José María Millares, Premio Nacional de Poesía

“Los censores, entre ellos Camilo José Cela, lo devolvían todo hecho unos zorros”, dice el poeta en uno de los momentos de la entrevista, dentro de la serie “Cita con el chef”, que reunió al entrevistado con el cocinero Alexis Álvarez, jefe de cocina del restaurante Los Guayres, en el hotel Cordial Mogán PLaya (Gran Canaria) que le dedicó un plato de sardinas marinadas con manzana, aguacate y jaramagos . [Versión extensa de la versión impresa publicada en PELLAGOFIO nº 43 (1ª época) y PELLAGOFIO nº 1 (2ª época, junio 2012)].
Por YURI MILLARES
Fotografías de TATO GONÇALVES
El 8 de septiembre se cumplirán tres años del fallecimiento de José María Millares Sall, que tuvo en su último año de vida (2009) la gran alegría de recibir el Premio Canarias de Literatura y de ver cómo diversas editoriales de Santa Cruz de Tenerife, Santiago de Compostela, Barcelona y Madrid anunciaban la aparición de nuevos poemarios suyos. Sin embargo, sus ojos se cerraron para siempre sin poder ver todos aquellos libros ya impresos, ni cómo en octubre de aquel año era el protagonista del stand que el Gobierno de Canarias instaló en la Feria del Libro de Frankfurt. Ni pudo disfrutar del mayor éxito de su vida: el Premio Nacional de Poesía que se le concedió por su libro Cuadernos (2000-2009) publicado aquel año. PELLAGOFIO lo había entrevistado ese mismo verano para esta sección, pero la edición impresa quedó interrumpida hasta ahora, que vuelve a su cita con los lectores en formato papel.
■ OJO DE PEZ / Con ganas de aprender Por TATO GONÇALVES Fue una sesión que se hizo querer, por tener que aplazarse la primera cita a otra ocasión más propicia para la salud de José María Millares Sall. Y al fin nos recibió. La lúdica espontaneidad del poeta junto a los altos conocimientos culinarios del restaurador Alexis Álvarez dejaron al fotógrafo unas ganas enormes de aprender en ambas materias ● |
–¿Es usted el rey del mambo o es que las estrellas se han alineado de modo propicio? –se inicia la entrevista con la primera pregunta en tratamiento de “usted”, aunque el entrevistador pasa enseguida al instintivo y familiar tuteo por tratarse de su tío.
–No, yo no soy ni rey del mambo ni de nada. He sido una persona quizá demasiado generosa con los demás, nunca he pedido nada a nadie y no me arrepiento de ello. Me han premiado no sé por qué, porque, ya digo, nunca jamás he pedido nada a nadie.
–Vayamos por partes y retrocedamos un poco en el tiempo, naciste en 1921, hijo de un gran poeta y de una pianista que un terrible verano del 36 vieron llegar el infierno a sus vidas. Debías de ser un estudiante de 15 años, más o menos, con inquietudes y sueños que se truncaron.
«Si no llega a estallar la guerra civil pues hubiésemos sido todos chicharreros»
–Era muy mal estudiante. Lo que sí era es un buen lector. Pero cuando yo tenía 15 años estaba todavía en tercer año de bachiller y no sé si lo llegué a aprobar, no lo recuerdo. Pero como estudiante era muy malo, pésimo. De pequeño no, de pequeño yo estudiaba mucho y me daban siempre sobresalientes y matrículas. Pero ya mayorcito no, me iba a la biblioteca del Museo Canario y allí lo que hacía era leerme todas las novelas pacifistas, que estaban escritas por magníficos escritores, sin ir más lejos Erich Maria Remarque, Henry Barbusse (El fuego era un libro extraordinario), había muchísimos, ya no me acuerdo. Pero yo más bien a esa edad jugaba, me gustaba la guerra como todos los niños, claro, y me gustaba mucho leer esa clase de novela y por la mañana me dedicaba a mariscar. Nos íbamos a la marea, cogíamos bicharracos y cosas de estas y se las llevábamos al padre de Pepito Naranjo, que estaba en el Museo Canario, para que los disecara. Pero estudiante no; buen lector sí.

–Y aquel año, pues ocurre el golpe del 36, ¿qué repercusión tiene?
