Sergio Millares, investigador de los represaliados del franquismo
«El primer año tras el golpe del 36 fueron unos meses absolutamente salvajes en Canarias»

«En Canarias no hay cunetas, lo que hay son pozos agrícolas para los desaparecidos» , explica Sergio Millares durante la entrevista, en la que habla de la represión franquista y los cientos de detenidos y desaparecidos los primeros meses tras el golpe militar faccioso del 18 de julio de 1936. [Versión extensa de la entrevista publicada en la edición impresa de PELLAGOFIO nº 115 (2ª época, febrero 2023)].
«Las demandas de mejores salarios de los obreros del campo alarmaron a los caciques en 1936» SERGIO MILLARES
Por YURI MILLARES
Profesor de Historia ya jubilado e incansable investigador siempre activo, Sergio Millares se ha especializado en la historia de la guerra civil española y el franquismo en Canarias. Colaborador de la Fundación Juan Negrín, también es un estudioso de la figura de este canario que fue presidente de la República Española. Su reciente colaboración en la edición del libro Héroes de chabola (que narra las vivencias del periodista del Diario de Las Palmas Antonio Junco, preso por los golpistas y sometido a consejo de guerra en 1936), nos sirve para recordar cómo golpeó la feroz represión de los militares fascistas en las ciudades. Pero, sobre todo, en los campos del archipiélago.
■ OJO DE PEZ / Fatídico año para la libertad La cita tuvo lugar en un lugar tan significativo para el objeto de la entrevista como la Plaza del Pueblo del barrio portuario de La Isleta, en torno a la que hubo un enfrentamiento entre obreros y militares facciosos el 20 de julio de aquel fatídico año de 1936. Allí, junto al busto que recuerda a Eduardo Suárez Morales, «diputado fusilado en el campo de tiro de La Isleta por defender la libertad», hablamos de memoria democrática ● |
—No fue hasta el final de la dictadura franquista cuando se conoció la experiencia de los topos: personas que vivieron escondidas durante décadas por toda España para escapar de la represión e, incluso, de la muerte. Sorprende ahora la publicación, ¡87 años después!, del testimonio manuscrito de alguien que sufrió esa represión. ¿Qué es Héroes de chabola? ¿Qué circunstancias lo han sacado a la luz?
—Héroes de chabola es un manuscrito hecho por Antonio Junco Toral, pero no sabemos en qué fecha. Salió del campo de concentración en abril de 1938, después de ser absuelto en consejo de guerra. Probablemente lo empezó a escribir a partir de ese momento, pero como sufría periódicos registros policiales, rompió varias veces el manuscrito. Fallecido en 1955, su familia escondió el documento y ha estado oculto todo este tiempo por miedo a lo que dice. Su mujer era de familia de derechas de Tenerife, que lo protegió como pudo y gracias a esa protección no lo mataron.
“Lo cierto es que sus hijos han decidido sacarlo ahora cuando hay un relanzamiento de la memoria histórica, de superar el trauma de la guerra civil a través del recuerdo y de la verdad, no de la desmemoria. Es un testimonio muy importante, porque nos dice cómo funcionaban los campos de concentración de la Isleta y de Gando en Gran Canaria o de Fyffes en Tenerife, también de la Prisión Provincial de Las Palmas. Nos da una amplia panorámica de la red represiva y del modus operandi de los rebeldes contra los republicanos canarios.
«Es el primer libro en Canarias que sale publicando los nombres de los victimarios, porque por miedo otros han sido muy prudentes»
—¿También es un libro con los nombres y apellidos de las personas implicadas en esa actividad represiva?
—Yo creo que es el primer libro en Canarias que sale publicando los nombres de los victimarios, porque por miedo otros han sido muy prudentes. Pero no podemos ocultar la existencia de una serie de asesinos que mataron desde agosto del 36 a mayo del 37; después la represión se hace un poco más prudente, si la podemos llamar así.
—Más selectiva, quizás.
