Pepe Corcuera, ingeniero dinamizador del agro canario

“Que en el campo me llamen ‘Pepito’ como trato de respeto canario es algo que me conmueve”, dice Pepe Corcuera durante la entrevista sobre sus más de treinta años dedicado a la agricultura de medianías, la ganadería tradicional y los quesos en el archipiélago canario. [Versión extensa de la entrevista publicada en la edición impresa de PELLAGOFIO nº 87 (2ª época, agosto 2020)].
Por YURI MILLARES
AJosé Manuel Corcuera Álvarez de Linera lo conocen los ganaderos canarios como Pepe Corcuera, algunos incluso lo llaman Pepito. Madrileño, de padre riojano y madre asturiana, cuando acabó la carrera se fue de cabrero al pueblo de su padre. Allí estuvo siete años, antes de venir a Canarias para trabajar en la sección de Desarrollo Ganadero de la Consejería de Agricultura del Gobierno regional. Se encontró un sector olvidado por las administraciones públicas que él revolucionó con su dedicación e implicación, dignificándolo y poniéndolo en la antesala del siglo XXI.
«Sembré en un sector olvidado como la ganadería tradicional y parezco un virguero, pero no lo soy»
■ OJO DE PEZ / Pelos de colores, crestas y piercings Por TATO GONÇALVES |
–Después de muchos años dinamizando y recuperando la actividad del sector primario canario, ahora te dedicas a potenciar huertos urbanos. ¿Siempre con las botas puestas, aunque ya estás jubilado?
–Ahora tenemos la suerte de que nos jubilamos relativamente bien de salud, es como está evolucionando la humanidad, y no te vas a sentar en un sofá. Intento hacer cosas. Muchas menos que cuando estaba trabajando, pero sí, estoy en un proyecto municipal de huertos urbanos echando una manita.
«Los huertos urbanos de Las Palmas tienen una función social importante, vienen muy bien para la economía familiar»
–¿En qué consiste ese proyecto?
–La ciudad de Las Palmas ha sido pionera y sigue siéndolo, en España (y, quizá, en el mundo), en cuanto al tema de huertos urbanos y tiene una red de estos huertos bastante amplia. Yo estoy colaborando en el que me pilla más cerca de casa, curiosamente el que es un poco más hippy porque casi todos están controlados por el Ayuntamiento, que les da los servicios, pero este es autogestionado. Estoy dando un cursito de introducción al huerto que ya estoy acabando.
–¿Son gente jubilada o el espectro de edades es más amplio?
–En el sitio donde estoy yo, el barrio de Arenales (un barrio de clase media), más bien son personas jubiladas. En otros sitios no. Los huertos urbanos de Las Palmas tienen una función social importante, hay barrios donde la gente que cultiva una parcela, el sereto que saca de verdura le viene muy bien para su economía doméstica.
–Me cuesta pensar en un lugar del barrio de Arenales donde haya hueco para un huerto urbano… ¿Hay espacios para eso?
–Pues fíjate, Yuri, que hay ahora una tendencia mundial a ecologizar las ciudades en el sentido de no construir más en los espacios que queden libres, ganando los solares de edificios viejos para uso público. Arenales es un barrio de clase media, pero como todos los barrios, hay de todo y hay mucha gente con problemas económicos y ahora con la que está cayendo, imagínate. Y la verdad, con una parcelita de tres metros por cinco, que no es nada, si te lo curras sacas cositas para casa, tienes siempre acelgas, lechugas, beterrada, tomates y es una mano a la economía familiar.
–Vayamos al principio. ¿Cómo fue tu primera toma de contacto con el campo canario?
«Teníamos un problema con el saneamiento ganadero y contraté a dos capataces, Isidoro Jiménez y Javier Gil, dos personas que luego han sido fundamentales en la agricultura y ganadería canaria»
–Pues mira, yo llegué aquí muy despistado. De hecho, me quería dedicar a la educación, no quería trabajar en mi carrera porque estaba un poco desengañado de la ingeniería y de lo que representaba. Pero no tuve suerte, no pude entrar en el sistema educativo.
“Me salió un trabajo eventual en la Consejería de Agricultura [del Gobierno de Canarias] y acabé ahí trabajando treinta y tantos años. Yo había tenido una explotación ganadera chiquitita en la Península y cuando les tocó encuadrarme me dijeron “ah, pues a Ganadería, que hay poca gente y lo que hay son veterinarios; un ingeniero agrónomo puede dar otro punto de vista”.
