Pascual Calabuig, veterinario de fauna silvestre

“No hablo con los animales, a lo más que llego es a hipnotizarlos para que se tranquilicen en las curas”, dice, horas después de operar a un juvenil de guirre majorero (o alimoche canario) que llegó al Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de Tafira con la pata rota, en esta entrevista de la sección “Cita con Canarias”. [Versión íntegra de la entrevista publicada en la edición impresa de PELLAGOFIO nº 35 (2ª época, octubre 2015)].
Por YURI MILLARES
Es el técnico responsable del Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de Tafira, en Gran Canaria. Por aquí pasan cada año toda clase de animales heridos o accidentados y su equipo vive con pasión el trabajo para que búhos, águilas, guirres, erizos y hasta minúsculos murciélagos sanen y recuperen su vida salvaje en unas islas densamente pobladas que son, cada vez, una trampa para ellos. Pero la integridad de todas las especies que habitan este archipiélago debe protegerse, para poder preservar lo que queda de vida natural en él, del mismo modo que hay que proteger el paisaje que es su hábitat.
«Hay ejemplos en los que si una especie protegida por una ley molesta a un proyecto concreto, se cambia la ley»
–¿Eres una especie de doctor Dolittle en versión canaria?
–Bueno tampoco creo que sea eso, ni hablo con los animales ni nuestro centro de recuperación de fauna silvestre es una comedia. A todo lo más que llego es a hipnotizarlos, para que se tranquilicen y se queden quietos en las curas y radiografías.
–En cualquier caso, si los animales que han pasado por el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de Tafira hablaran, ¿qué crees que dirían?
–[Risas] Si ellos hablaran sería como en la Seguridad Social, a algunos les parecería fantástico y otros se quejarían de la comida.
–Para quien no lo sepa aún, ¿qué es el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de Tafira?
–Es un hospital gestionado por el Cabildo de Gran Canaria, para la atención integral a la fauna salvaje que resulta accidentada o enferma en esta isla.
–Orgánicamente depende del Cabildo de Gran Canaria, pero aquí llegan animales heridos de más islas ¿no?
–Cierto, también está abierto para acoger a cualquier animal salvaje que llegue de otras islas o de más allá. Aquí no pedimos certificados de residencia –ríe–. Una vez toda la máquina sanitaria en marcha, atender animales de fuera de Gran Canaria no nos supone mayor gasto y, aunque sea un sobreesfuerzo para nuestro equipo, lo asumen y lo hacen con mucho amor. Da gusto verles volver del aeropuerto cargando cajas con aves o tortugas marinas, y ni te cuento cuando los animales hacen el viaje de vuelta a su isla de origen.
«A finales de octubre comienza la salida de los pollos de pardela cenicienta y sabemos dónde ocurren los accidentes por contaminación lumínica. Disminuir las grandes luminarias durante diez noches es totalmente asumible»
–¿Existen más centros veterinarios tan especializados en fauna silvestre en el resto del archipiélago?
–En principio cada isla dispone, al menos, de un centro de acogida. En Tenerife sí tienen un centro de recuperación en La Tahonilla, pero allí no reciben animales de “pa fuera”. Islas como El Hierro o La Gomera, donde el número de ingresos anuales no justificarían la creación de un centro especializado, han optado por optimizar recursos existentes y nos remiten la totalidad de sus animales.
–Aquí el trabajo no falta, continuamente les llegan animales con diversos problemas. Supongo que muchos accidentes tendrán que ver con compartir un espacio tan frágil y reducido con la presencia humana: carreteras, cables de alta tensión, venenos… ¿Qué habría que hacer para minimizar esos riesgos para la fauna silvestre?
–La antropización del territorio está detrás del 90% de las causas de ingreso de animales salvajes en Tafira. Evitarlo es muy complejo en la mayoría de los casos, pero hay veces en que con un mínimo esfuerzo se pueden hacer grandes avances. Por ejemplo, ahora que se aproxima la salida de los pollos de pardela cenicienta, a finales de octubre, y sabemos donde ocurren los accidentes por contaminación lumínica, disminuir las grandes luminarias durante diez noches sería totalmente asumible. Es cuestión de sensibilidad.
–¿Y se hace?
–No. Aunque este año me consta que existe un especial interés en nuestro Cabildo por reducir la intensidad de luces en las noches clave. Es algo en lo que los propios ciudadanos también pueden colaborar, apagando en sus casas y edificios los focos potentes que dispersan mucha luz hacia el cielo.
–La propia ley que debería proteger a las especies que viven o pasan por Canarias, ¿cumple su papel o hay otros intereses que pesan más?
–Es evidente que los intereses económicos están casi siempre por encima de la protección de las especies. Incluso podríamos poner ejemplos en los que si hay una especie protegida por una ley que molesta a un proyecto concreto, pues se cambia la ley y ya está.
«El animal se debe poner a buen recaudo en una caja, donde se mantenga lo más tranquilo hasta que sea recogido»
–¿Cuál es el protocolo de actuación aquí? Por ejemplo, reciben una llamada de teléfono de un ciudadano que ha recogido un ave herida. ¿Qué debe hacer ese ciudadano y qué ocurre a partir de ese momento?