—Sí, más selectiva; más eficaz. Pero ese período de un año fue absolutamente salvaje y afectó a un porcentaje de población enorme.
—¿Manifiesta en su manuscrito su deseo de que se conociera esa realidad?
—Sin duda, ese libro lo escribió para sus hijos y para que se conocieran todas las barbaridades que se cometieron. Es importante no sólo porque nombra a los victimarios, sino que es un homenaje a quien llama los «héroes de chabola», los presos que resistieron, que tenían firmeza incluso ante los pelotones de fusilamiento con los que él habló con ellos poco antes de que los fusilaran. Todo eso lo cuenta, es brutal, es muy trágico.
—¿Qué es la chabola?
—Son las casetas militares que había en el campo de concentración de La Isleta, con capacidad para diez o doce personas llegaron a albergar hasta cincuenta. Tenían un poste en el centro y una lona alrededor cubriendo un perímetro. Ellos las llamaban «las chabolas».
—Como las que alojaron en Villa Cisneros a los que fueron deportados desde los buques prisión de Santa Cruz de Tenerife, según cuenta José Rial en su libro.
—Sí, que firmó con el pseudónimo Sahareño.
—En el caso de Canarias, los principales focos de resistencia al golpe militar de 1936 tuvieron lugar en dos zonas del archipiélago con una potente economía agraria de exportación y organizaciones sindicales con arraigo, como fueron el norte de Gran Canaria y la isla de La Palma, sofocados a cañonazos por tierra y por mar los primeros días del golpe. Eso no tuvo que ser casual.
En Canarias hubo mucha más resistencia de la que se ha dicho, fundamentalmente en cuatro islas: Gran Canaria, Tenerife, La Palma y La Gomera
—Hubo mucha más resistencia de la que se ha dicho. Se dio, fundamentalmente, en cuatro islas: Gran Canaria, Tenerife, La Palma y La Gomera. Hablamos de hechos importantes de resistencia y con armas. En La Gomera, la resistencia de la guardia civil de Vallehermoso al Ejército, con tiroteos que duraron horas y con heridos. En Tenerife, en la plaza de la Constitución (la plaza de la Candelaria) con enfrentamientos y dos muertos, uno por cada bando (la Guardia de Asalto contra el Ejército), y el posterior fusilamiento del gobernador civil Vázquez Moro y de su secretario. Y después, los más conocidos en La Palma y Gran Canaria.
—La Palma resistió una semana.
«Más de doscientos republicanos palmeros se refugiaron en los montes y hubo una orden terminante del gobernador general militar, Dolla Lahoz: no hacer prisioneros»
—Sí, la llamada Semana Roja, hasta que llegó el buque cañonero Canalejas cargado de militares y falangistas de Las Palmas dispuestos a conquistar la isla. Más de doscientos republicanos palmeros se refugiaron en los montes y estuvieron huidos mucho tiempo, hasta un año.
“Algunos lograron escapar y se incorporaron a la zona republicana con el grupo de Floricel Mendoza (lo cuenta Alexis Ravelo en su libro Los milagros prohibidos, que está muy bien); otros fueron cayendo poco a poco. Tuvieron la ventaja de contar con redes de apoyo que les iban dejando comida, hasta que hubo una orden terminante del gobernador general militar, Dolla Lahoz: «no hacer prisioneros». Los fueron capturando poco a poco en aquellos montes palmeros con barrancos interminables de mar a cumbre y los fueron exterminando. Muchos de esos cadáveres están en el pinar de Fuencaliente.
“Además, hay otro episodio muy importante en La Palma poco conocido, en septiembre u octubre de 1936 los republicanos tomaron el pueblo de Garafía gritando ¡Viva la República! Fue cuando las autoridades franquistas se asustaron y dieron la orden de no coger prisioneros, montaron un operativo con cerca de mil soldados recorriendo los montes palmeros. Los que no fueron asesinados durante su captura fueron condenados en consejo de guerra y fusilados. Pocos de aquellos famosos alzados escaparon tras la Semana Roja, que yo me resisto a llamar así, en la terminología de los sublevados: lo que hay es una semana republicana donde se defendió el orden constitucional muy dignamente y a muchos les costó la vida, y eso que protegieron a las gentes de derechas y durante esa semana no les pasó nada.