–En el año 36 mi padre acababa de llegar de Madrid. No lo cogió el Movimiento en Madrid de pura manganilla, de milagro. Venía con Agustín [Millares Sall] que tuvo la suerte también de irse con él, porque Agustín se marchó a Madrid para quedarse allí y hacer los estudios de Filosofía y Letras. Pero se vino con mi padre. Vinieron una semana antes de estallar el Movimiento. Inmediatamente apareció por casa, un domingo recuerdo que era, Agustín Espinosa, el escritor surrealista autor de El crimen, se llevó a mi padre a la carretera y le aconsejó… Mi padre después nos contó que le había aconsejado que el lunes, o sea, el día siguiente, fuera a Las Palmas y se adhiriera a la causa inmediatamente, ya que tenía el traslado a Lanzarote y la cátedra en Arrecife de Lengua y Literatura. “Que fuera, que no iba a perder nada por eso, que todo esto iba a durar muy poco y así no perdía el traslado”. [Juan Millares Carló marchó con la familia a Arrecife, pero no se adhirió al Movimiento, según documenta Selena Millares en el estudio de la obra y biografía de Millares Carló publicada en sus Obras completas. Nota del editor].
«El caserón era enorme, hacía 30 años que estaba cerrado y decían que había fantasmas»
“Giner de los Ríos, que era ministro [de Educación en la República] entonces, le había prometido a mi padre que de momento iba al instituto de Arrecife de Lanzarote en tanto se construía el de La Orotava, y que para el año siguiente iría allí como director. De manera que si no llega a estallar la guerra civil pues hubiésemos sido todos chicharreros, tú verás, nueve hermanos metidos allí dentro. Total, que nos fuimos a Lanzarote a la semana, rápidamente. Se logró sacar a Agustín [Millares Sall] del campo [de concentración] donde estuvo una semana y poco. Mi padre lo había sacado como menor de edad y como tal tenía que vivir bajo la patria potestad del padre, claro. Los militares en este caso se portaron bien, ya que lo desterraron y era algo así como un seguro de vida porque los falangistas no podían intervenir. Gracias a eso. En Arrecife nos tropezamos con una gente extraordinaria, magníficos amigos, nunca los olvidaré. Venían a casa de noche… Yo no, me iba a dormir; pero Agustín y Juan Luis [Millares Sall] se veían con Pepín Ramírez (que después fue presidente del Cabildo) y otros, a oír la radio. El caserón era enorme, hacía 30 años que estaba cerrado y decían que había fantasmas. Había sido una fonda en el siglo XIX, fíjate si llevaba tiempo aquella casa. Allí fuimos muy felices en el tiempo que estuvimos en Arrecife. Con amigos extraordinarios: César Manrique, Leandro Perdomo, Pepe Molina, Ginés Díaz, en fin, no los puedo recordar a todos, eran magníficos.
–¿Luego volvieron a Las Palmas o qué ocurrió?
«Otro sinvergüenza, Manuel Socorro Pérez, lo persiguió hasta el final. ¡Años estuvo persiguiendo a mi padre!»
–En efecto, nos vinimos. Mi madre enseguida cogió todo el oro que había en casa y lo entregó como oro para la patria, sin recibo y sin nada. O sea, que el que cogió aquello se lo quedó. Y a la semana justo de estar allí se recibe la carta dejando a mi padre cesante de empleo y sueldo. Se quedó sin saber qué hacer y se fue a la calle. Entonces mi madre me dijo: “¡Vete con él!”. Salí con él y al doblar la calle Obispo Codina hacia la catedral, nos tropezamos con el canónigo José Feo y Ramos, que había sido profesor de él en el colegio de San Agustín, de Latín, y siempre que nos veía le llamaba “Juanito”. Claro, había sido su alumno; y a nosotros nos tocaba la cabeza.
