Mary Anne Kunkel, ilustradora en ‘Flora de Gran Canaria’

“Hablar con la gente del campo era unos de los placeres más grandes para Günther”, dice en esta entrevista de la sección “Cita con Canarias”, durante una breve escala en Gran Canaria para acudir a la presentación de los dos volúmenes de ‘Flora de Gran Canaria’. [Versión íntegra de la entrevista publicada en la edición impresa de PELLAGOFIO nº 31 (2ª época, mayo 2015)].
Por YURI MILLARES
La viuda del botánico Günther Kunkel llegó a Las Palmas justo a tiempo para la presentación de los dos tomos del grandioso atlas ‘Flora de Gran Canaria’, escrito por su marido y magníficamente ilustrado por ella en una nueva edición cuidadosamente preparada por el Cabildo de la isla, casi 40 años después de la primera edición de la obra. PELLAGOFIO la entrevistó al día siguiente en el hotel Parque donde se alojaba, el mismo hotel a donde ambos llegaron por primera vez en 1963 para celebrar su segunda luna de miel, en un viaje que significó el flechazo y para siempre de ambos con las islas Canarias.
«Después de nuestro primer viaje a Gran Canaria, Günther siempre decía ‘en estas islas Canarias hay que hacer algo’ y nos vinimos a vivir»
■ OJO DE PEZ / Discreta, alegre y dulce Por TATO GONÇALVES Cuando Yuri me comentó que teníamos una entrevista con Mary Anne fue como volver a 1974, al recordar aquella primera edición de la Flora de Gran Canaria, tomo I, “Árboles y arbustos arbóreos”, que lujo de láminas, bellas y descriptivas. Ella, cercana y discreta, alegre y dulce. Su historia nos hace sentir que nos queda mucho por hacer. Mi más sincera admiración ● |
–Dice usted que nació con un gen de dibujante…
–Los genes vienen por la naturaleza. Nací así porque mis abuelos de los dos lados eran artistas (especialmente por un lado, que era un artista conocido y aunque era de una familia pobre, consiguió entrar en una escuela de arte y de allí salió un hombre que pudo vivir de su pintura), mi bisabuelo era artista, mi tatarabuelo era un viajero que iba de casa en casa para pintar muebles. La abuela de mi padre también era una gran artista.
–¿Con qué edad empezó a dibujar?
–Como todos los niños, yo también dibujé. Todos nosotros dibujábamos, mis tres hermanos y yo. Ellos mucho mejor que yo –sonríe–, pero ellos lo dejaron… y yo también, hasta que me encontré con Günther y se dio cuenta de que sabía dibujar, debió pensar: “Esta inglesa sabe dibujar, voy a casarme con ella” –ríe.
–Se conocieron en Perú, se casaron…
–Günther era profesor decano de Forestales en una universidad nueva en Los Andes, en Perú. Era una idea fantástica pero no funcionaba; por el politiqueo y la mala gestión, el rector cayó en desgracia. Aquello era muy bonito para nosotros, él tenía su empleo y podíamos viajar, porque Günther siempre estaba tras la botánica a donde fuera, estudiando las plantas, escribiendo artículos para varias revistas en Alemania, en aquel tiempo también para Alemania Oriental, que le pedían artículos sobre Botánica y la protección de la naturaleza.
«Cuando me encontré con Günther se dio cuenta de que sabía dibujar y debió pensar: ‘Esta inglesa sabe dibujar, voy a casarme con ella»
–Günther y usted se dedicaron a recorrer mundo por países de Oriente Medio y África Occidental. ¿Cómo es que acabaron viviendo en las islas Canarias?
–En Perú, por casualidad, había un alemán viviendo en Huancayo donde estaba la universidad, que le avisó de que estaban buscando un botánico forestal que fuera a Liberia. Le pasó el contacto, dijo que sí y nos fuimos a Liberia con un contrato de dos años. Aquello fue un trabajo muy-muy duro: ir a la jungla, con lluvia, sin comida decente, siempre mojado y Günther se enfermó, se recuperó y pudo terminar el contrato. Yo fui muchas veces con él a dibujar las plantas de la jungla. Allí nació nuestro hijo, pero me tuve que ir a Inglaterra con el bebé porque no lo podía criar en Liberia en aquellas condiciones. Günther siguió allí hasta que terminó el trabajo y después decidimos hacer una segunda luna de miel… en Gran Canaria. Yo le preguntaba –ríe–: “¿Pero dónde están las islas Canarias?”. Él salió de Liberia volando hasta Gando y yo volé de Londres a Gando (al niño, que tenía tres meses, lo dejé con una niñera) y nos alojamos en Las Palmas, en el hotel Parque, junto al parque San Telmo. Eso fue en 1963. De aquí volvimos a Inglaterra para que nuestro hijo creciera allí, pero Günther siempre decía “en estas islas Canarias hay que hacer algo”. En Inglaterra conocimos a Sventenius [director del Jardín Botánico Canario “Viera y Clavijo”] que era muy amable y lo animó a ir a Canarias. Así que vinimos, nos pusimos a buscar un sitio donde vivir y empezó la cosa.
–Aquí estuvieron 13 intensos años, pues realizaron un enorme trabajo de identificación y defensa de patrimonio natural de las Islas, publicaron libros y revistas e impulsaron la creación de espacios naturales protegidos.