—Y falta el caso de Gran Canaria.
«En la Plaza del Pueblo de Las Palmas fue dinamitada la sede de la Federación Obrera»
—Sí, junto con la isla de La Palma, es el caso de resistencia más importante. Hubo dos focos, uno en el Gobierno Civil de la ciudad Las Palmas, donde la resistencia duró un día haciendo caso omiso a Franco (que llamó personalmente) y se declararon fieles a la República. Ahí estaba Antonio Junco Toral y por eso el consejo de guerra que le hicieron. También hubo manifestaciones obreras y enfrentamientos armados en el barrio portuario de La Isleta el lunes 20 de julio, aquí en la Plaza del Pueblo donde estamos y donde fue dinamitada la Casa del Pueblo de la Federación Obrera. Pero el núcleo fundamental de resistencia se da en el noroeste de la isla. En Arucas resiste la corporación municipal con su alcalde a la cabeza y se produce un enfrentamiento armado con la llegada de soldados y falangistas.
—Hubo artillería que disparó contra el Ayuntamiento y todavía quedan huellas en la fachada.
—Sí, hay rastros de las balas y de los cañonazos. El comité de resistencia decidió volar varios puentes (Tenoya, San Andrés, Moya) para impedir la llegada de los militares y se refugian en Guía y Gáldar, donde se consolidó un núcleo de resistencia importante. Entre Arucas, Gáldar y Agaete asesinaron y desaparecieron a unas cien personas tiempo después, pero por este motivo. Había que castigar esa osadía de resistirse a los militares. Este núcleo de resistencia fue sofocado cuando el buque Arcila bombardeó Sardina del Norte y desde aviones lanzan panfletos instándoles a rendirse y que no les pasaría nada. Una comisión negocia la rendición y entregan las armas, pero la respuesta no fue el perdón como les habían asegurado: les engañaron y cientos y cientos de personas fueron detenidas en todo el norte.
“Tengo el registro de entradas del campo de concentración de La Isleta donde consta la llegada permanente de presos del norte durante la segunda mitad de julio y principios de agosto. Estamos hablando de que hubo una resistencia masiva encabezada por el diputado comunista Eduardo Suárez Morales y el socialista Fernando Egea Ramírez que era delegado gubernativo de la República en Guía, Gáldar y Agaete, lo que les costó la vida, pues fueron fusilados por ello.
—¿Fue nuestra mini guerra civil, o una resistencia civil heroica pero muy desigual?
—Sí. Fue una resistencia muy heroica y pacífica. Sólo respondieron a la agresión contra el orden constitucional republicano. Y como en La Palma, en el norte de Gran Canaria también respetaron a la gente de derechas el tiempo que controlaron la zona, había órdenes e instrucciones de proteger a quienes tenían ideas contrarias a las republicanas. Cosa que no hicieron los rebeldes, que cuando llegaron arrasaron, se vengaron.
«Las compañías fruteras inglesas y de otros países estaban encantadas con el golpe militar, salvo la noble excepción de David Leacock»
—La represión que siguió a continuación, curiosamente, tiene entre sus nombres más recurrentes el de una empresa agrícola de exportación: los almacenes de empaquetado de fruta de la casa Fyffes fueron requisados y convertidos en cárceles durante años.
—La compañía frutera Fyffes los cedió voluntariamente, probablemente por las presiones de los militares. Las compañías fruteras inglesas y de otros países estaban encantadas con el golpe militar, salvo la noble excepción de David Leacock que sufrió la represión, fue detenido y, protegido por el consulado británico, tuvo que irse exiliado. La colonia inglesa y la colonia alemana (que era muy pronazi) apoyaron el golpe.