“Era feo como el demonio, o sea, hacía honor al apellido. Y mira qué suerte, o qué desgracia aquella, que subiendo Obispo Codina hacia la catedral este hombre que bajaba. Mi padre vio los cielos abiertos y se fue a él, como quien ve a su padre, igual. Y aquel canalla volvió la cabeza. Mi padre se quedó [en ese momento] con los brazos así, [extendidos,] y yo lo cogí y le dije “vámonos, vámonos”. Ese canalla, porque no tiene otro nombre, dio fe de lo que decía otro sinvergüenza, Manuel Socorro Pérez, que lo persiguió hasta el final. ¡Años estuvo persiguiéndolo! Nos fuimos a casa entonces. Ya no había nada que hacer. Entonces, el hermano de mi madre nos alquiló una casita [en la playa de las Canteras] frente a la Peña La Vieja, costaba 12 duros o una cosa así. Y allí empezó el calvario nuestro: no tener qué comer, pasar hambre (hambre de verdad); entrar en casa y no preguntar “¿qué hay de comer?”, sino “¿hay algo que comer?”. Mi madre nunca decía nada, pero nos estábamos comiendo su herencia y nosotros sin saberlo. Se iba desprendiendo de sus cosas, la plata, los muebles.
–Y en medio de toda esa situación familiar tan dura ¿cómo tenías todavía ánimos para escribir, para la poesía, para la música?
–Bueno, en aquella época yo lo más que hacía era caricaturas, igual que Juan Luis [Millares Sall], que era un gran caricaturista. Pero me di cuenta que Eduardo [Millares Sall, Cho Juaá] tenía una vis cómica muy superior a la mía. Así que me dije: pues dejo la caricatura y me dedico a escribir. Mi padre estaba más entregado a Agustín [Millares Sall], como era lógico por ser el mayor, y yo me dediqué a estudiar solo, la preceptiva literaria. Me costó mucho. Me costó años conocer lo que era un endecasílabo, cómo era un soneto. Hice de todo. Pero todo eso lo hacía como ejercicio literario, nunca pensé publicar nada de aquello. Lo mío yo pensaba que tenía que ser otra cosa. Hice muchos sonetos, cientos de sonetos, pero sólo publiqué tres en mi vida. Tercetos encadenados, acrósticos, hice de todo.
«Me di cuenta que Eduardo [Millares Sall, Cho Juaá] tenía una vis cómica muy superior a la mía. Así que me dije: pues dejo la caricatura y me dedico a escribir»
“El primer librito que publiqué fue escrito en verso libre (ni cuartetos ni nada) pero con los acentos puestos en su sitio; eran endecasílabos, eneasílabos, alejandrinos. No sé quién dio el soplo, pero se lo dijeron a Juan Manuel Trujillo que era quien llevaba la colección. Leyó aquello y dice: “Aquí hay un poeta”. Y me publicó enseguida. Y el segundo salió a los dos o tres meses del primero. En realidad era el mismo libro, pero Agustín [Millares Sall], como siempre, se enteró y le puso el nombre [al primero]. Yo lo iba a llamar Canto a la tierra, que fue como se llamó después el segundo. Pero él: “¿Por qué no le pones A los cuatro vientos?” No me gustaba, pero siempre aceptábamos las cosas del [hermano] mayor. Y de ahí salió ya Antología cercada y participé con ellos. Esos dos números se mandaron a María Rosa Alonso [Escritora e historiadora tinerfeña, propuesta por el Gobierno canario como figura central del Día de las Letras Canarias en 2010. Nota del editor], que se portó con nosotros de maravilla, porque siempre contestaba y nos animaba a seguir escribiendo. María Rosa Alonso, por la causa que fuera, se tuvo que marchar de España y se fue a Venezuela, entonces la sustituimos por Vicente Aleixandre, a quien le mandábamos las cosas. Era otra bellísima persona y también nos animaba a escribir.
–Y después llegó, en esa cronología, el poemario Liverpool, señalado por los críticos de entonces y de ahora como rompedor, como una rareza en aquellos tiempos. ¿Qué brecha rompió en aquella poesía de los años 40?
«El primer librito que publiqué fue escrito en verso libre (ni cuartetos ni nada) pero con los acentos puestos en su sitio»
–Sí, aquello lo hice quizá inconscientemente, no sé por qué. Yo quería romper con todo lo que había aprendido y emplear un lenguaje diferente, distinto, pero no fue aceptado por mis compañeros. Ellos llevaban varias colecciones: “El arca”, de Ventura Doreste, y la que llevaba Juan Manuel Trujillo que era “Cuadernos de poesía y crítica”.
–Tuviste que editar tu propio libro.
