Cita con el chef

Martín Chirino, escultor a yunque y martillo

“Los artistas hemos tenido que pringar mucho en este mundo”, afirma durante la entrevista que celebró en el estudio de la fotógrafa Teresa Correa para la serie “Cita con el chef”. En la sesión fotográfica compartió escenario con el cocinero Pedro Rodríguez Dios, que creó para él un postre inspirado en algunas de sus obras escultóricas más conocidas que tituló: Espirales de reineta Martín Chirino. [En PELLAGOFIO nº 42 (1ª época, junio 2008)].

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Por YURI MILLARES y BERNARDO ASCANIO
Fotografías de TERESA CORREA

Nació en marzo de 1925 en Las Palmas de Gran Canaria, a la orilla de una playa –las Canteras– que siempre visita cuando está en su ciudad. Es el artista canario en activo más universal, y mantener una conversación con él es disfrutar de un ejercicio de lucidez e inteligencia. Martín Chirino (Premio Nacional de Artes Plásticas 1980) ha estado una vez más en la urbe donde se crió y en cuya universidad –¡ya era hora!– acaba de ser nombrado doctor honoris causa. Con la amabilidad que le caracteriza, también acudió a la cita con PELLAGOFIO y el chef Pedro Rodríguez Dios, que en esta misma página ofrece otra de sus espléndidas creaciones; en este caso, inspirada en la obra del gran escultor.

–El estudio, en Madrid; ¿el corazón, en Las Palmas?

–Es una pregunta muy difícil. Tengo que reconocer que mi corazón lo tengo dividido y roto: un poquito aquí [en Las Palmas], un poquito en los Estados Unidos, un poquito en Madrid, donde quiera que he vivido porque el corazón es la memoria.

«La playa de las Canteras es preciosísima; pero lo que han construido alrededor es tercermundista»

–¿Qué recuerdos le trae la playa de las Canteras?

–Pues tengo que decir que anteayer caminé por ella y tuve uno de los días más tristes de mi vida. La playa, en lo que es su geografía y orografía, es preciosísima; pero lo que han construido alrededor no, es tercermundista, es mucho peor que el barrio neoyorquino donde viven los puertorriqueños y otras clases deprimidas.

–Al otro lado de la playa, la bahía portuaria. ¿Fueron los primeros hierros que vio, tocó, olió?

–Sí, claro. En los astilleros, los varaderos donde trabajaba mi padre. Aquello fue muy hermoso. Y sobre eso sí que tengo recuerdos, aunque vivir del recuerdo es un error. Pero la imaginación es potente y te ayuda a vivir, porque si miras la realidad estás perdido.

Martín Chirino, cómplice de la cámara y del ‘chef’ Pedro Rodríguez, durante la sesión fotográfica para PELLAGOFIO.
–¿Qué otros aromas despiden esas vivencias? ¿Alguno vinculado a la cocina?

–Tiene el aroma de la sal, del pescado. Claro que sí. Parecía que se comía y se tocaba todo aquello. Ahora, yo lo mantengo en el recuerdo nada más. Si me pides que lo defina no podría, pero sí que lo siento.

–En la última Documenta, Ferrán Adriá es el único español representado. Ahora está nominado al Príncipe de Asturias de las Artes ¿Se apunta a la idea de que la gastronomía es un arte?

–Pues es que no lo sé realmente. La gastronomía puede ser un arte; puede ser cualquier cosa que queramos. Puede ser un invento. Pero pensando en lo que pasa en el mundo y sabemos que el nivel de supervivencia es dificultoso, hay cierto diletantismo en esto de la comida.

–¿Chirino es glotón o moderado en la mesa?

–Yo soy muy moderado. Apenas como. Los artistas hemos tenido que pringar mucho en este mundo como para decir que hemos sido los grandes gourmets.

«La imaginación es potente y te ayuda a vivir, porque si miras la realidad estás perdido»

–Pero, ¿qué es lo que no puede faltar en su mesa?

–Pues en eso soy, como dicen mis amigos, muy pijo. El mantel tiene que estar bien puesto, las servilletas tienen que ser perfectas, las copas de donde tengo que beber tienen que estar previstas. Es una especie de exquisitez que, más o menos, me he creado de vivir en las casas de los millonarios norteamericanos, para qué te voy a engañar.

–Se precia de usar las herramientas del herrero, ¿le da uso también a los utensilios de cocina?

–Me gusta. Mi cocina está bien apertrechada con todo lo que tiene que tener.

–Y hablando de herramientas, ¿cuáles son las que dan forma a sus esculturas?

–Mi yunque y mi martillo. Pero yo no hago esculturas, escribo escultura.

–¿Ve el reflejo de sus obras en algún plato que conozca?

–¿Tú sabes que ya tuve una experiencia anterior en Gijón? Era un cocinero que había trabajado precisamente con Ferrán Adriá y no sé si también tenía estrellas Michelín. Y la compañía para la que trabajaba compró un grabado mío, una espiral que parecía que emergía del mar y tenía colores muy nestorianos, como rojos, verdes y azules. Les gustó mucho y les estimuló, crearon entonces un plato con algas que tenían colores parecidos a los del dibujo. Todo aquello estaba suspenso en una especie de gelatina. Fue una experiencia divertida. Y no sólo eso, sino que cogieron uno de mis aeróvoros y lo hicieron de azúcar y lo pusieron en medio de la mesa, lo que pasa es que no se podía comer: era una cosa tan dura como los pirulíes que le dan a los chiquillos.