“Les beneficiaba, porque la represión franquista está muy planificada y modulada en función de la conflictividad social y la mayor o menor fuerza del movimiento obrero en Canarias. Y no eran enfrentamientos con los patronos para pedir tierras: estamos hablando del aumento de unos salarios de miseria de los peones agrícolas y del reparto del trabajo organizado por los sindicatos.
“Sólo se trataba de eso, no de incautaciones revolucionarias de fincas ni de nada parecido. En esa batalla social los rebeldes se pusieron del lado de los patronos y por eso las compañías extranjeras están muy interesadas en el orden social franquista, con su modelo caciquil. La represión golpeó mucho más en las zonas rurales donde está el obrero agrícola de las plataneras con un nivel de conciencia que fue creciendo a partir de febrero de 1936, lo que alarma a los caciques y a la derecha sociológica, que apoyan el golpe militar para domesticar a ese movimiento obrero que se salía del orden que ellos habían establecido.
—Esa represión en los campos canarios se concentró entonces en algunos lugares señalados.
—Fue parecido en La Gomera y en La Palma, donde también había un conflicto social importante. En Lanzarote y Fuerteventura, el sur de Gran Canaria y de Tenerife y en El Hierro la represión no golpea tanto porque no es necesario. Conclusión: la represión está en función de la conciencia social, de la conflictividad y de la implantación de la izquierda en esos territorios.
—Con los almacenes de empaquetado llenos de trabajadores presos, ¿qué pasó con la exportación de fruta?
«Las compañías extranjeras (Fyffes en concreto) dieron de buen grado las instalaciones de los almacenes en Santa Cruz de Tenerife, para que se convirtieran en una prisión brutal donde a medianoche hacían desaparecer a la gente»
—Me hablas de las consecuencias del encierro de miles de personas en cárceles. La guerra civil provoca una caída de la producción a todos los niveles, eso es indudable. En las Islas se paralizan las exportaciones prácticamente, hay una crisis económica y está clara la connivencia entre las compañías extranjeras (y Fyffes en concreto) con los rebeldes, por sus intereses. Por eso yo creo que dieron de buen grado las instalaciones de los almacenes Fyffes en Santa Cruz de Tenerife, para que se convirtieran en una prisión brutal donde a medianoche hacían desaparecer a la gente y la tiraban a la fosa marina que hay delante de San Andrés.
—En la memoria colectiva de la resistencia democrática isleña quedan expresiones como «la ley del saco», «la sima de Jinámar» o «los pozos de Arucas». ¿Fue el terror con acento canario, nuestra versión de las cunetas?
«En Gran Canaria están los pozos y la sima de Jinámar, una serie de lugares donde podían esconder los cadáveres»
—Exacto. En Canarias no hay cunetas, lo que hay son pozos… Bueno, primero empezaron a tirar al mar. Ahí está el famoso episodio de los enfermeros del Hospital de San Martín y de la gente del barrio de San Juan en Las Palmas que, entre finales de septiembre y principios de octubre de 1938, capturan, matan y los tiran a la Marfea, en los acantilados a la altura de La Laja. A los pocos días los devuelve el mar y provoca un escándalo en la ciudad, porque la gente se da cuenta de los genocidas que están al mando.
“Eso hace que las autoridades franquistas cambien el operativo y aparecen los pozos, ya que no pueden tirarlos al mar. Eso en Gran Canaria, porque en Tenerife hay una fosa marina muy profunda enfrente de Santa Cruz, a la altura de San Andrés, y con una potala y los famosos sacos (incluso se dice que con gatos vivos dentro, que ya es el colmo de la perversión) tiene lugar este episodio. Pero en Gran Canaria están los pozos y la sima de Jinámar, una serie de lugares donde podían esconder los cadáveres, algo que se ha sabido por la memoria oral y ha sido posible desenterrar a muchos de ellos.
