ayuda divina.
«Cuando en Gran Canaria aparecía la langosta, un sacerdote subía a los techos de la catedral para exorcisar al insecto»
–Solían venir avanzado el mes de octubre. El último otoño acaba de pasar y no hemos tenido noticias de ellas. De hecho, hace más de medio siglo que no sufrimos ninguna de sus invasiones. ¿Al final sirvieron los exorcismos?
–Las cuatro grandes plagas del siglo XX, en 1908, 1932, 1954 y 1958 se presentaron en Gran Canaria el 15 de octubre, día de Santa Teresa, que es precisamente la abogada contra la langosta en la isla. Después de la última gran plaga del siglo XX, en varias ocasiones (1987, 1990, 1995, 2000) la presencia de ejemplares de langosta peregrina en nuestras islas hizo que de algún modo el temor invadiera los espíritus, cuando estaban aún frescos en la memoria los recuerdos vividos de las últimas invasiones. Un fuerte aldabonazo lo dio la langosta a primeros y a finales del 2004, afectando a las islas orientales (especialmente Lanzarote y Fuerteventura), aunque sin causar los daños que en principio se esperaban.
–Investigador infatigable, ¿qué tema es el que le quita el sueño ahora… o, al menos, es el que ocupa sus pensamientos?
–Son varios los temas en los que trabajo, pero al que más atención le dedico por ahora es a la difusión de la cultura del olivo y del aceite de oliva. Un mundo fascinante que nos envuelve pero del que desconocemos muchos aspectos. En el pasado mes de marzo organizamos en el Centro Asociado de la UNED unas jornadas que despertaron un extraordinario interés por conocer ese mundo.
«Los universitarios canarios no conocen a Agustín Millares Carló, uno de los grandes humanistas del s. XX»
–El Seminario Millares Carló edita un anuario (el Boletín Millares Carló) con artículos científicos en los campos de la Lingüística y la Historia en Canarias. Ahora termina un año y empezamos otro, ¿coincide con la vida del Boletín o se rige por otro calendario?
–Espero que a partir de ahora se regularice su aparición, pues debido a insoslayables dificultades económicas, el último número, el 30, salió con un nuevo formato, el digital, y en la actualidad estamos preparando el 31 con la intención de que la periodicidad sea como siempre, anual.
–El seminario y el boletín han sido bautizados así en homenaje a Agustín Millares Carló. ¿Saben los universitarios canarios por qué y quién fue este personaje?
–Pues, pese a que fue uno de los más grandes humanistas del siglo XX junto a Menéndez Pidal y a Menéndez y Pelayo, lamentablemente creo que no. Y más con esta situación que estamos viviendo en la que parece que nos estamos olvidando de las Humanidades, ante el triunfo imparable de las nuevas tecnologías y otros campos del conocimiento.

–Cuando vuelvo la vista atrás pienso que la etapa más feliz de mi vida la viví en el Sahara, con veintipocos años y con mi avión, un Junkers JU-52. En ese viejo trimotor volé casi cuatro mil horas y creo que eso me da derecho a llamarle el amigo con el que compartí los mejores años de mi vida. Porque mis horas de vuelo, la mayor parte sobre el Sahara, me enseñaron a amar el avión como cosa propia. Y a amar al desierto como a un mundo que guarda celosamente un tesoro de vida y de historia y que, como un libro escondido, sólo abre sus páginas a los que con respeto y con cariño pretenden arrancarle el sentido más profundo de la vida. Y los recuerdos me hacen revivir unos lugares recalentados sin misericordia por el inclemente sol africano: Cabo Juby, El Aaiún, Villa Cisneros, La Güera… y lo que el Junkers suponía para ellos y para los puestos del interior del desierto: Mahbes, Echdeiría, Smara, Bir Enzarán, Ausert, Tichla.
«Para los puestos del interior del desierto, ver aparecer la silueta del viejo Junkers con el correo les mantenía encendido el fuego de la esperanza»
«Cuando los que desgranaban su tiempo en estos lugares veían puntualmente aparecer en el horizonte la silueta gris y geométrica del viejo Junkers, ya sabían que lo que se dibujaba en el cielo caliginoso era algo más que un avión. Era el medio de transporte que les traía material y alimentos perecederos. Era quien les llevaba el correo y, con él, el hálito familiar. El avión les unía espiritualmente al mundo que habían dejado atrás y, en suma, les mantenía encendido el fuego de la esperanza. En aquellos tiempos, en los que no existía Internet, ni móviles, ni ordenadores, ni siquiera había teléfono en aquellos lugares tan remotos, el correo era lo más sagrado. Mucho más sagrado que la máquina o que el hombre. Hay que leer a Antoine de Saint Exupéry en su novela Correo del Sur (escrita en Cabo Juby), o Vuelo nocturno, para acercarnos al profundo significado, en cierto modo taumatúrgico, de la carta escrita.
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(1) La langosta peregrina en Gran Canaria, historia de una maldición