Cita con Canarias

Yohana y Belén Mendoza Vega, ganaderas trashumantes

“Mi padre nos arropaba con la manta de pastor, era nuestro superhéroe con su capa”

“Con la bobería de ‘ven acércate a ver’, primero te echan un chingo de leche y luego aprendes a ordeñar”, dice Belén durante la entrevista. Las dos hermanas, Yohana y Belén Mendoza, hablan de sus recuerdos de niñas en el seno una familia de pastores trashumantes y su dedicación al mismo oficio que sus padres, en lo que es un ejemplo de relevo generacional. [Versión extensa de la entrevista publicada en la edición impresa de PELLAGOFIO nº 94 (2ª época, marzo 2021)].

Por YURI MILLARES

Con el mayor ganado trashumante de Gran Canaria (unas 500 ovejas que no están más de tres meses en el mismo lugar), José Mendoza y Ana María Vega han conseguido inculcar a sus tres hijos la misma vocación ganadera y quesera. Yohana y Belén Mendoza Vega son las niñas, aunque, con 33 y 21 años, respectivamente, ya se han emancipado del hogar familiar sin dejar, por ello, de formar parte de un equipo de trabajo.

Toda la familia es una piña que tiene el núcleo de su hogar en el cortijo de Pavón, pero se extiende a las casas-cueva de Cueva Nueva, cerca de La Aldea (en el oeste de la isla), o de Majada Alta, junto a la presa de las Niñas (en el centro-sur), a donde van en busca de pastos en invierno y en primavera.

«Trabajaba con mis padres hasta las dos, me duchaba, me vestía y empataba con los otros trabajos hasta las diez de la noche. Pero desde que tuve al niño ya me dije que no quería ese ritmo de vida»YOHANA MENDOZA

■ OJO DE PEZ / Bodega de Santiaguito

Con una magnífica fotografía de Isidoro Jiménez para ilustrar la entrevista, para concertar la cita y hablar con ellas hubo que aprovechar una tarde que Belén, de trashumancia con sus padres en la presa de las Niñas, vino a la pequeña ciudad de Guía. Es donde su hermana Yohana atiende en lo que fue la conocida como “Bodega de Santiaguito”. Convertida por el Ayuntamiento de Santa María de Guía en Centro de Interpretación Turística La Bodega, se ha recuperado como punto de venta de los quesos de flor y de cuajo de la comarca (ahora amparadas bajo una denominación de origen) ●


–¿Cuál es el recuerdo más antiguo que tienen de la trashumancia?

Yohana: Uno de los recuerdos más antiguos y más bonitos que tengo, con su parte de sacrificio, era cuando mis padres llevaban las ovejas a Tejeda. Hacíamos el queso en un cuarto en pleno invierno. Sólo había uno o dos grados, nieve, escarcha. No teníamos luz ni agua. Era muy complicado hacer los quesos porque hay que tener las manos calientes. También recuerdo, de pequeña, que mi padre llevaba la manta de pastor para el frío y cubrirse de la nieve, de la brisa, del viento. Me arropaba y para mí era un superhéroe con su capa.

Belén: Yo creo que la época en que se fueron de trashumancia a Cueva Nueva, porque yo me tenía que quedar en casa de un sobrino de mi padre de lunes a viernes y sólo veía a mis padres sábados y domingos, por el tema del colegio. Para mí fue una etapa difícil, porque ellos estaban allá y yo estaba aquí. Ahora me voy con ellos porque trabajo.

–Me imagino que sabrán ordeñar. ¿Recuerdan la primera vez que ordeñaron a una oveja?

B.: Con la bobería de “ven acércate a ver”, primero te echan un chingo de leche y luego aprendes a ordeñar. Del chingo no te escapas –ríe.

Y.: A Belén le gustaba meter la lata y beberse la leche de oveja directamente del ubre.

Belén y Yohana entre los comederos de las ovejas en el cortijo de Pavón. | FOTO ISIDORO JIMÉNEZ

B.: Me acuerdo de llevarle a mi padre la taza preparada con el gofio, la miel, el colacao y desayunábamos cuando acababan de encerrar las ovejas.

Y.: Yo llevo ordeñando desde que tengo conciencia. Desde muy pequeña, con ocho o nueve años, lo típico, “¡vamos a ordeñar!” y le agarraba el ubre a la oveja. ¡Y desde que sacas leche después te quedas fijo! –ríe también–. Ahora no, porque no estoy fijo con el ganado, pero antes sí ordeñaba treinta ovejas todos los días. A mí me gustaba lo de médico forense: cuando sacrificaban algún animal yo le miraba el ubre para ver por dónde salía le leche.

–De niñas, como decían, tenían que ir al colegio. Con los padres cada tres meses en un lugar distinto, ¿cómo lo organizaban? Sería un poco lío.

Y.: Mis padres siempre nos dejaban con un familiar. Mi hermano Cisco y yo nos quedábamos con mis abuelos Floro y Eloísa, los padres de mi padre. Mis padres nos recogían los viernes y nos dejaban los domingos con ellos.

