Hans-Georg Korth, marino radiotelegrafista

“En los barcos fruteros había que medir la temperatura de los tomates varias veces cada día”, recuerda este marino alemán que trabajó como radiotelegrafista en alguno de estos navíos que transportaban tomates y plátanos de Canarias a Francia, Holanda y Alemania en los años 50 del siglo XX. La sección “Cita con el chef” de PELLAGOFIO lo reúne, virtualmente, con el ‘chef’ José Rojano (jefe de cocina del hotel Santa Catalina de Las Palmas) que le dedica una ensalada de tomate que creó como homenaje al médico majorero Carlos González Cuevas. [Versión íntegra de la entrevista publicada en la edición impresa de ]PELLAGOFIO nº 11 (2ª época, julio-agosto 2013)].
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Por YURI MILLARES
Traducción de LAURA HATRY
El matrimonio compuesto por Uta y Hans-Georg Korth conoció la isla de Gran Canaria, siendo jóvenes y solteros, cuando en los 50 él era marino en los buques que llevaban los tomates y plátanos canarios a Europa y ella (hija de un piloto de hidroaviones que unía Europa con América del Sur) estudiaba aquí español para ser azafata. Uta falleció recientemente, pero él acaba de cumplir 20 años fiel a esos paseos invernales por la playa de las Canteras que disfrutaron juntos las dos últimas décadas.
■ OJO DE PEZ / Conectados con Bremen Por TATO GONÇALVES La era digital nos ha permitido unir Alemania y Canarias en una sola imagen; por un lado a Hans-Georg Korth desde su casa de Bremen, y por el otro a José Rojano, jefe de cocina del Hotel Santa Catalina, en Las Palmas de Gran Canaria, con una exquisita milhoja de queso majorero, tomate, cilantro, cebollino, todo ligeramente bañado con aceite de albahaca ● |
–¿Cuántos años estuvo navegando y en qué tipo de barcos?
–En total diez años, cuatro de ellos en barcos de carga, seis en barcos de pasajeros.
–En Canarias llamamos “barcos fruteros” a los que transportan los tomates y plátanos a Europa. Usted viajaba en ellos ¿Cuándo? ¿Qué ruta hacía y en qué barcos?

«Las cargas hacia Canarias eran un verdadero problema para la naviera en los años 50. Bajo Franco no se importaba apenas»
–Por cierto, ¿qué llevaban esos barcos en los viajes de ida?
–Las cargas hacia Canarias eran un verdadero problema para la naviera en los años 50 y principios de los 60. Bajo Franco no se importaba apenas, faltarían las divisas. Así que normalmente fueron mercancías en piezas, de vez en cuando uno o varios coches, lavadoras, piezas de repuesto. Nada que realmente pudiera haber llenado los huecos. A eso se añadía el correo, pero los sacos tampoco pesaban mucho.
–¿Cuándo fue su primer contacto con las islas Canarias?
–Según mis notas, eso fue el 7 de diciembre de 1957, cuando llegamos al puerto de Las Palmas para recoger frutas con destino a El Havre, Róterdam y Hamburgo.
–¿Qué hacía durante los días que el barco estaba en puertos canarios: visitaba la ciudad, iba a algún restaurante favorito?
«En un baile del Club Náutico vimos que las jóvenes eran observadas con ojos de lince por sus madres»
–Había multitud de posibilidades. Al cumplir la jornada laboral (porque el trabajo seguía aún estando atracados en puerto y los marineros entonces no tenían derecho a un día de descanso), el que quería podía pasar su tiempo libre, nada más salir del muelle, en el entonces próspero barrio de bares y tabernas junto al puerto. Me acuerdo a menudo de la playa de las Canteras y de haber estado en los locales de baile por las noches. Uno de esos locales se llamaba Chi Pen o algo así. Si coincidía que era domingo, íbamos al Pueblo Canario y admirábamos a la jovencísima Mary Sánchez. Nos encantaba comer pulpo en su tinta con aquel maravilloso pan blanco canario, o papas arrugadas, o gambas al ajillo.
–¿Recuerda alguna anécdota de aquellas escalas?
–Una vez llegamos de noche a Las Palmas y un buen amigo del capitán vino a bordo para invitarnos a un baile de gala en el Club Náutico. Como es de suponer, no teníamos la ropa adecuada a bordo para tal evento, así que el uniforme tuvo que servir como traje de etiqueta. Nos lo pasamos muy bien, pero todas las jóvenes eran observadas con ojos de lince por sus madres, tías, etc. Otra anécdota: en las antiguas guaguas [en el original en alemán], los asientos estaban tapizados con felpa. Como forasteros en la isla, a menudo se nos ofrecía un asiento. La consecuencia era que casi siempre nos llevábamos una o varias pulgas pegadas, así que era mejor ir a pasear y de compras al casco antiguo en los grandes y bonitos coches americanos abiertos que entonces servían de taxis.
–Después se convirtió en turista que venía de vacaciones cada invierno a Canarias, con su mujer Uta. ¿Cuánto tiempo estuvieron viniendo juntos?
«En las antiguas guaguas los asientos estaban tapizados con felpa y casi siempre nos llevábamos una o varias pulgas pegadas»
–Después de algún que otro viaje por la Península, en febrero de 1992 llegamos otra vez a Gran Canaria. Tras el primer shock (mi mujer conocía Maspalomas cuando tenía tomateros, con un faro y un guarda que si se podía gritar lo suficientemente alto ofrecía hamacas, y un lago de agua dulce en el que aclarar el agua salada del cuerpo), descubrimos que en el centro histórico de Las Palmas y en las montañas del norte y noroeste de la isla, a las que ahora se podía llegar por carreteras pavimentadas, el “mundo seguía en orden”. Después hemos seguido yendo a la isla una o dos veces al año hasta 2010.