–Sí, escribí ese libro y en vista de que no había manera de publicarlo, me dije: pues voy a hacer yo una colección. Ya llevaba trabajando en la compañía Trasmediterránea muchísimos años. Había entrado por Juan Luis [que fue movilizado], pero después vino Agustín y como él era excombatiente pasó a ocupar mi puesto. Y yo encantado, claro: antes de que entrara otro, que entrara él. A mí me dijeron “puedes venir cuando quieras” y yo iba todos los días, de nueve a una, de tres a seis y, después, iba de noche a hacer las horas extras que es lo que me pagaban, a una peseta y pico la hora. Me estaba hasta las tres y las cuatro de la mañana despachando barcos. Sin comer. Y así fuimos tirando.

–¿Y cómo fue la tarea de emprender tu propia colección para sacar Liverpool?
–Liverpool entonces sale gracias a que en Trasmediterránea, casualmente, me hacen fijo [al inicio del verano de 1949] y me dan dos años de antigüedad, y por primera vez me dan la paga extra de julio. No lo pensé dos veces e inmediatamente lo invertí todo en “Punto y aparte”.
–Que es como se llamaba inicialmente la colección, ¿no?, antes de aparecer como Planas..
–Eso está aclarado cuando se publicó toda la obra [de Planas de poesía] en facsímil. Que fue cuando, por segunda vez, se publicó Liverpool.
«Todo lo que pasara de 32 páginas tenía que ir a Madrid, donde estaban los censores, entre ellos Camilo José Cela. Lo devolvían todo hecho unos zorros, todo tachado»
–Tengo entendido que ese libro y otros de aquella época tenían 32 páginas, para que quedara en manos de la censura local. Porque si tenía más páginas iba a Madrid donde pasaba una censura más dura.
–Eso estaba impuesto por el Gobierno central, o sea que lo mismo Barcelona, Bilbao, Sevilla, Valencia o cualquier capital de provincia tenía que pasar por esas 32 páginas. Todo lo que pasara de 32 páginas tenía que ir a Madrid, donde estaban los censores, entre ellos Camilo José Cela. Lo devolvían todo hecho unos zorros, todo tachado, todo hecho una porquería. Yo intenté, antes de publicar poesía, hacerlo con cuentos canarios. Pancho Guerra, por ejemplo, no llevaba más que dos cuentos de Pepe Monagas publicados en el Diario de Las Palmas. Y yo pensando en mis abuelos, en las Canariadas de antaño, publiqué una cosa que se llamaba Trinca parai la escota. Me lo ilustró Manolo [Millares Sall], con dos dibujos.
–¿Y fue publicado en la prensa?
–En el Diario de Las Palmas. Es un tipo que va pidiendo dinero y el dueño de la factoría le podía prestar tal cantidad de dinero y entonces le contestaba “trinca parai la escota”… Ya no me acuerdo, habría que leer el cuento. Fue hace muchos años.
–¿Recuerdas en qué año se publicó?
–Eso se publicó en los años 40: 42, 43. Una cosa así.
–Y en el 49 sale Liverpool...
«‘Liverpool’ es el canto a un puerto y un libro social al mismo tiempo, allí verás que en un puerto la prostitución, el hambre o el venderse por un vaso de leche estaban a la orden del día»
–Ya eso fue poesía.
–¿Qué simbolizaba el nombre de Liverpool?
–Bueno, eso era muy sencillo. Yo iba, como decía antes, todas las noches a hacer horas extras y lo primero que me encontraba en aquel muelle, destrozado, lleno de piedras, con la caseta de madera montada sobre unos pilones, las ratas por allí danzando, me encontraba con piñas de plátanos, seretos de tomates y todo con el nombre Liverpool, Liverpool, Liverpool. Un nombre que se me quedó y al pensar entonces en publicar ese libro, como se trataba del canto a un puerto, lo elegí. Y es un libro social al mismo tiempo, allí verás que en un puerto la prostitución, el hambre o el venderse por un vaso de leche estaban a la orden del día. Los obreros, los que trabajaban la carga blanca, la carga negra, todo eso se refleja en “Liverpool” [poema que da también título al libro] lo mismo que en los otros poemas.