B.: Yo me quedé en tres sitios diferentes. Primero en casa de un sobrino de mi padre, después de una sobrina y de último en casa de Yohana, porque me quedaba más cerca para ir al instituto, en Barrial.

–¿Se quedaban sin protestar o había algunas lágrimas porque no querían separarse de los padres?

Y.: Mi hermano lo llevaba peor, pero nos adaptábamos. Mi madre se tenía que ir a escondidas por mi hermano y yo era la que lo consolaba, “no pasa nada, no llores”. Te da sentimiento que tu madre se vaya hasta el viernes, pero te tenías que adaptar. Es lo que había.

–En verano sí pasarían más tiempo juntos.

Belén Mendoza. | FOTO ISIDORO JIMÉNEZ

Y.: Sí, claro. Y aunque no fuera verano. Recuerdo llegar del instituto mientras ellos estaban en Pavón, largar la mochila y ayudarles a hacer queso. Porque antiguamente hacían el queso con la tabla y esperaban a que nosotros llegáramos para echarles una mano.

–¿De niñas siempre quisieron ser ganaderas trashumantes? ¿O cuando les hacían la típica pregunta de “qué quieres ser de mayor” decían otra cosa: azafata, astronauta…?

Y.: Yo médica forense –ríe.

B.: A mí, unos años atrás me llamó la atención la tanatopraxia.

–¿…?

B.: Maquillar a los difuntos. Pregunté para hacer el curso, pero era muy caro. Lo dejé y hago queso.

–Yohana sí ha trabajado alguna vez por fuera, ¿querías cambiar de aires?

Y.: Fue poco tiempo. Estuve en Media Markt un año y medio y en El Corte Inglés otros dos años. Me levantaba a las seis de la mañana, trabajaba con mis padres hasta las dos, me duchaba, me vestía y empataba con los otros trabajos hasta las diez de la noche. Pero desde que tuve al niño ya me dije que no quería ese ritmo de vida.

–La ganadería te llama y te gusta.

Y.: Sí. Y para que mis padres tengan que poner gente de fuera, qué mejor que nosotras que así estamos juntos y conocemos el tema.

–En la trashumancia se ha visibilizado más al hombre que a la mujer, pero ahí están ustedes (como también su madre), que no están precisamente de brazos cruzados… Cuando llega el día de mudarse, ¿qué hay que hacer?

B.: Una semana antes ya hay que irse preparando.

Y.: Antiguamente se llevaban muchas más cosas, porque éramos más pequeños, había más maletas y queseras que llevar. Ahora ya no usamos queseras, sino lo que llamamos la mesa y la prensa.

«El día de la trashumancia hay más estrés que nervios, pensando que tengo que llevar esto y lo otro»YOHANA MENDOZA

–¿Cómo se decide el día de la partida?

B.: Mi padre prevé un día y si va todo bien y ese día no llueve, salimos. Y una semana antes empezamos mi madre y yo que si ropa, que si paños y aros para los quesos… y vamos preparando todo lo que nos hace falta.

Y.: Sí, aros, sal, cuajo. Lo más aparatoso se lleva en un último viaje, porque tenemos que sacar los quesos del día anterior, para lavarlos y llevarlos. Llevamos dos o tres años haciéndolo de forma diferente, porque antes también hacíamos queso ese día y nos lo llevábamos tierno. Pero, ahora, ese día vendemos la leche y no hacemos queso. Y a la zona a la que nos vamos no sabemos realmente cuánto tiempo vamos a estar, porque si llueve y el tiempo es bueno, se están más; pero si la comida se seca, se están menos. Depende de que haya hierba.

–El día de la trashumancia ¿es un día de nervios?

«Lo peor es el día después, entre que te estás adaptando, no está todo colocado y tienes que seguir haciendo queso…»BELÉN MENDOZA

Y.: Estamos acostumbradas y sabemos lo que hay que hacer. Es un día en el que hay más estrés que nervios, pensando que tengo que llevar esto y lo otro.

–Y después, al llegar, hay que instalarse…

B.: Descargar, limpiar, colocarlo todo. Lo peor es el día después, entre que te estás adaptando, no está todo colocado y tienes que seguir haciendo queso…

–Por cierto, van a cuevas, como han hecho los pastores durante generaciones. ¿A dónde?

B.: A Cueva Nueva o a la Presa de los Niñas, donde llueva.

Y.: En verano se llevan a Tejeda [en la cumbre], para secarlas.

–¿Se está mejor en casa o la cueva tiene su punto?

Y.: Tenemos el privilegio de vivir hoy aquí y mañana en Pekín, pero tiene su parte positiva y su parte negativa. La cueva es más calentita que una casa si hace frío fuera, y más fresca si fuera hace calor.

B.: A mí me gusta la cueva para el verano, se duerme espectacularmente.

Y.: ¡Con manta! Te tienes que tapar.