—¿Se ha hecho en Canarias recuento de represaliados y desaparecidos?
—Estamos contando y probablemente nunca llegaremos a cifras exactas. Es muy difícil, aunque los aspectos legales de la represión se conocen (como los consejos de guerra o las multas, que a saber a dónde fue ese dinero porque hubo mucha apropiación y robo por parte de los falangistas). Fueron alrededor de 125 fusilados en Canarias y con respecto a los detenidos habría que hacer la cuantificación uno a uno.
“El campo de concentración de La Isleta llegó a albergar 1.250 detenidos en su momento álgido, cuando cambian de lugar porque ya está saturado y van a Gando. Pero como hay un continuo trasiego de entrada y salida de presos, determinar el número sólo se pude hacer contando uno a uno a los que estuvieron y cuánto tiempo. Y se hacía transferencia de presos entre Tenerife y Gran Canaria. Se puede hacer desde el punto de vista histórico, pero es muy latoso; yo lo estoy haciendo, a ver qué es lo que sale. Yo calculo unas diez mil personas detenidas.
—En el puerto de Santa Cruz incluso llegó a haber una flotilla de barcos prisión, el Archipiélago Fantasma.
—Hasta que aparece Fyffes y las naves de empaquetado adoptan el nombre de los barcos desde donde son trasladados los presos que había en ellos.
«Mi opinión y viendo los datos que hay es que podríamos estar hablando de alrededor de mil personas que fueron desaparecidas en Canarias»
—Y faltarían los desaparecidos.
—Es el tema más complicado de determinar y hay más polémica. Hay quien habla de cinco mil, o de tres mil quinientos sólo para Gran Canaria, que yo creo que es exagerado, aunque son opiniones respetables hasta que no demostremos fehacientemente cuántos fueron. Mi opinión y viendo los datos que hay es que podríamos estar hablando de alrededor de mil personas que fueron desaparecidas en Canarias (aproximadamente 500 en cada provincia).
—Otros, más afortunados, tuvieron en los campos un escenario más propicio donde refugiarse que no encontraron en ciudades y pueblos: fueron los huidos, escondidos en cuevas… ¿dónde? ¿cuánto tiempo?
«Los huidos es un fenómeno rural: en La Palma fueron cientos; en El Hierro está el famoso caso de Manuel Hernández Quintero, que era alcalde de Firgas (en Gran Canaria) y estuvo ¡once años huido!»
—Hubo mucho huido. Los topos son un fenómeno básicamente urbano, son personas que se esconden haciendo agujeros y escondrijos en sus casas o de familiares. En Gran Canaria hubo varios, como el famoso de La Isleta que salió con la Ley de Exoneración de 1969, porque estaba acusado del asesinato de dos soldados cerca de la Plaza del Pueblo. Los huidos es un fenómeno más rural: en La Palma fueron cientos, como ya he dicho. En El Hierro está el famoso caso de Manuel Hernández Quintero, que era alcalde de Firgas (en Gran Canaria) pero en el verano del 36 estaba en El Hierro y allí le protegieron. Estuvo escondido hasta 1945, ¡once años huido!
“De hecho, la red de protección en esta isla incluía a falangistas, pues muchos herreños republicanos se disfrazaron de falangistas. Se organizaron muchas batidas y hasta un simulacro de fusilamiento a los familiares en el cementerio de Valverde, para que dijeran dónde estaba escondido: cogían a un familiar, lo llevaban a donde los otros no lo vieran y simulaban fusilarlo disparando las armas, pero la gente estaba oyendo los tiros, y aun aterrorizada, no dijo nada. Nadie.