–Ante la duda de qué hacer lo más fácil es llamar al 112 y comunicarlo. El animal se debe poner a buen recaudo en una caja, donde se mantenga lo más tranquilo hasta que sea recogido, o bien si se está en disposición, entregarlo en el propio centro de recuperación. Luego están los casos especiales como los cetáceos varados vivos o las grandes tortugas marinas. Para eso el 112 es lo más efectivo, pues tiene la capacidad de enlazar rápidamente al ciudadano con el especialista. En este sentido la colaboración de nuestra gente resulta ejemplar y da gusto comprobar cómo se desviven por ayudar.
–Estamos en un pequeño archipiélago en medio del Atlántico, con apenas fauna terrestre, supongo que nadie llamará por haber encontrado un conejo herido por perdigones…
–Hay de todo, pero mamíferos es lo que menos ingresa. Últimamente, con la gran expansión de los erizos morunos nos llegan muchos. También se nota, en el número de ingresos, que los pequeños murciélagos se están recuperando en nuestra isla, especialmente por el sureste.
–La fauna marina herida, salvo las tortugas, tiene la complicación de su manejo en el caso de mamíferos como delfines. ¿Se dan casos de este tipo? ¿Disponen de instalaciones para ello?
«El número de ingresos de pequeños murciélagos indica que la especie se está recuperando en Gran Canaria, especialmente por el sureste»
–Cada año tratamos algún cetáceo varado vivo y es muy complicado sobre todo porque, cuando varan, suelen estar ya muy tocados y a punto de morir. No obstante con la práctica hemos aprendido a distinguir cuando existe alguna posibilidad de rescatarles con éxito, y es entonces cuando tiramos de todo un gran operativo que incluye el voluntariado de la Facultad de Veterinaria, grandes medios de apoyo como los Salvamar de Salvamento Marítimo, las piscinas de Taliarte y la implicación ciudadana a todos los niveles. Todavía nos sorprenden éxitos como el ocurrido el año pasado, con el rescate de la hembra de cachalote pigmeo en la playa de La Laja, que quería morir junto a su bebé agonizante en la orilla, y que se liberó en buenas condiciones, aquella misma noche, en la bahía de El Confital.
–Y volvemos a las aves. Son las que más abundan y, supongo, las más accidentadas. Seguro que no les gusta que unas manos las toquen. ¿Cuál es la mayor dificultad a la hora de intervenir: su reducido tamaño en algunos casos, que las más grandes dan picotazos?
«Todavía nos sorprenden éxitos como el rescate de una hembra de cachalote pigmeo que quería morir junto a su bebé»
–Por tamaño, mira tú por donde, creo que lo más pequeño que hemos operado en Tafira fue un ejemplar de murciélago de montaña, al que un gato le había abierto la piel del lomo desde el cuello hasta la cola. Le reconstruimos en una tarea de microcirugía y en pocos días estaba volando como si nada.
–Este centro hace mucho más que curar. El caso del guirre majorero es un ejemplo, aquí la historia empieza desde el huevo… ¿Se dedican a la cría de ejemplares de algunas especies amenazadas, o son casos puntuales?
–Bueno, durante unos años nos dedicamos también a la cría del pinzón azul, que había quedado completamente fracasada durante los dos proyectos LIFE con las que se inició. En los pocos años que lo gestionamos se pasó a conseguir la cría en perfectas condiciones y con una diversidad genética superior incluso a la existente en la población silvestre de Inagua y, sobre todo, que 48 ejemplares criados en cautividad conformasen una nueva población en la cumbre de nuestra isla. Fue un éxito rotundo que, por culpa de una grave deslealtad institucional por parte de nuestra por entonces consejera de Medio Ambiente, resultó invisibilizado y maltratado, incluso, en todo un Boletín Oficial de Canarias, sin que movieran un dedo por defendernos. Es algo sobre lo que estoy escribiendo en la actualidad, la historia de un boicot.
«El éxito de la cría del pinzón azul resultó invisibilizado y maltratado por una grave deslealtad institucional por parte de nuestra por entonces consejera de Medio Ambiente»
–Con los mimos que les dan aquí a sus pacientes: atención médica, alimentación a la carta según las necesidades de cada especie, protección. ¿Después se quieren ir? ¿Cómo trabajan para facilitar la reintroducción de ese animal a su medio natural?
–No te quepa duda de que cuando el animal se siente bien lo único que piensa es en escapar y reiniciar su vida salvaje. Por ese entonces hay que tener mucho cuidado, pues pueden llegar a hacerse daño golpeándose con el techo o con las paredes. Sólo algunos pollos criados desde pequeños pueden manifestar ganas de quedarse, pero a ellos les hacemos un tratamiento progresivo que les lleva de nuevo a ser un animal salvaje.
–Terminamos, un recuerdo dulce.
–La suelta de tortugas de este verano con cientos de niños acompañando a los animales, fue muy emotiva.