«Nueva York es la selva, pero tienes que ponerte todos los días las botas y resistir»

–Sabemos que recorre mucho mundo, le decimos unos nombres y nos explica qué le inspiran: Madrid.

–Decimos “de Madrid al cielo”. Es una ciudad extraordinaria porque, durante siglos y sobre todo durante la época de la represión franquista, estar allí era la única posibilidad de desarrollarte si querías hacer algo. Tu tío [Manolo Millares] y yo la llamábamos “el sumidero”, porque era donde las cosas se cocían siempre.

Chirino: “Yo no hago esculturas, escribo escultura”.
–Nueva York.

–Era una meta que tenía que cumplir. Ese prurito lo tuvimos la generación de los cincuenta: si no ibas a New York y no estabas realmente situado en él, no tenías predicamento. No sabes cómo lo lamento, pero hubo que hacerlo. Hoy en día voy a ver a mis amigos, pero no quiero saber nada, absolutamente nada, de Manhattan ni de todo aquello que estuve que estar transitando, día tras día, hasta conseguir lo que pretendía. No fue una experiencia tan hermosa; cuando vas allí a trabajar, es la selva. Pero tienes que ponerte todos los días las botas y resistir.

–Shanghai.

–Durante una conferencia en Shanghai una periodista china me dijo: “Usted que ha vivido mucho tiempo en Nueva York, ¿qué le parece Shanghai?”. Yo le dije: “Bueno, no me parece para nada Nueva York. Yo creo que es mejor, porque tiene otras pretensiones y, además, me gusta que tenga esta especie de virtualidad que no es real”. “¿Y usted cómo se siente ante eso?”, me dice. “Antes el corazón se perdía en Heidelberg*, pero a mí se me partió en Shanghai”. ¡No veas cómo se reían! Y es porque la expresión, cuando la traducían, es muy divertida para ellos. Al día siguiente estaba en todos los periódicos: “Martín Chirino dice que el corazón lo tiene partido”. Y entraba a la exposición y me aplaudían como locos, porque se lo pasaban de miedo –ríe también él–. Y eres todo el día como una estrella por todos lados.

–Berlín.

–Estuve en Berlín oriental cuando todavía estaba la muralla, siendo director del CAAM [Centro Atlántico de Arte Moderno], porque declararon a un catálogo que publicamos sobre los hombres de Gaceta de Arte como uno de los más hermosos del mundo. El premio se daba en Leipzig y pasé por Berlín oriental, que era horroroso. Pero acabo de volver y he visto la Puerta de Brandenburgo y he visto lo que ha hecho Foster, hay un cambio radical muy bello.

«Nunca he visto gente tan cainita, tan poco propicia a entender que tienen que celebrar lo que tienen. Estamos en el siglo XXI y vivimos todavía con esta pequeñez insular que no nos conduce a nada»

–La Bienal de Arte, Paisaje y Arquitectura de Canarias tendrá su segunda edición, en 2008, precedida de algunas polémicas. Después de su experiencia en el CAAM, ¿son inevitables en Canarias las polémicas en todo lo relacionado con la Cultura?

–No debería, pero en Canarias todo es muy polémico. Tu tío tenía una frase maravillosa: “Los técnicos de la mezquindad”. Manolo Millares vivió toda su vida con esa pesadilla, por cómo lo habían maltratado. Y es una frase desafortunada, pero afortunada, porque nunca he visto gente tan cainita, tan poco propicia a entender que tienen que celebrar lo que tienen. Estamos en el siglo XXI y vivimos todavía con esta pequeñez insular que no nos conduce a nada.

–Hay en proyecto una Fundación Martín Chirino. ¿Será un parto tranquilo?

–No hemos vuelto a hablar de eso. Yo se lo agradezco a Pepa Luzardo, que parece una persona muy lúcida y diría que [como alcaldesa de Las Palmas de Gran Canaria] amó muchísimo a su ciudad, digan lo que digan. Quiso hacer algo y me lo ofreció muy generosamente y ante esas cosas uno es débil. Pero si tengo que luchar por ello ahora, te digo que no estoy dispuesto. Ya he trabajado demasiado.

–Usted que ha vestido la etiqueta de un vino canario, ¿qué vino le gusta?, si es que le gusta alguno.

–Claro que me gustan. Me gustan todos… todos los buenos. El otro día el alcalde de Agüimes, muy simpático, me envió (además de un queso riquísimo) dos botellas de vino blanco seco que me sorprendió, Señorío de Agüimes. Muy exquisito. A mí me gustan mucho los vinos blancos y éste está muy bien.

«Fui un niño tumbado en una playa, que miraba al horizonte y quiso moverlo. Era mi sueño»

–Terminamos. Un recuerdo dulce.

–El otro día, en mi conferencia [de nombramiento como doctor honoris causa de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria] dije que yo había sido un niño tumbado en una playa, que miraba al horizonte y quiso moverlo. Era mi sueño. Ayer estuve en la playa, me senté lo más a ras posible de la arena y me di cuenta de que es una entelequia, que esto no hay quién lo mueva. Pero tengo ese buen recuerdo de una puesta de sol en la playa de las Canteras, un horizonte maravilloso con un sol inmenso. Eso es para mí un recuerdo constante: siempre que veo una puesta de sol en cualquier sitio digo que son más bonitas las de mi tierra.
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* Heidelberg es la ciudad alemana donde Friedrich Vesely “perdió su corazón” en 1925, en unos famosos versos que hicieron muy popular su canción Ich habe mein herz in Heidelberg verloren.

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