“Total, que me metieron en la sección de Desarrollo Ganadero y ahí empezó mi contacto con los compañeros veterinarios Federico, Paco y Lola, geniales. Enseguida le planteé a mis jefes que la consejería tenía tres escuelas de capacitación agraria y, sin embargo, no contratábamos capataces. ¿Para qué estamos formando chicos si nosotros mismos no les damos empleo? Y mi jefe, Julián Albertos, me dijo “pues venga, contrata uno o dos, a ver qué tal te funcionan”.
“Teníamos un problema con el saneamiento ganadero y contraté a dos capataces que fueron, nada más y nada menos, que Isidoro Jiménez y Javier Gil, dos personas que luego han sido fundamentales en la agricultura y ganadería canaria por su implicación, por sus conocimientos, por todo. Así, empecé a salir y conocer el campo de las islas.
–¿Se parecía en algo a lo que conocías de donde venías?
«Encontré palabras castellanas que en el mundo rural del que yo provenía se usaban y aquí también; y, sin embargo, ni en Madrid ni en Las Palmas las usa nadie»
–Canarias es otro mundo totalmente diferente en clima, en historia, en cultura, en todo. Luego hay un hilo conductor en la gente del campo, no sólo en España, en todo el mundo, y es que tiene unos problemas similares y una manera de relacionarse con su entorno que tiene que ver con la naturaleza, con estar pendiente del clima y de la lluvia.
“Yo ya había estado de cabrero siete años y cuando empecé a conocer gente aquí, me sentí muy vinculado a cosas que ya había vivido, entendía sus problemas. Dentro de la distancia que es venir de extraterrestre de otro sitio, donde hasta la manera de hablar y nombrar las cosas llama la atención, encontré cosas curiosas: palabras castellanas (a ti que te gusta tanto la literatura) que en el mundo rural del que yo provenía se usaban y aquí también; y, sin embargo, ni en Madrid ni en Las Palmas las usa nadie.
«El plátano era el mascarón de proa de la política agraria canaria y los temas que a mí me gustaban y me tocó llevar eran un poco marginales»
–“Veni, vidi, vici” dice una famosa alocución de Julio César. Algo parecido te ocurrió a ti: apareciste y ¡zas! te ganaste el aprecio de los ganaderos del archipiélago, un sector difícil, en crisis, desmotivado… ¿O no fue tan fácil la cosa?
–Lo miras con mucho optimismo. Lo que pasó es que estaba en el sitio oportuno en el momento oportuno. Los temas a los que me dediqué (la agricultura de medianías, la ganadería tradicional, el queso) estaban muy olvidados. Todo el esfuerzo que había hecho la Administración canaria, enorme, era para defender el plátano (el mascarón de proa de la política agraria canaria y, subsidiariamente, el tomate) y la mayoría de mis compañeros eran expertos en eso, también en floricultura, en tratamientos fitosanitarios y en riego (sabes que Canarias es una potencia intelectual en cuanto a técnicas de riego).
“Pero los temas que a mí me gustaban y me tocó llevar, eran un poco marginales y sembrar en un sitio que está preparado para sembrar parece que eres un virguero, y no. Mis jefes me dedicaron a eso, vieron que me gustaba, y me dijeron “pues venga, dale caña”. Tuve suerte.
–¿Recuerdas algún momento especialmente entrañable en tu trato con los ganaderos?
–Hay muchas cosas que me han llegado al corazón. Por hablar de cosas de lengua, que sé que te gustan mucho, sabes que en el mundo rural canario los diminutivos son utilizados como una cosa de respeto y no sólo como algo que es pequeño; se lo aplican a los ancianos y a las personas de respeto. Hubo un momento en que, en los Altos de Gáldar, algunas personas empezaron a llamarme Pepito. Y a mí eso me conmovía y me sigue conmoviendo.
–Creo que hasta los ganaderos de Fuerteventura te crearon una marca de ganado para que tuvieras tu propio rebaño, una tradición que se remonta a los pastores aborígenes. Cuéntame.
