Cita con el chef

Nicasio Gómez, segador con guadaña

“Nunca jugué al boliche, ni supe bailar el trompo, para que vea que no jugaba”, dice este agricultor tinerfeño durante la entrevista que mantuvo para la serie “Cita con el chef”. En la sesión fotográfica con Tato Gonçalves se dio cita con los cocineros David Moraga Lorenzo y Fernanda Pérez Ravelo, que le dedicaron su plato de cazuela de cherne con trigo, papas negras y escaldón de gofio de cinco cereales. [Versión extensa de lo publicado en PELLAGOFIO Nº 2 (2ª época, julio-agosto 2012)].

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Por YURI MILLARES

Nicasio Gómez Reyes cumple 87 años en 2012. Su memoria, en el momento de publicar esta entrevista, ya ha perdido los recuerdos y vivencias que atesoraba como experiencia de una vida de entrega a los suyos: trabajar duro primero para ayudar a sus padres y trabajar duro después para sacar adelante a sus hijos. Esta entrevista, y la sesión de fotos en un campo de centeno en Los Rodeos, la pudimos hacer cuando aún tenía lucidez para transmitir la sabiduría de que hacía gala con gran modestia. Y mostrar cómo manejaba la guadaña, una herramienta prácticamente desconocida en Canarias pese a que algunos agricultores como él empezaron a usarla frente a la más extendida hoz en los primeros tiempos de la posguerra civil.

«Cuando llegamos a la finca había que cuidar vacas, veces chubascando, veces andando delante de las vacas porque no sabían coger todavía el surco. En fin, esa vida de niño [en la que] ese niño no supo lo que fue jugar, ni alegría…»

■ MAKING OFF

Tres años fue el tiempo transcurrido desde que la redacción de PELLAGOFIO se planteó entrevistar a Nicasio Gómez hasta que, finalmente, la entrevista apareció publicada en el nº 2 (2ª época) de la edición impresa mensual en julio/agosto de 2012. La historia de esa entrevista, de la foto del plato y las vicisitudes de la revista en todo ese tiempo, se explican en la edición del blog semanal que titulamos “Making Off’ de una Cita con Nicasio”

■ OJO DE PEZ / Entre el centeno

Por TATO GONÇALVES

El tallo del centeno casi se desgrana al recibir el certero golpe de la guadaña que manejaba el señor Nicasio. Las manos agarraban firmes la herramienta mientras segaba, también ante la cámara. No muy lejos, David y Fernanda entre pescados y trigos, piensan en él y elaboran el plato dedicado. Los tres posaron cerca de Los Rodeos, Tenerife ●

–Nació usted en el año 1925 en Tegueste. ¿Qué recuerda de su infancia, era un niño que jugaba o un niño que tenía que trabajar?

–Yo jugué poco. No tuve tiempo, ni mis padres, para que yo jugara. Éramos ocho hermanos, yo el segundo. A mi madre no le gustaba verme jugar a mí con otros niños en la carretera: o cuidando los niños o estudiando para cuando fuera a la escuela saberme la lección. Nunca jugué al boliche, ni supe bailar el trompo, para que vea que no jugaba. Los demás juegos, el correr, a la escondidilla, eso no era jugar. ¿Me comprende? Sígame usted preguntando.

–Tuvo que trabajar de muy joven. ¿Cómo ayudaba a los padres?

–Mi padre, cuando estábamos en Tegueste, trabajaba de jornal ganando cinco pesetas con un señor que le dijo, cuando a la terminación de la guerra no había trabajo ni dinero: “Mira, Agustín, si tú trabajas por cuatro pesetas eres tú primero que nadie. Pero por cinco pesetas tengo mucha gente que me trabaje”. Dice mi padre: “Pues yo teniendo donde ganar cinco pesetas no voy a trabajar por cuatro”. Mi padre era un hombre grueso, trabajador, y no prefirió trabajar por cuatro pesetas. Creo que hiciera bastante bien, pero la situación seguía poniéndose mal y entonces le ofrecieron una finca del marqués de Celada. Se marchaba el medianero porque ya era viejo y se la ofrecieron a mi padre. Pero para entrar en la finca había que tener arado, semillas, vacas. Ya sabe usted que costaría un capital y nos arriesgamos.