–Él nunca paraba.
–¿Qué fue lo más complicado, lo más difícil?
–Ama de casa y con un niño, lo más difícil fue tener que pintar seriamente. Dibujar es mucho más fácil para mí, con plumilla y tinta china.
–En sus caminatas por las islas, investigando la flora, descubriendo sus paisajes, ¿qué llevaba cada uno aparte de, imagino, sombrero y agua?
–Él llevaba la mochila con agua, algún bocadillo, lupa, prismáticos, cámara fotográfica, navaja, machete. Yo llevaba mi block de dibujo. Una vez tuvimos que subir al Teide y pintar en su sitio la violeta del Teide y como la radiación allí es muy alta era muy curioso el color, muy raro. ¡Y hacía un frío!, pero allí estaba yo sentada en una piedra, pintando. Pintar en el sitio casi nunca lo he hecho, sólo hacía unos bosquejos con sus colores y algunos detalles sobresalientes.
–Pintaba en casa.
–Sí. Cogíamos muestras de plantas y en casa las ponía en agua, para que aguantaran y poder dibujarlas.
«Si le decían “ah, esta planta no tiene nombre, no vale na”, él intentaba convencerles de que no hay nada en el mundo que no vale na»
–Además de descubrir incluso nuevas plantas para la ciencia, descubrieron al canario, al isleño. ¿Cómo era la gente?
–Fantástica. Para Günther era unos de los placeres más grandes. Y eso surgió anoche [durante la presentación del libro en la Casa Museo Pérez Galdós], cuando se acerca una señora muy simpática, Gema, y me dice: “Soy de Valleseco. Mi madre tiene 90 años y recuerda a un hombre que vino en el año 65 preguntando qué plantas hay aquí. Ella estaba en su casa, hace 50 años, lavando la ropa, y le dijo sí, aquí hay muchas plantas. Y había una especie de cueva donde crecían helechos que a Günther le gustaron mucho”. Ayer cuando me contó toda la historia estuve a punto de llorar. Fue emocionante y muy bonito.
–Le gustaba, entonces, hablar con la gente por los campos.
–Sí. Günther siempre tenía trato con la gente, y les preguntaba por el tiempo, por los animales, por la cosecha… y también “¿cómo se llama esta planta?”. Y si le decían “ah, no tiene nombre, no vale na”, él intentaba convencerles de que no hay nada en el mundo que no vale na. “Cada planta tiene su sitio”, decía.
–Había plantas nuevas para la ciencia que eran tan desconocidas que ni siquiera tenían un nombre popular. ¿Günther Kunkel les ponía nombre?
–Sí, como hierba muda, cabezón, col de risco y algunas más.
–Me imagino que Günther hablaba bien español.
–Günther estuvo nueve años en Chile, trabajando en una estación experimental botánica, también estuvo estudiando meteorología y buscando rocas. Pero como le gustaban tanto las plantas, cuando veía una pared con plantas decía “no, eso no se toca”. Él hablaba alemán y español, yo sólo hablaba inglés y un poquito español. ¿Cómo nos podíamos comunicar? En español.
–En los años sesenta comenzaba el boom de la construcción y del turismo en Canarias. ¿Cómo lo recuerda?
–Ayer llegué a Gando y ya no se llama así, pero yo llamo Gando al aeropuerto por costumbre. Y me encontré con un aeropuerto enorme; en 1963 era muy pequeño y con un mobiliario muy bonito. Pepe Julio me recogió y me llevó a Las Palmas: ¡esto no es Las Palmas! Ustedes han crecido viendo crecer la ciudad poco a poco, pero para mí es un shock. Hay mucho desarrollo y mucho más conocimiento. Desde que salimos en el 77, cada año que vuelvo es un shock.
–¿Qué motivó que tuvieran que irse en 1977?
«El presidente [del Cabildo] estaba furioso con él y Günther era un espíritu muy libre. Nos tocó vivir un momento crítico bajo circunstancias difíciles»
–Günther metió la pata con la política…
–Se opuso a los planes para construir un teleférico y un hotel en Tamadaba.
–El presidente [del Cabildo] estaba furioso con él y Günther era un espíritu muy libre. Nos tocó vivir un momento crítico bajo circunstancias difíciles.
–Ahora se reedita la magnífica obra Flora de Gran Canaria.
–Sí. Este trabajo es una pasada. En estos libros hay 200 láminas que he trabajado. Pero hay otras 50 o más que están guardadas en el Cabildo.
–Antes me decía que le gusta más dibujar con plumilla y tinta china. ¿Por qué el color en estas ilustraciones de Flora de Gran Canaria?
–Eso me gustaría preguntarle a los de entonces: ¿Por qué? Günther tenía la idea de hacer un libro para cada isla con pequeños dibujos de cada planta, que se pudiera ver cuando haces una excursión. Pero alguien en los niveles altos [del Cabildo] le dijo que no, y como en ese momento no había otro artista, me dijeron: “Mary Anne lo tienes que hacer en color”. “¿Yo? ¡No!”, contesté. Pero insistieron: “Sí, sí”. Es que ese no es mi medio. Pero bueno, se aprende.

–¿Fue su primera experiencia trabajando el color?
–No. He hecho muchas cosas en color, pero jugando, no en serio. Mis dibujos en color eran para mí, no tenían mucho mérito.
–Terminamos, un recuerdo dulce.
–¡Hay tantos! Vivir en Canarias. Encontrar plantas nuevas. Lo más curioso y raro nos pasó en Lanzarote, estábamos muy cansados, íbamos pasando por un malpaís y Günther dijo: “¡Para el coche!, ¿ves esa roca?”. ¡Estábamos cruzando un malpaís y me pregunta por una roca! Fue hasta esa roca, se subió con mucha dificultad, ¡y encontró una planta nueva de las islas Canarias! Ahora no recuerdo el nombre que le puso, era un arbusto muy humilde, con pocas flores. Otro recuerdo dulce que tengo es tomar puchero canario o potaje de berros con gofio en el hotel Los Frailes.