«Los ganaderos de Fuerteventura suelen tener cabras de costa y para saber cuáles son las tuyas hay que apañarlas con cierta frecuencia»
–En Fuerteventura hay una práctica de manejo del ganado caprino que son las apañadas, la manera de recoger los animales que están sueltos en territorios inmensos en lo que se llama “la costa”. Curiosamente, también en Gran Canaria dicen los ganaderos de la cumbre “costa” cuando dejan animales sueltos en sitios donde hay gente ni carreteras, dicen “los dejamos en costa”.
“En Fuerteventura le llaman “la costa” y sí suelen ser costa. Hay miles de cabras en diversos sitios de la isla donde los ganaderos las tienen. En un sitio tan desértico los animales se expanden muchísimo, no pueden ir en rebaño porque no tienen comida; van grupos familiares pequeñitos, la abuela con dos hijas y tres nietas por un barranquito buscando la comida; y en el barranquito de al lado van otras cinco y así, en un territorio inmenso, al final son miles.
“A esa manera de tener los animales, ¿qué les sacas? Lo único son las crías, porque no las puedes ordeñar cada día. Los ganaderos suelen tener cabras de ordeño y cabras de costa. ¿Cómo controlas las crías que nacen en el campo?, ¿cómo sabes cuáles son las tuyas?
“Lo que hay que hacer es apañarlas con cierta frecuencia, cuando los baifitos son jóvenes y están con su mamá. Hacen la apañada juntando un montón de gente para reunir todos esos animales dispersos hasta que llegan a una gambuesa (un corral aborigen de piedra, que Fuerteventura está llena) y los encierran. Los animales llegan nerviosísimos, al ser medio salvajes imagínate lo que es para ellos que los saquen de sus barrancos, los gritos, los perros. Los hombres esperan un par de horitas y se echan un enyesque, para que los animales se tranquilicen y las crías se vayann juntando a las madres.
“Entonces, el comisionado, que es como un alcalde de pastos, de familias con un prestigio y una raigambre grande en ese mundo, se pone en un lado de la gambuesa con unos chicos jóvenes y les va señalando, “aquélla”. Le traen la cabra con sus baifitos y con un cuchillo le hace la misma marca en la oreja a los baifos que la que tiene la madre. Así se tiran dos o tres horas marcando a los baifitos.
«Me empeñé en aplicar para el ganado de costa una línea de ayudas europeas; yo era como Papá Noel, así que me mataban a güisquis»
“Y yo tuve otra vez suerte, Yuri. Me empeñé en aplicar para el ganado de costa una línea de ayudas europeas agroambientales que estaban empezando a llegar. Al ser un ganado que no está marcado fue muy complicado, pero lo hicimos administrativamente viable y se consiguió una ayuda relativamente buena. Y claro, yo era Papá Noel, un señor que llegó y les trajo un dinero que duró años, así que me mataban a güisquis. Y como fui a muchas apañadas, uno de los comisionados, yo creo que el más prestigioso de Fuerteventura, Vicente Hernández (en Betancuria), que tenía unas dos mil de las tres mil cabras que se juntaban en la apañada, la manera que él tenía de unir voluntades de gente que quizás ya no tenía cabras o sólo tenía alguna, pero seguía yendo como toda la vida, era coger algunos baifitos suyos y le ponía la marca de esa otra persona.
“Era una manera de retribuir la colaboración de vecinos, de amigos, de familiares que seguían yendo a las apañadas teniendo muy poquitos animales o ninguno. Y a mí lo que me hizo fue hacerme una marca como las de sus hijos: su marca con una submarca. En dos o tres apañadas me marcó algunas cabritas que supongo que habrán tenido descendencia y supongo que serán para sus hijos, que es para los que tiene que ser. Pero, efectivamente, tuve un pequeño rebaño –ríe.

–En Gran Canaria, isla con una gran tradición ganadera, desarrollaste una labor de recuperación de las ferias de ganado, que no eran pocas. ¿Siguen teniendo vigencia, pulso, atractivo?
–Recuperación no hice, las ferias estaban vivas. Pero hicimos un inventario y había ciento y pico. Como el mundo rural está en declive, también lo están las ferias de ganado y ahora mismo no creo que haya tantas. Pero donde hubo, se retuvo. Proporcionalmente a la cantidad de ganado que hay en Gran Canaria hay bastantes ferias. Hay una tradición grande. Han tenido la inteligencia social (tanto los ganaderos como los responsables políticos: alcaldes y concejales) de ligarlas más aún a las fiestas de los pueblos y en vez de ser un evento comercial ganadero, como era antes, ahora es un evento de reivindicación identitaria de los pueblos y de homenaje a sus mayores.