nicasio-segador-5“Yo no tenía los diez años cumplidos. Mi padre sabía hacer arados y mi abuelo ruedas de carretas. Un poco más abajo de la entrada de Tegueste para la plaza teníamos la casita donde vivíamos. Y estaba también la de mi abuelo que era una casa grande, de teja, y allí me cargó mi padre el timón del arado. Bajamos al Socorro, yo con el palo al hombro caminando desde Tegueste, mi padre con la cabeza, la reja y la telera, que no había carretera, sino un camino empedrado. Al llegar al Socorro se cogía por un barranco, que es el barranco de Molina, para después subir a la loma para venir aquí a Valle Guerra, con el palo al hombro, que de vez en cuando se dejaba en el suelo y aliviaba uno. Pero con el palo al hombro subir ese risco por arriba, trompieza en pencas, en tabaibas, lo malo que era, hasta que llegamos a esta finca. Conque se da cuenta que no pude jugar. Cuando llegamos aquí a la finca ya había que cuidar vacas, había que cogerle la comida, veces chubascando, veces andando delante de las vacas porque no sabían coger todavía el surco. En fin, esa vida de niño [en la que] ese niño no supo lo que fue jugar, ni alegría. Y es este niño, seguimos así, siendo de más grande ya empezaba a ayudarle a mi padre con más razón que de aquí para atrás.

«…En fin, que fui un esclavo desde 10 años. Y antes de los 10 años, porque antes no habían gas butano y había que traer la leña del monte»

“En fin, que fui un esclavo desde 10 años. Y antes de los 10 años, porque antes no habían gas butano y había que traer la leña del monte. Y el que no traía la leña, la compraba. En casa no se compraba, sino yo, chiquillo y con gente más grande, de madrugada iba a coger la leña y traerla y mi madre decía que no tenía que ver con nadie: sino deprisita para ir a la escuela. Para que vea, de esa edad, de ir al monte y los pies lavaditos, no con lonas ni zapatillas ni nada, sino descalcito, para ir a la escuela. Cuando venimos a Valle Guerra yo sabía dividir y leer y todas esas cosas, con 10 años. Después, lo que yo buenamente podía aprender solo. Y ya siendo más grande ayudaba a mi padre con la azada, a echar papas, a plantar. Cuando mi padre fue dejando de trabajar porque estaba vencido en el trabajo y de tantos chiquillos y toda esa cosa, yo iba relevándolo y la finca corría por mí.

La guadaña hace más de dos veces que las hoces”, explica Nicasio./ FOTO TATO GONÇALVES

–¿Y qué era ser medianero?

–El medianero ponía la mitad de los gastos y el trabajo. Me parece demasiado mucho. En aquellos tiempos no se le daba valor al trabajo, así que era una vida dura. Y me acuerdo en una ocasión que todos los que podían sembrar caña en Tejina sembraban caña y ya fue tal la caña, que, aunque no fuera tanta no había más que el trapiche de Tejina y no daba avío. Me dijeron que si echaba algún camión de caña para Las Palmas y le dije que sí, con tanto gusto. Y me dijo el dueño del camión que había que estar antes de las nueve de la noche en el muelle, porque había otros camiones para que no pasaran delante y poder descargar nosotros, el resultado es que se vino a terminar alrededor de la una de la noche de descargar el camión y me dice el chófer, en paz descanse: “Pues lo siento por tí, pero yo me quedo en la cabina del camión porque de madrugada cargamos piedra de cal, y quisiera aprovechar esa oportunidad”, y dice “¿y tú?”. “Ya me las arreglaré”. Para La Laguna durante la noche había una guagua para arriba y otra para abajo, terciadas las horas. Es decir, que de dos a dos horas había una guagua para arriba y otra para abajo.

“Pero de La Laguna para acá no habían guaguas y cuando llegué a la Concepción de La Laguna estaba todo a piedra y barro, en silencio y a esa hora. Después de estar todo el día trabajando, ya usted ve, tener que salir caminando desde la Concepción de La Laguna hasta aquí. Así que si habré trabajado algo en mi vida.

Rostro y manos del medianero, agricultor y segador./ FOTO TATO GONÇALVES

–Me decía antes que eran de Tegueste y con 10 años se vinieron a Valle Guerra…

–No cumplidos los 10 años. Vinimos en octubre y yo hacía los años en diciembre.

–Se trajeron todo su equipaje, la ropa, muebles… ¿cómo hicieron la mudanza?

–Los enseres pequeños los íbamos trayendo al hombro. Mi hermana la más vieja, a la cabeza. Pero después, ya para traer los muebles, alquilamos un camión que en aquellos tiempos no eran esos camiones grandes, que me acuerdo porque era de Angelito Herrera.