–Ahora están acondicionadas con su baño, su cocina, sus muebles. ¿Los padres o los abuelos les han hecho los cuentos de cómo eran las cuevas a donde iban ellos?

Y.: Antes no se iba tan lejos como van mis padres, se iba a sitios cercanos para no pasar tanto trabajo. Sólo se iba a Tejeda, cuando no se hacía queso.

«Me ha contado mi padre que ordeñaba sentado-agachado y con el orín de las ovejas se calentaba las manos, porque era una pasada el frío»BELÉN MENDOZA

B.: En ese cuarto de Tejeda a donde íbamos, que no era cueva, me acuerdo de pequeña que dormíamos sobre gomaespuma de esa amarilla, todos juntos. En ese cuarto teníamos la cocina en un lado y, al otro, todo lleno de colchonetas para dormir. Ahí sí me ha contado mi padre que ordeñaba sentado-agachado y con el orín de las ovejas se calentaba las manos, porque era una pasada el frío y la lluvia.

–¿Cómo transcurre una jornada de trabajo normal de cada una de ustedes?

«Cuando empiezan las ovejas a parir mi jornada empieza a las cinco y media de la mañana: tengo que ir al matadero con los corderos vivos»YOHANA MENDOZA

Y.: Según la época del año, pero cuando empiezan las ovejas a parir y a nacer los corderos mi jornada empieza a las cinco y media de la mañana: tengo que ir al matadero con los corderos vivos y al día siguiente los voy a recoger para llevarlos en el furgón que tengo acondicionado a los restaurantes y carnicerías, aparte de repartir quesos, estar en la tienda, subir al cortijo de Pavón. Todo eso aparte del niño.

B.: Un día en temporada alta de quesos, como vivo en El Agazal (Gáldar), me levanto a las cinco y media y subo a Pavón. Saco el queso del día anterior, lavo todo lo del día (moldes, prensa, mesa, cuba); limpio, doy vuelta y preparo los quesos para la venta, con sus etiquetas, que se lleva ella; y a las ocho y media empezamos a hacer queso mi madre y yo hasta la una que terminamos. Si me queda algo más pendiente, lo hago, y si no, bajo a mi casa.

–Ahora ya no viven con los padres, sino cada una en su casa.

B.: Cuando están en Pavón, cada uno vive en su casa: mi hermano en Marmolejos, mi hermana en Agaete y yo en El Agazal. Y cuando están de trashumancia en la presa, mi hermano y yo nos vamos con ellos. Y después, en verano, nos compartimos el trabajo en la tienda, o está Yohana, o estamos mi madre y yo.

Yohana Mendoza en la tienda del Centro de Interpretación Turística La Bodega, en Guía de Gran Canaria. | FOTO ISIDORO JIMÉNEZ

Y.: Sí, ellos están aquí el mes que me toca librar.

B.: En ese tiempo que están las ovejas secas, mi padre y mi hermano se encargan de cuidarlas, porque hay que ir a echarles un vistazo en la vuelta donde están, que es amplia. Hay que ponerles agua. Además, es época de cacería.

–Estando de aquí para allá, ¿cómo se compagina todo eso con el novio, la pareja, el hijo?

Y.: Es lioso. Cuando vengo del matadero tengo que pasar por casa a preparar a mi hijo, llevarlo al colegio… corriendo y estresada perdida –ríe– para seguir trabajando: que si tengo que repartir antes de abrir la tienda, que si tengo que ir a por más queso porque aparte de vender el nuestro debo recoger el de otros proveedores…

B.: Hasta hace poco tenía pareja y, sí, la distancia influye. En mes y medio que llevamos allá [en la presa de Las Niñas] he venido sólo tres veces. Y yo no tengo hijos, pero me imagino que será todavía más complicado que tu pareja, porque un hijo es un trozo de ti.

–¿Qué es lo que peor llevan y lo que más les gusta del trabajo que hacen?

Y.: Yo no llevo nada peor. Me gusta, me siento cómoda, disfruto. Es verdad que hay días más estresados, pero pones en la balanza lo bueno y el estrés y hay días de zafra y días más normalitos.

B.: Sí, hay días complicados.

–Terminamos, un recuerdo dulce.

B.: Cuando estaban de trashumancia, me encantaban los viernes y estar todos juntos el fin de semana.

Y.: Como ella, deseaba que llegara ese día, para estar todos juntos… Pero acabas de decir “dulce” y me has recordado el olor cuando entras a la cocina de tu madre y huele a queque o a tarta… porque mi madre hacía los fines de semana tortillas, bollos… Y los olores a potajes. Yo soy mucho de olores, me transmiten mucho. Y la sensación es: estoy en casa.

–Por cierto, hablando de olores y comidas, ¿a ustedes les gusta el queso o, como lo tienen todo el día delante, no lo comen?

Y.: Yo lo como todos los días ¡y una buena cuña!

B.: Esta semana –y la entrevista transcurre un miércoles–, en lo que estábamos allá nos comimos un queso.

Y.: El queso, el gofio, la leche y la carne nunca nos faltaron en la mesa.

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