“¿A quién le interesa una feria de vacas? Pues para que eso se mantenga hay que innovar en términos modernos y hay muchas cosas que me parecían innovaciones naturales. Por ejemplo, el papel que daban a los niños: en casi todas las ferias hay un desfile delante del santo o la virgen que haya presidido la procesión, cuando el jurado decide las vacas y toros premiados, y se deja que los niños los paseen. Incluso en algunas los niños llevan sus mascotas, hasta un pez en una pecera. Una cosa muy bonita. A veces voy a ferias y siguen vivas, afortunadamente. La de San Juan de Telde es una preciosidad, un evento cultural en el que se adornan los balcones y transcurre en una ciudad del siglo XXI, donde se cortan calles para traer los animales.
–En Canarias, cada isla tiene sus singularidades en cuanto a animales y su manejo. ¿Cuál ha sido tu experiencia en las que has podido conocer?
«El cultivo en jable de Lanzarote, que es un enarenado natural que mueve el viento, es una maravilla»
–Efectivamente, dentro de que hay una identidad canaria que se nota, hay diferencias entre islas. Ya te he comentado las apañadas de Fuerteventura.
“Lanzarote es de las que menos conozco; trabajé un poco en el tema de la agricultura tradicional. Es una isla única en el mundo con los enarenados y el rofe, con las plantas que cultivan ellos y de la manera que lo hacen. El cultivo en jable, por ejemplo, que es un enarenado natural que mueve el viento es una maravilla, porque cubre superficies para batatas, melones o cereales mucho más duras, mucho más difíciles que en los enarenados de picón que son como huertos muy bien cuidados. Es una sabiduría impresionante, la sabiduría del hombre del desierto. Es la agricultura de siglos en una autosuficiencia tremenda, lo que llaman los antropólogos “la agricultura del sustrato”.
“Las islas occidentales las conozco menos. Viví en La Palma un año.
–De tu estancia en La Palma te quería preguntar. Aquí sí te dedicaste a la enseñanza, en la Escuela de Capacitación Agraria de Los Llanos de Aridane.
–Siempre deseé dedicarme a la enseñanza, es lo que quería hacer cuando llegué a Canarias. La cabra tira al monte y allí hay una de las tres escuelas de capacitación agraria que tiene la Consejería de Agricultura que se quedó, por circunstancias familiares de su director, sin disponer de esta persona y nadie se quería hacer cargo de la dirección, así que me preguntaron si quería ir. Estuve un año y muy bien. La Palma es una isla preciosa y muy agrícola. Es muy curiosa, porque tiene agricultura muy puntera por un lado (en el plátano son unos técnicos maravillosos), pero por otro lado conservan muchísimas tradiciones (la seda, el lino, el vino de tea…). Los palmeros son muy amantes de sus tradiciones, se las curran.
«El ganado ovino es un termómetro de ruralidad y en Gran Canaria y El Hierro eso indica que está muy vinculados a sus raíces»
“La Gomera es una isla emocionante. Socialmente ha sido más pobre, más sometida a terratenientes que ni vivían en la isla, y el campesino gomero, muy humilde, muy sufrido, es una gente muy trabajadora y muy entrañable. Lo he pasado muy bien en La Gomera y he tenido momentos muy tiernos.
“En El Hierro he estado bastante. Es una isla que, desde el punto de vista ganadero (mi tema), es alucinante porque tiene La Dehesa y la ganadería está omnipresente. No sólo hay ganadería de cabras y de ovejas, sino de vacas y hasta de caballos sueltos en los pastizales. Desde el punto de vista ganadero, la isla es una pasada. Las ovejas son una maravilla y sabes que el ganado ovino es un termómetro de ruralidad y en El Hierro, igual que en Gran Canaria, se ha mantenido más el ovino que en otros sitios. Indica que están muy vinculados a sus raíces.
