Antonio Montesdeoca, el “capitán Varela”

“Todavía no me he recuperado del susto de mi papel”, dice entre risas durante la entrevista de su “Cita con el chef”. El músico y actor se encontró, para esta cita que organizó PELLAGOFIO, con el ‘chef’ Pedro Rodríguez Dios, que le dedicó unos mimos, merengues y suspiros. [Versión íntegra de la entrevista publicada en PELLAGOFIO nº 40 (1ª época, abril 2008)].
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Por YURI MILLARES
Fotografías por TERESA CORREA
La puesta en escena del musical Querido Néstor II recreaba el ambiente que se vivía en Gran Canaria en el año 1958. Eso sí, además de con música, con mucho humor para conmemorar el centenario del nacimiento de Néstor Álamo. Su argumento gira en torno a la visita de unos músicos cubanos que llegan a la isla, al frente de los cuales viene Carlos Varela y Ferrer, es decir, el capitán Varela.
En la obra se le presenta como “comisionado por su gobierno, cuestionado internacionalmente y amenazado por los rebeldes de Sierra Maestra, para encabezar una delegación cultural que viaja hasta Las Palmas con motivo de la inauguración de la Casa de Colón. Es un habanero coñón y mujeriego, con ambiciones literarias frustradas, que se considera el mejor poeta del mundo en una curiosa especialidad: la improvisación versificada, en sonetos y décimas, de pedos o ‘flatulencias estomacales’. Siempre lleva puros en el bolsillo superior de la chaqueta, que va regalando con generosidad caribeña”.
El éxito del capitán Varela ha sido rotundo y ha cobrado vida de nuevo en otro musical (donde se recrea de modo hilarante un programa de radio de la época) en el que es el protagonista principal, interpretado de nuevo por Antonio Montesdeoca Torres que parece que nació para llevar ese uniforme… sobre un escenario. Hemos enfundado al músico y actor en su traje de capitán –pero sin puros– para presentárselo al chef Pedro Rodríguez Dios (que también sigue cosechando éxitos en su carrera profesional: ahora, mejor jefe de cocina 2007 de los Premios de Gastronomía de Diario de Avisos).
«Probablemente soy coñón, por lo que me dicen los amigos y la gente, y soy aficionado a los versos improvisados»

–Eso es responsabilidad y culpa de Manuel González, el director de Mestisay, mi hermano putativo por llamarlo de alguna manera. Se le ocurrió el personaje del capitán Varela para que lo interpretara un amigo y actor cubano, que es Luis Alberto Álvarez, y cuando no pudo me encasquetó el papel a mí: yo iba a ser en esa obra un personaje más cercano para mí, más querido, que era el de un guardia municipal de la época y va y me cambia el papel… todavía no me he recuperado del susto.
–Al capitán Varela se le presenta como mujeriego, coñón y aficionado a los versos improvisados. ¿Qué hay del personaje en el actor y viceversa?
Probablemente soy coñón, por lo que me dicen los amigos y la gente, y soy aficionado a los versos improvisados. Mujeriego, nada más que con una.
–¿Lo llaman ahora “capitán Varela” en vez de Antonio?
Sí. El espectáculo y la promoción publicitaria han hecho que la gente te reconozca en la calle y te ocurran cosas alucinantes, como decirme alguien que “está bueno el negocio que va a montar en Las Palmas” y yo no entendía nada. ¿Qué negocio? “¿Usted no va a abrir un cabaret? –se ríe.
–Lo cierto es que el éxito del personaje que interpreta en Querido Néstor II ha sido tal que ha tenido secuela en otro musical: El cabaret del capitán Varela. ¿Lo cubano engancha al canario?
«Tengo un tío de mi abuela que siempre me impresionó porque cada vez que hablaba lo hacía en décimas. Yo pensaba que los cubanos hablaban así»
–Evidentemente. Siempre. Vengo de familia con emigrantes de los primeros años del siglo XX a Cuba. Tengo un tío de mi abuela que siempre me impresionó porque cada vez que hablaba lo hacía en décimas. Yo era muy niño cuando eso. Cualquier cosa que dijera, hasta pedir un café, lo hacía en décimas y yo pensaba que los cubanos hablaban así.
–¿Con qué se ha quedado más a gusto el público que ha acudido a ver El cabaret del capitán Varela?
–Sin desmerecer la parte teatral y, por supuesto, la parte humorística de Matías Alonso (que es bestial y tiene al auditorio desde el primer momento hasta el final con la sonrisa y la carcajada): la música le encanta a la gente. Creo que el repertorio está muy bien elegido, Manuel lo eligió muy bonito y además hilvana con todo el espectáculo. Recordar boleros antiguos es algo que a la gente le encanta: cuando tiren las bombas atómicas lo que quedará en el planeta serán las ratas y los boleros.
–¿Vivirá más aventuras este militar cubano coñón en tierras canarias?
–Espero que sí. Con El cabaret del capitán Varela tenemos nuevas contrataciones por las islas: Gran Canaria, Fuerteventura, La Palma. Y probablemente en la Península a final de año.

–Quizás la de isletero. Cuando digo isletero me refiero a algo que le sucede a todos los barrios de las grandes ciudades que son porteños. Tenemos una forma diferente de expresarnos, usamos mucho los movimientos de manos. A La Isleta le pasa eso; su gente, acostumbrada a vivir con las diferentes nacionalidades que pasaban por ahí, se entendía con las manos de forma increíble, no hacía falta estudiar inglés.
–Conoció los cines de barrio cuando la televisión era un lujo. ¿Qué echa de menos de aquellas sesiones cinematográficas?
–La añoranza de la época con los amigos. Éramos muy aficionados al cine y nos hicimos socios de uno que había en el barrio que ya desapareció, como todos los que había: el cine Litoral. Cuando ponían el ciclo de los hermanos Marx ya nos reíamos hasta con los títulos. Mi padre también era muy cinéfilo y con él me gocé de niño las matinés, proyecciones que se hacían a las cinco de la tarde, cuando yo salía del colegio.
–¿Cuál era el menú de la chiquillería de entonces mientras veían la película de turno?
–Chochos y chuflas. Y si te daba el dinero, un queque.
–Recomiéndenos, ya puestos, un plato que hoy día le haga segregar jugos gástricos en cuanto lo oye nombrar.
–Las carrilleras de cochino negro canario.
–Interpreta y viste a un capitán de la Cuba del dictador Fulgencio Batista. Si desertara y se fuera a la sierra con los barbudos, ¿qué se llevaría de comer en la mochila?
–Tamales. Una comida hecha a base maíz, tradicional de Cuba.
–Terminamos. Un recuerdo dulce.
–Suspiro de limeña, un postre que comí en un restaurante peruano en Madrid y nunca más me lo he vuelto a encontrar. Parecido a los polvitos.