–En la finca cultivaban tabaco, caña de azúcar, algodón… Vamos a ver en cada caso qué herramienta es la que se utiliza. Empezamos por la papa, ¿cuál es la herramienta para trabajar, para cultivar la papa?

–Una azada. Hay varias clases de azada. En aquellos tiempos había unas azadas que le decían de pico, para cavar y romper la tierra, y después vino la moda que le decían “azadas canarias”, ya tenían dos picos que son las que usan hoy, las corrientes.

–¿Y para la caña de azúcar?

–Todavía tengo ahí debajo hachuelitas, que las hacía el herrero, para cuando se iba a cortar la caña. Pero lo demás, las azadas para regar y para sacar la hierba y sachar la caña. Azadas corrientes.

–¿Machete no se usaba?

–Eso era para cortar la caña después, para partirla. Eso no era para sembrar ni para regar.

–¿También trabajó la platanera?

–Como cualquier otro obrero.

–¿Y ahí cuál es la herramienta?

–La corriente, con la que se cogían papas, se arrendaba la caña, esas de pico. No había ningún instrumento distinto a los demás para cultivar la tierra.

–¿Y para cortar la fruta?

–¡Ah!, eso un cuchillo grande o un machete.

«El trigo había que saberlo sembrar, porque mucha gente sembraba el trigo y nacía mal, con revolones. Y a los que nos gustaba sembrar el trigo nos gustaba que saliera parejito»

–Bueno, pues vamos a llegar ya al trigo. Usted conoció las hoces y la guadaña. ¿Cómo se trabajaba aquí antes y por qué usted trabajó después la guadaña?

–Antes de eso de la guadaña, hay que buscar la forma de la semilla y de sembrar el trigo. Usted se saltó ese renglón –ríe y reímos– y hay que preparar el terreno. La tierra tenía que estar arada. Y hay varias clases de trigo: unas, aguantaban más secas, otras echaban la espiga más grande, y así diversas. Pero sobre todo, al sembrar el trigo había que saberlo sembrar, porque mucha gente sembraba el trigo y nacía mal, con revolones y así. Y a los que nos gustaba sembrar el trigo nos gustaba que saliera parejito y había variedades de trigo que granaban mejores que otros, y aguantaban la seca. Conque todas esas cosas había que tenerlas en cuenta al sembrar el trigo. Se sembraba a voleo, así –hace el gesto con la mano– y después la yunta con el arado lo iba tapando. Pero quedaban camellitos en el surco, y para que naciera el trigo parejito y que la tierra no se trascalara, había que darle un golpito en el camellón con la azada y a la vuelta para acá al otro y si había algunas hierbas entullarlas y que se secaran. Y para eso los padres ponían a los chiquillos, que se llama “hacer la arada”: tumbar el camellón y si tenía alguna hierba sacudirla con la azada. Ese era el trabajo de los chiquillos. Y así el trigo saldría conforme el invierno, o el agua que le cayera, o el atendimiento que tuviera porque en algunos sitios se podía regar y en otros sitios no.

«Yo tenía 15 años cuando un señor de Tejina que cuando la guerra se quedó allá [en la Península] y trabajó en la agricultura, en el trigo. Fue que trajo la primera guadaña que se conoció [en Tenerife]»

“Y después venía la siega. La guadaña vino muy tarde. Yo tenía 15 años, más o menos. Un señor que era de Tejina tenía un hermano casado en Tegueste donde dicen El Infierno, y este señor cuando la guerra se quedó allá y allá trabajó en la agricultura, en el trigo. Y ese fue el que trajo aquí la primera guadaña que se conoció. Y voy a hacer una anécdota, porque era de esas personas que son vengativas y no tienen mucho sentimiento. Se quedaba en casa de un tío mío, allí comía, le arreglaban la ropa y trabajaba allí, algo le pagarían. Allí mis primos aprendieron a manejar la guadaña, era él el único que se conocía que sabía manejar la guadaña. Pero voy a poner la anécdota. Estando en casa de mi tío era cuando vino la permanente y la mujer de él estaba empeñada en hacerse la permanente. Él le decía que no, “porque no me gusta verte con la permanente”. Pero las mujeres tienen sus caprichos y sus cosas y se hizo la permanente. Entonces, él se peleó con la mujer y con una botella de gasolina o algo de eso, cuando sabía que la mujer iba a una cola a coger azúcar en la cola, la cogió por el pelo y le volcó la botella en la permanente, que tuvo que pelarse al cero.