–¿Cómo se conocieron usted y Uta?
– En el barco, cuando Uta vino a recoger algo acompañando a una señora canaria.
–Antes de conocerse ustedes, ¿ella también había estado en Canarias en otras ocasiones?
–Sí, hacía ya algún tiempo. Quería ser azafata, y por eso aprendió inglés en Londres, francés en Suiza y español en Madrid y Las Palmas. Y gracias a ello podía asegurar siempre en todos nuestros viajes una comunicación inmejorable (porque también entendía el español con acento canario). Para mí era muy cómodo.
–El padre de Uta, Alfred Viereck, fue piloto de hidroaviones que repostaban en Las Palmas en los años 30. ¿Qué le contó Uta sobre su padre?
–El padre de Uta tuvo un accidente mortal cuando ella tenía nueve meses de edad. Todo lo que sabía de él, por tanto, era de oídas. Y alguien que muere joven, como es natural, se mantiene siempre radiante en la memoria y ser piloto en los años 1935-1936 era algo muy especial.
–Habiendo muerto el padre de Uta cuando ella era muy pequeña, ¿hizo que sintiera curiosidad por conocer los lugares por donde él había volado?
–No, en principio no. El lugar en el que ocurrió la desventura fue el delta del río Gambia y ella nunca quiso ir allí. Pero sí que le hubiese gustado visitar la isla Fernando Noronha. Allí se traspasaba a hidroaviones brasileños el correo que había llegado desde Las Palmas y los pilotos y sus tripulaciones le tenían mucho aprecio a este lugar.
–Volviendo a Canarias, ¿qué es lo que a Uta y a usted les gustaba de estas islas?
–El interior de Gran Canaria, las montañas, los pueblos pequeños lejos de los autobuses turísticos y los jeep-safari, los amaneceres y los atardeceres en el mar, los pequeños bares; pero también Las Palmas con su gran oferta turística y cultural.
–¿De qué excursión guarda el mejor recuerdo?
–Una excursión habitual, cuando aún no existían autopistas ni tantas carreteras asfaltadas, era ir a ver el Dedo de Dios y otra, ir al Roque Nublo.
«En nuestros viajes por Gran Canaria a Uta le gustaba mucho comer potaje, que sabía distinto en cada bar»
–¿Hay algo en especial que les gustara comer cuando venían a Gran Canaria?
–Solíamos preguntar qué tenían como sugerencia del día en la cocina. En nuestros viajes a Uta le gustaba mucho comer potaje [en el original en alemán], que sabía distinto en cada bar.
–¿Cuándo fue la última vez que vinieron juntos?
–En diciembre de 2009, pero ya estaba enferma.
–Y usted, ¿ha vuelto a viajar aquí después de fallecer Uta?
–Sí, voy regularmente a finales de otoño, disfruto del sol, de los paseos por la playa y de los viajes en autobús por la isla.
–Terminamos: un recuerdo dulce.
–Los mejores recuerdos siempre son los que vive uno mismo, pero también tienen que ver con la isla en los años 50.