–En esos años, antes y después de Liverpool, habías visto también otros puertos canarios. Hablaste de Arrecife…
–Yo había publicado en prensa teatro. Porque los periódicos que autorizaba el régimen eran periódicos de deportes. De ahí viene Pronóstico, que lo llevaba Leandro Perdomo, y allí lo de menos era el deporte. Ahí publiqué yo La fábrica, muchos poemas, cuentos y dos obritas de teatro: una se llamaba Mi Navidad, otra se llamaba La guerra, en verso. Aquello no tiene ningún valor literario; valor curioso, únicamente. Donde yo me sentí más compenetrado fue cuando escribí “Liverpool” y los otros poemas, “Hong Kong”, “Número tres”, “Dos y media”, la mayoría de ellos muy sociales. Tuve una crítica por parte de mis compañeros. Uno de ellos (eso lo sabe todo el mundo porque Teresa Cancio cuando hizo la tesis doctoral sobre [Pedro] Lezcano lo señala claramente), por la poca simpatía que me tenía y la mucha simpatía que tenía por Agustín [Millares Sall].
–Vamos a hablar del puerto, donde estabas despachando los barcos, ¿qué recuerdas de los viajes en correíllo?
–Bueno, el correo salía a las doce, hacía escala en Gran Tarajal y Puerto Cabras y continuaba después viaje y llegábamos por la tarde a Arrecife. En Arrecife ese día era un acontecimiento. Iba dos veces a la semana y claro, la llegada del correíllo le daba vida a Lanzarote. La gente veías tú como corría para un lado y para otro. Unos por las cartas, otros que eran comisionistas, los paquetes esto y lo otro.
–En el muelle se montaba entonces un hervidero de gente.
–Sí, sí. Esos dos días eran casi festivos.
–¿En otras islas era igual?
–En otras islas no lo sé. Yo fui muy poco amigo de viajes.
–¿No eres viajero, entonces?
–No. Yo me encerraba en casa.
«‘Ritmos alucinantes’ lo escribí en la oficina en Madrid, me sentaba y a máquina taca-taca-taca, parecía que estaba escribiendo cartas. Y lo escribía directamente»
–Volvamos a la poesía entonces. Los críticos también te señalan como un poeta con gran conocimiento de la métrica, pero muy libre a la hora de aplicarla. ¿Por qué ese afán por buscar el verso libre?
–Yo escribía con métrica. Lo hacía como ejercicio literario. Después me vi obligado, para seguir el ritmo de los demás, a escribir casi toda la obra en endecasílabo. Rima nunca. La rima la odiaba. De ahí nace, por ejemplo, Los espacios soñados. Y Ritmos alucinantes, que fue lo que dio [inicio a] la segunda etapa de Planas: ese libro lo escribí yo en la oficina en Madrid, me sentaba y a máquina taca-taca-taca, parecía que estaba escribiendo cartas. Y lo escribía directamente. Algo tuve que corregir, claro.
–Sí, porque a mitad de tu vida (ahora tienes 88), con cuarenta y tantos estabas en Madrid viviendo y trabajando. Y frecuentabas tertulias, creo.
–Eso de las tertulias fue al principio, cuando nos fuimos a Madrid por primera vez, en los años 50. Yo antes de eso me había puesto en contacto con muchos de los poetas a través de una colección que yo hacía mecanografiada poeta por poeta y libro por libro, dedicado; por ejemplo, ponía “este ejemplar está dedicado al poeta fulano de tal y cual”. Todo con un seudónimo, claro: Juan Martín El Empecinado. Y se llamaba “La hora actual”. Y tengo la primera carta que recibí de Leopoldo de Luis, que escribe como si no me conociera. No quiso. Ya los demás, como les escribí diciéndoles quién era, se soltaron y perdieron un poco el miedo, sabían que estaban en buenas manos, que yo no iba a hacer uso de una denuncia. En el caso de que me cogieran yo era una persona que jamás en la vida denuncié a nadie. De mi boca nunca salió el nombre de nadie. Incluso cuando me tuvieron debajo del agua, que me tuvieron 72 horas [bajo tortura]. Eso es inolvidable: mirarme las manos y no saber dónde estaban, de las tinieblas. Eso no se lo deseo a nadie. Yo pensé que me meterían en un barco y que me arrojarían al mar o me darían un tiro. Pero la gente se portó muy bien, el pueblo. Yo creo que fueron las primeras pintadas “libertad para tal” que salieron aquí en Las Palmas. No hablo de otros sitios. Y no solamente el pueblo, sino muchísima gente estaba indignada por lo que se había hecho con unas personas que nunca habían molestado a nadie. ¿Por qué les hacen esto ahora? ¿Por qué detienen a esta gente? El secreto era un dinero, una herencia… [Un episodio todavía por aclarar que se está investigando. N. del e.]