“Ese fue el primero que trajo la guadaña. Después ya se hicieron en la herrería, había herreros que las amañaban bien. Y empezaron a venir de fuera y las guadañas ocuparon todo el espacio de los trigos.

–¿Usted cómo aprendió? ¿Quién le enseñó?

–Nadie. Compramos una guadaña y empecé a segar sin que nadie me enseñara, yo veía y practicaba. No es coger la guadaña y segar. [Hace pocos años] vino un señor del servicio de Extensión Agraria y me llevó en el coche del Cabildo a Icod el Alto, que había unas competiciones [de segadores]. Cuando llegué me tomaron el nombre, y la gente allí agolpada esperando, y cuando dije la edad, alrededor de los 80 años, oí por allí: “Un viejo”. Y el resultado es que cuando mandaron segar “el viejo” quedó campeón –se ríe.

«Cuando dije la edad, alrededor de los 80 años, oí por allí: ‘Un viejo’. Y el resultado es que cuando mandaron segar ‘el viejo’ quedó campeón»

–¿Y qué diferencia hay entre usar las hoces o la guadaña?

–Que la guadaña hace más de dos veces que las hoces. El que sabe segar bien da una ronda y hace más que dos veces con las hoces.

–¿Cómo tiene que estar el trigo?

–El trigo se siega conforme el que maneje la guadaña, se puede segar más rente o se puede segar más alto. Si se siega muy rente y el trigo tiene fuerza, la paja sale con muchos granzones; y si se siega moderado a la tierra, le queda como si dijéramos entullo para cuando se are, para cuando llueva que sea como estiércol.

–Hay un sistema en el valle de la Orotava que le llaman “paja arrancada”, ¿lo conoce?

–Sí. Eso se usa donde los trigos han crecido poco y están delgaditos. Entonces se van arrancando y se sacuden los troncos, pero si el trigo está grande no se hace eso.

–De las semillas de trigo que había, ¿cuál era su preferida?

–Depende. Hay un trigo que le dicen moruno, que en aquellos tiempos hubo epidemia de bicho en los trigos y parece que era resistente a eso. Pero el grano era corto, chiquito, y entonces las espigas también eran chiquitas. Eran mejor otros trigos, por ejemplo marcello o cualquier otro que el grano era más grande y las espigas también. Todavía yo tengo un poquito de trigo de un molle de cuando se sembraban aquellos trigos.

«Antes en el campo era la principal comida. Si no habían papas, ya vendrán mejores tiempos, pero si no había gofio se pasaba hambre»

–¿Para qué usaban el trigo? ¿Para gofio?

–Aquí, si no había gofio no había comida. Ahí está mi mujer que todas las semanas me manda al motor, en Tejina, a la máquina a traer el gofio. A ella que no le den el desayuno con leche si no tiene gofio. Y un hombre trabajando en el campo, si no hay gofio no puede trabajar fuerte. Y es así. Antes en nosotros, en el campo, era la principal comida. Si no habían papas, ya vendrán mejores tiempos, pero si no había gofio se pasaba hambre.

–En Fuerteventura, isla en la que se cultivaba mucho cereal, si venía un año malo la gente tenía que emigrar a Gran Canaria y a Tenerife. ¿Usted conoció a majoreros?

–Era un país (yo digo un país), una isla seca. Y muchas veces, o en algunos años, venían de Fuerteventura para acá manaditas de vacas y por aquí, después de haberse dado el trigo, si habían yerbajos y reventaban, pedían permiso para venir a esos rastrojos y traer ese ganadito de allá. Eso sucedió muchos años.

–¿Y semillas de Fuerteventura traían para acá?

–Bueno, no era probable, porque las semillas de allá eran semillas que aguantaban seca y por eso ya la gente tenían sus clases de semillas para sus clases de terreno.

–Aquí el clima era más lluvioso, más húmedo, ¿y el trigo con más calidad o no tiene que ver?

–Si el año era bueno y llovía la calidad del trigo era igual. Ahora, al sembrarlo, unos tenían el grano más cumplido que otros, el moruno era un granito corto. Había otro que era la espiga con el casullo de fuera medio pardo medio negro y el granito grande, pero quería más agua: el trigo harinegro.

La cita del segador con los chefs tiene lugar en medio de un extenso campo de centeno. Nicasio Gómez trae su guadaña./ FOTO TATO GONÇALVES

–En verano segaba el trigo. ¿Y en invierno?

–Arar el terreno para la hierba que estaba nacida matarla con el arado y después cuando se fuera a sembrar que no hubiera hierba en la tierra.

–¿Con yuntas?