«Pedro Molina creía que el mundo rural estaba en las señas de identidad de muchos jóvenes que llevaban una cresta y siete zarcillos, pero sus abuelos eran vaqueros»
“Y me queda Tenerife, una isla enorme con muchísimas cosas preciosas. En plátanos, aguacates y otros frutos subtropicales se puede equiparar a La Palma en cuanto a capacidad técnica, lo hacen muy bien y se han preocupado de introducir tecnología.
“En eso son del siglo XXI, y, sin embargo, al lado tienes agricultura súper tradicional, también con la parte de los jables como en Lanzarote. La gente no habla de ello, pero hay una zona enorme de Tenerife que son paisajes cubiertos de jable donde cultivan sus papas y sus cebollas, una agricultura del desierto.
“Ahí tuve la suerte de contactar con el movimiento que lideraba Pedro Molina (en paz descanse), amigo entrañable y queridísimo, al que conocí nada más llegar a Canarias porque organizamos unos encuentros de ganaderos y nos hicimos amigos desde el principio. Pedro creía que el mundo rural estaba en las señas de identidad de muchos jóvenes que llevaban una cresta y siete zarcillos, pero sus abuelos eran vaqueros. Y decía “yo no quiero que esos chicos se quiten los zarcillos ni la cresta, pero sí que sigan amando las vacas y estén implicados en lo que hacían sus padres y sus abuelos”.
“Y yo creo que lo consiguió, vas a los arrastres ahora mismo en Tegueste y ves que la yunta que gana la lleva una chica llena de zarcillos y con el pelo lila, tirando de las vacas y que la están aplaudiendo sus amigos del barrio o del instituto, que son jóvenes del siglo XXI. La visión que tuvo Pedro creo que ha triunfado.
–Tu dedicación ha ido más allá del trato con el ganadero y también te has ocupado y preocupado por la enseñanza, por inculcar a los más pequeños conocimientos y valores y hacerles atractivo el campo. ¿Sembrando semilla para las próximas generaciones?
«Educación tiene otras prioridades y no va a enseñar ruralidad en los colegios, si no lo hacemos en la Granja Agrícola no lo hace nadie»
–Ahí también tuve suerte, porque, cuando trabajaba en el Gobierno de Canarias, en un momento determinado hubo un cargo político en el Cabildo de Gran Canaria que me dijo “Pepe, ¿quieres venirte al Cabildo?” Le dije que sí y me ofrecieron una plaza de ingeniero en la Granja Agrícola.
“Cuando llegué me puse a trabajar desde el principio con temas educativos. Hemos hecho mucha formación de maestros, una cosa muy interesante porque los maestros canarios (todos los maestros en general, pero yo los que conozco son los canarios) son un colectivo muy especial, gente muy del pueblo y de la sociedad, proletarios del intelecto muy cercanos a la gente, que se enfrentan a los problemas de que llega un niño y no ha desayunado, “¿y cómo le voy a pedir yo a este niño que se aprenda la tabla de multiplicar si es que tiene hambre?”; o que tienen problemas familiares de hogares desestructurados.
“Total, que están muy cerca de los problemas reales y los que se apuntaban a las formaciones que nosotros hemos dado las tomaban con muchísimo interés y ha sido útil. Y con niños también hemos hecho muchas cosas, no se podía dar abasto de todos los colegios que nos pedían colaboración. Yo al final me dediqué más a niños con discapacidad, preferí colectivos que estuvieran un poco más indefensos y se ha trabajado bastante. Y siguen los compañeros trabajando. Un trabajo modesto pero hecho con corazón en la Granja Agrícola. Educación tiene otras prioridades y no va a enseñar ruralidad en los colegios, si no lo hacemos nosotros no lo hace nadie. Así que hicimos muchas cosas. Por ejemplo, encuentros de escuelas unitarias, que son una joya de nuestro sistema educativo, implicadas en su entorno más cercano. Los niños ya tendrán tiempo de ir al instituto y ver más mundo.
–Lo que se hace desde las instituciones por el sector primario seguramente sea mejorable. ¿Qué se está haciendo bien y qué echas en falta?
«Teníamos una sociedad que veía el campo como un pasado superado, feliz de consumir en un hipermercado cosas envasadas en plástico que venían de Conchinchina…»
–Creo que hay un plantel de técnicos en Canarias, tanto en la Consejería de Agricultura como en los cabildos y ayuntamientos, que es un capital muy grande. Muchos veterinarios, pero también capataces agrícolas que han ido saliendo de las escuelas de capacitación, además de ingenieros, gente bastante preparada y muy motivada. Entre los políticos, que son los que tienen que manejar ese capital, hay de todo como en botica.