–Entonces enviabas a distintos poetas tus escritos antes de ir a Madrid.
«En la librería Ínsula había unos sótanos con un montón de libros todos prohibidos y allí nos reuníamos Enrique Azcoaga, Gabriel Celaya, Leopoldo de Luis»
–Cuando fuimos a Madrid ya me conocían, claro. Y entonces nos reuníamos en los sótanos de la librería Ínsula. Tenía unos sótanos con un montón de libros todos prohibidos y allí nos reuníamos. Allí estaba Enrique Azcoaga, Gabriel Celaya, Leopoldo de Luis (un gran amigo), José Hierro. Yo me daba cuenta, fíjate tú que cosa, de que estaba en la cresta, entre los poetas principales de aquella época, y, sin embargo, yo no… Tanto es así que Leopoldo dio una conferencia y me lo dijo: “Mira, esta tarde en la calle Barquillo hay una conferencia sobre ti”, sobre Árbol de la unidad, que está inédito, un libro muy político. Y yo se lo había mandado a él en esa colección artesanal de que te hablé antes.
–¿En Madrid qué hacías más: escribir o ir a tertulias?
–En Madrid íbamos casi todos los días a las conferencias que se daban, porque pertenecía a Investigaciones Científicas y Franco no lo podía tocar, ni la censura podía intervenir (El Museo Canario pertenecía a Investigaciones Científicas y de ahí el porqué nosotros podíamos leer cosas. Y la policía se metía ahí dentro y se tenía que aguantar. Claro, nosotros procurábamos ser muy reservados, más que nada por la directiva, procurábamos hacer las cosas tranquilos). En los sótanos de la librería Ínsula hacíamos la tertulia y casi todas las tardes nos íbamos al Instituto de Investigaciones Científicas. Allí me acuerdo de ver al pobre Gerardo Diego, un hombre muy católico, muy religioso, pero era contrario al régimen. El hombre se sentaba y parecía un cirio, en medio de todos los muchachos jóvenes que se reunían; y él muy serio.
«En el Instituto de Investigaciones Científicas me acuerdo de ver al pobre Gerardo Diego, un hombre muy católico, muy religioso, pero era contrario al régimen»
–¿Escribías poco en Madrid?
–Iba a las tertulias. Escribir, también escribía. E incluso le escribí una carta a García Nieto, que era del régimen. Él llevaba una revista que se llamaba Poesía y yo le mandé un poema. Le explicaba en la carta que yo había estado procesado y en la cárcel por esto y por esto. Y le mandaba un poema que se llama “Aire España”, un poema fortísimo. Me lo publicó y estando en el Ateneo me dice Leopoldo de Luis: “Vete a la cafetería, allí tienes un dinerillo que cobrar”. “¿Yo, de qué?”. “Oh, de la colaboración que has hecho, te dan 20 duros”, dice. Digo: “A mí me da vergüenza ir a cobrar eso”. Y de verdad me daba vergüenza ir a cobrar 20 duros por un poema, una cosa que yo hacía a patadas, a centenares todos los días. Yo no paraba de escribir. Nunca paré de escribir. Con Pino [Betancor] a mi lado, la pobre aguantándome aquello. Ella mirando la televisión y yo con la televisión delante pero como si no estuviera. Yo se lo dedico todo a ella, porque después de todo ella se sacrificó, que le gustaba tanto salir.
«Yo no paraba de escribir. Con Pino [Betancor] a mi lado, la pobre aguantándome aquello. Ella mirando la televisión y yo con la televisión delante pero como si no estuviera. Yo se lo dedico todo a ella»
–Y aparte de escribir mucho y ser poeta, eres músico.
–Si yo llego a estudiar música… Le pusieron profesor de música a mis hermanos Agustín y Juan Luis, los más negados.
–Pero llegaste a componer “De belingo”, que hoy en día es una pieza parrandera que no falta en ninguna fiesta canaria, y “Campanas de Vegueta” que es una canción muy sentida hacia la ciudad de Las Palmas.