“¿Por qué? Porque hubo falangistas que dijeron a algunos lo que iban a hacer. Lo más curioso es que a quien buscaban estaba escondido en ese momento en el mismo cementerio. La historia de Manuel Hernández es de novela. Más huidos: muchos que escaparon de las razias que se hicieron en Agaete, en Guía, en Gáldar, en Arucas, huyeron a los montes, porque corrió la voz de que se estaban haciendo listas. Otros no pudieron escapar o no se lo creyeron. Pero es muy recurrente que muchos republicanos huyeran y se refugiaran en los campos, en cuevas, en sitios inaccesibles, hasta que pasaran esas razias que hacían los falangistas y los franquistas. En Tenerife también hay un montón de huidos (en Güímar, en Arafo).
—Cuando todavía se siguen publicando trabajos que ahondan en el conocimiento de la represión que sufrió la población del archipiélago, ¿queda algún hecho singular o nombres por conocer para cerrar algún episodio negro de esta época?
«Hay muchas historias que no se conocen, como los suicidios: gente que ya no puede más, encarcelados, procesados, humillados»
—Queda mucho que saber, apenas se ha contado. Lo que hemos hecho los historiadores ha sido aportar la frialdad de los datos, pero tenemos que dar un paso para la identificación de los victimarios. Hay muchas historias que no se conocen. Yo estoy empezando a conocerlas viendo la documentación del Tribunal de Responsabilidades Políticas que condenaba con efecto retroactivo a los que habían sido republicanos en una venganza tras la guerra (una monstruosidad jurídica). Está en el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas y hay muchos dramas, como por ejemplo los suicidios, que no se conocen: gente que ya no puede más, encarcelados, procesados, humillados, obligados a ingerir aceite de ricino si los veían por la calle, sometidos a palizas públicas… Hubo personas que no aguantaron, es lógico, el mundo se les vino abajo.
—¿La mujer sufrió humillaciones específicas en este tiempo?
«Muchas mujeres fueron represaliadas en una sociedad machista y patriarcal en la que el compromiso social es muy mal visto por las nuevas autoridades y los militares»
—La historia de las mujeres en Canarias durante la guerra civil española es una historia que hay que contar. Por supuesto, hay muchas detenidas y muchas republicanas que son represaliadas; muchas maestras fueron depuradas. No hay mujeres asesinadas, ni siquiera Elsa Wolf, una alemana comunista en Telde, casada con Juan del Peso y que estuvo en la resistencia en esta ciudad contra los golpistas. Les hicieron un consejo de guerra y condenaron a su marido (que era el cartero de Telde) y a ella a muerte, pero le conmutaron la pena mientras que a Juan del Peso lo fusilaron.
“Muchas mujeres fueron represaliadas en una sociedad machista y patriarcal en la que la militancia política o el compromiso social es muy mal vista por las nuevas autoridades y los militares. Les afecta la represión y hay una enfermera del Hospital San Martín que ve a un guardia cuando ya se sabía del asesinato de los enfermeros arrojados a la Marfea y empieza a insultarlo: «¡Cabrón, hijo de puta, me cago en tus muertos…!». Se le hizo consejo de guerra y fue condenada, está la frase exacta que le dijo y me lo creo porque aquello está dicho con las tripas.
“La respuesta de la mujer ante la represión es activa, se enfrenta; hay muchas mujeres que presentan instancias diciendo que su marido ha sido desaparecido y están ahí. Es más combativa, probablemente sabían que les afectaba menos porque los caballeros militares son «respetuosos» (dicho entre muchas comillas) con las mujeres. En cambio, los hombres son un poco más ñangas, soportan lo más duro de la represión (asesinados, desaparecidos), pero muchos no quieren dar el paso de preguntar por su familiar, prefieren que lo haga la mujer. Y hay muchos represaliados que se dan a la bebida: in vino veritas, con el vino viene la verdad. Hay un montón de consejos de guerra de gente que cuando se echa las copas se envalentona y empieza a largar contra la Falange y contra Franco. Claro, les costaba muy caro, podían ser años de cárcel.
—Terminamos; entre tanto horror, un recuerdo dulce.
—La solidaridad de las mujeres de los asesinados, de los desaparecidos, de los fusilados, que se unen para recabar información y presionar a las autoridades en los peores momentos.