–Sí.

–¿Prefería vacas o toros?

–Eso no influye. Porque para romper la tierra tiene más fuerza el toro, pero para arar para el trigo no hace falta ir rompiendo tierra, sino moderado y tenían más paso las vacas que los toros.

–¿Cómo se entrenaban las yuntas? Si eran vacas nuevas, cómo aprendían.

–Eso era un coloquio. Si la ponía delante pisaban todo. Era un follón, porque había que buscar con paciencia. Aprendían y eran más obedientes que un muchacho, o mi mujer –ríe.

–Aparte del trabajo, habría tiempo para una fiesta, un baile.

–Eso el que quería. Habían algunos que les gustaba las parrandas y las vacas estaban mal comidas y muchas veces llegaban con prisa a las casas para salir a las fiestas y las vacas mermaban leche porque tenían mala comida. Todas las cosas hay que atenderlas y hasta mimarlas. Ahí está mi mujer que lo puede decir, murió un pariente nuestro en Tegueste y yo fui al entierro. Y cuando venía de regreso, antes de llegar a casa (que en aquel tiempo vivíamos en las casas de la finca) ya las vacas estaban urrando. Les llegó el olor que yo llegaba, que llegaba el bueyero. Para que vea que hasta el ganado conocía a uno.

«El que es persona, tiene capacidad y es trabajador, trabaja para tener el ganado arreglado y tener su tiempo como cualquier persona y no ser esclavo. ¿Qué me dice?»

“Yo tenía un hermano, e.p.d., era un poquito fuerte, y el que ordeñaba y le echaba al ganado era yo, pero ese día yo tenía que salir y cuando yo entraba a casa a las cuadras le veo allí castigando a una vaca. A mí no me gustaba. Entonces me asomé a la puerta de la cuadra y digo: “Mátala, para que después la ordeñes”. Yo sabía que al ganado había que buscar la forma, como una persona, si uno está peleado con una vecina o lo que sea, si uno no le busca por las buenas y le habla con educación las cosas cambean. Y el ganado era igual también. Mi madre estaba cosiendo, un poco más allá de la cuadra, en casa, llegó allí y dice: “Anda, para que ordeñes la vaca”. ¿Se da cuenta? La vaca ya le cogió miedo a él y no se dejaba que la tocara y sin embargo yo la palmeteé encima, “ho, Pajarita, ho, Pajarita”. Todas las cosas tienen su forma de ser. En agricultura, hasta sembrando, segando con la misma guadaña, todos no siegan iguales. En fin…

–Pero aparte del trabajo, ¿usted iba algún día a un baile, un domingo, o no había tiempo para eso?

–El que es persona, tiene capacidad y es trabajador, trabaja para tener el ganado arreglado y tener su tiempo como cualquier persona y no ser esclavo. ¿Qué me dice?

–Así debe ser. Y aquí, una zona con caña de azúcar, con trapiche en Tejina. ¿La gente qué bebía más: ron o vino?

–Cada uno lo que se acostumbraba. Yo conocí a un hombre que la cosa de él era el vasito de ron. Se sentaba en la taberna, solo, era algo mayor y se tomaba el vasito aquel de ron durante una hora –ríe–, después se marchaba a la casa ya satisfecho. Pero en Tejina muchos se acostumbraban con el ron a beber mal. Está bien cuando uno un día, lloviendo o con catarro, toma un poquito de ron. Ahora, si uno se adapta al ron estropea los pulmones.

–¿Y a la hora de comer, que le gustaba o podía comer?

–Antes, la comida principal cuando uno estaba trabajando, sea cavando viña, sea segando, era el gofio. Con papas, con pescado, pero el gofio fue el principal alimento del hombre que trabajaba en el campo.

–¿Y el segundo alimento cuál sería: la papa?

–Bueno, por lo general eran las papas. Pero hoy la gente tiene arroz, hay muchas tonterías, y no como antes. Y un hombre de antes trabajando en la platanera o con la azada era más resistente que los de hoy.

–Por lo que comían.

–Porque por regla general, según es el alimento es la fortaleza del hombre.

–Y para terminar, dígame un recuerdo dulce.

–¿Un recuerdo dulce? Cuando uno está pretendiendo a la mujer que quiere para casarse. Ese pensamiento y ese amor que siente uno le ayuda a trabajar y a sentirse más feliz. ¿Qué me dice?

–Muy bueno.

–Usted quizá, a un hombre del campo como yo no ha tropezado mucho.

–No. De una gran sabiduría…

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