–Sí, todo lo que tú quieras, pero yo no hubiera hecho jamás eso. Es una de las pequeñas travesuras que yo hice, porque todo eso lo hice yo en un mes, 80-90 canciones. Pero todo eso está recogido en cintas magnetofónicas.
–O sea, que hacías música, hacías dibujos y haces poesía como un torrente que no tiene fin.
–Sí. Yo hubiera sido cualquier cosa. De esos tres temas lo que he hecho de verdad es poesía, que es lo más difícil y lo que menos rendimiento te da.
–¿En qué momentos de la vida te has sentido más inspirado?
–Yo no te puedo decir la verdad en eso, porque siempre he estado inspirado. Yo me siento ante el ordenador y no sé lo que voy a escribir. No lo sé. Yo me levantaba de la cama a la una de la mañana y me estaba hasta las cuatro o las 5, o hasta la hora que fuera: hasta que no escribiera 20 poemas no me levantaba [de la silla]. Y los 20 poemas, todos improvisados. Hay libros que desconozco de qué tratan, porque yo lo grapaba y lo metía ahí dentro [en la estantería] y ya no lo volvía a ver. Yo entregué los libros Cuartos y Celdas a Lázaro [Santana] sin saber lo que le entregaba.
–¿Escribir para José María no es un oficio, sino una necesidad vital como respirar?
–Sí. Para mí es tan vital como eso. Es respirar. Yo respiro la palabra. O me ayuda a respirar. Hay veces que estás más lúcido y otras veces menos, eso es así porque la naturaleza es así, pero cuando tengo la mente lúcida me salen las cosas bordadas, no tengo que corregir. Porque otras veces tengo que coger el poema, darle vuelta, hasta que acabo los 20. Ahora me he quedado en diez, hago diez.
–Ese es tu alimento, entonces.
–Sí. Para mí es todo.
–Ser poeta y aficionado al buen comer, ¿son cosas compatibles o incompatibles?
–No, yo la comida nada. Lo que me pongan. La comida no la saboreo. Si no me gusta digo “eso no me gusta”.
–¿Qué hay que hacer para ganarse a José María por el estómago?
–Pues nada, me das un libro de poemas y a lo mejor me abre el apetito.
–Entonces, para asuntos del comer, ¿qué es lo que te gusta?, que todavía no me he enterado.
«¿A ti se te ha hecho alguna vez la boca agua? Yo sé lo que es eso. La boca: agua, ¡agua! Yo escachando aquellos plátanos y la boca… se me salía la baba como a los viejos [de] pensar que me iba a comer aquello»
–¿El comer? ¿Pues qué quieres que te diga? A mi me gustaban las sardinas. Hombre, si me dices ¿qué prefieres? Pues mira, si hay tollos dame tollos. El gofio con plátano escachado, pero eso por el hambre. Porque cuando no comíamos el alimento nuestro era plátano escachado. ¿A ti se te ha hecho alguna vez la boca agua? Yo sé lo que es eso. La boca: agua, ¡agua! Yo escachando aquellos plátanos y la boca… se me salía la baba como a los viejos [de] pensar que me iba a comer aquello. Y que no se acababan de escachar, coño, porque algunos estaban duros –ríe–. La vida nuestra fue una tragedia.
–Y terminamos: un recuerdo dulce.
–¿Un recuerdo dulce? Un recuerdo agradable –hace una pausa de dos segundos…–. Pues quizás sea la llegada a Lanzarote. Vernos con el cariño con que nos acogieron casi todos ellos. Las amistades que hicimos allí. Vamos, “dulce”, no es exactamente dulce, porque dulce entiendo yo que es algo de comer.
–También puede ser dulce en el sentido de algo entrañable, afectuoso.
–Eso. La acogida de Lanzarote fue extraordinaria. La peor de todas para mí, cuando era niño, fue lo de José Feo. Aquel volver la cabeza, el ver a aquel padre con los brazos así –abiertos– y ver a aquel hombre cómo le vuelve la cabeza…
–¿Ya te sientes mejor que antes? Se te ha ido pasando el dolor [José María ha hecho la entrevista acostado en la cama, con un paño húmedo en la frente y una bolsa de agua caliente en la barriga, con pausas en su hablar cuando el dolor repuntaba. No quiso aplazar a otro día la cita para la entrevista.]
–De vez en cuando, pero como estoy hablando…