“El Cabildo de Tenerife es famoso por su preocupación por la agricultura, mientras que el Cabildo de Gran Canaria ha adolecido un poco, teóricamente, de estarlo menos, pero se está corrigiendo y cada vez es más ruralista. El de La Palma es súper agrarista, los de Fuerteventura y El Hierro también. Los cabildos son instituciones interesantísimas, qué te voy a contar a ti que eres canario. Que haya instituciones de autogobierno a nivel isla y cercanas al ciudadano, con unas atribuciones totalmente peculiares, es una herramienta muy buena.
“El Gobierno de Canarias quizás ha pecado de burocratismo, es normal, porque es un escalón que está por encima y su gestión es complicada, pero está mejorando en el sentido de ser cada vez más un coordinador de las políticas de los cabildos y va a donde los cabildos no pueden llegar. Los ayuntamientos de Canarias son muy agraristas; son muy grandes, los pueblos en la Península suelen ser más pequeñitos, pero intentan tocar todos los palos y casi todos, incluso el de Las Palmas, tienen políticas agrarias e intentan hacer cosas.
«…eso está cambiando y, cada vez más, los ciudadanos en Canarias quieren hacer un guiño a su tierra cuando consumen»
“Lo que pasa es que los problemas son muy grandes. Tenemos buenos técnicos, tenemos una buena estructura político-administrativa y tenemos una sociedad que ha mejorado mucho: una sociedad que estaba muy de espaldas al campo, que lo vivía como un pasado superado y estaba feliz de consumir cosas en un hipermercado envasadas en plástico y que venían de Conchinchina, como diciendo “esto es un símbolo de modernidad”.
“Pues eso ha cambiado o está cambiando y, cada vez más, los ciudadanos en Canarias quieren hacer un guiño a su tierra cuando consumen. Eso es la base para que esto funcione, pero la situación objetivamente es complicada. Tenemos un suelo muy caro que no es propiedad de las personas que lo podían cultivar y con una política nada agresiva, de incentivos fiscales, se podía conseguir que mucha gente que tiene tierra la arrendara a gente que quiera cultivar. Eso podría ser una solución.
“Otro problema es el agua, en el que hemos mejorado muchísimo y se va a mejorar más para producir agua desalada con energías renovables a un precio competitivo en la costa, dejando el agua que cae en la montaña para la agricultura. Cada vez hay más cadenas directas y mercadillos (los de Tenerife funcionan estupendamente). Pero hace falta muchísimo dinero para mejorar la estructura productiva que tenemos.
–Terminamos, un recuerdo dulce.
–Tengo muchos. Un momento para mí muy emocionante fue en torno a las apañadas. Yo llevaba años trabajando para intentar conciliar la legislación ambiental con la ganadería, que, como sabes, son dos temas que muchas veces rozan y tienen conflictos. Total, que me llamaron del Cabildo de Fuerteventura porque en el primer borrador el plan de uso y gestión de Jandía se prohibía la ganadería de cabras. Fue mi primer contacto con las apañadas y contacté con ganaderos. Me dijeron que había una gran apañada en Jandía una vez al año, “la madre de todas las apañadas”, y que iba a ser en los siguientes días, un buen momento para explicarles lo que estaba sucediendo, que legalmente les estaba perjudicando y que ellos tenían derecho a participar con un escrito poniendo su punto de vista.
“Allí, al acabar de apañar, se lo expliqué subido al capó de un Land Rover con dos escritos que había preparado, uno para que lo firmaran los ganaderos y otro para firmarlo personas que no éramos ganaderos y nos queríamos solidarizar. Recuerdo que el Land Rover era un coche-bar para vender rones y bocatas a la gente que iba a la apañada. Se montó una cola de gente para firmar y uno de los que vino a firmar era el dueño del Land Rover, pero lo iba a hacer en el de los propietarios de cabras. Le digo que no, que él en el escrito de los simpatizantes, y me dice “no, yo tengo 50 cabras aquí”. Era uno más de los de aquel ambiente. Fui muy bien acogido, con un cariño y una simpatía que hasta hoy me dura en el recuerdo.