Bodegas, uvas y vinos

El sueño de un emigrante que no quiso ser medianero

BODEGA TAJINASTE/La vida en racimos. El recorrido vital de una de las bodegas más sabrosas y auténticas de la isla de Tenerife se puede leer en ‘Tajinaste, la vida en racimos’ con todo lujo de detalles y esfuerzos. Sitúa el relato en el contexto histórico y social que vivieron sus protagonistas, desde que el bisabuelo Domingo decidió romper las cadenas de la servidumbre y se fue de emigrante a Cuba. [En PELLAGOFIO nº 87 (2ª época, agosto 2020)].

Por YURI MILLARES

Cuando Domingo Farrais se propuso comprar la finca El Ratiño, emigró a Cuba y, a la vuelta, se dedicó a elaborar vino que vendía a granel su esposa Candelaria Lorenzo en una tiendita (las ventas de antaño), no se imaginaba hasta dónde iba a llegar su iniciativa varias generaciones después.

Los beneficiarios de las dotes de tierra arrebatadas a los pobladores de la isla fueron pasándola a sus herederos «sin más mérito que la sonoridad» de su apellido

Cien años después, contar lo ocurrido significando todo el esfuerzo, tesón y lágrimas que hay detrás requiere todo un libro que, además de relatar, haga sentir ese recorrido de dedicación, a la postre fructífero. Es lo que hace Bosco González, filósofo, escritor y articulista, en Tajinaste, la vida en racimos, una curiosa, cuidada y limitada edición en la que la actual generación de la bodega quiere recordar y homenajear a quienes les precedieron.

Entre dos barrancos de un entonces virgen Valle de La Orotava surge, tras la conquista castellana, lo que iba a ser el próspero Pago de Higa. Los beneficiarios de las dotes de tierra que fueron arrebatadas a los entonces pobladores de la isla fueron pasándola a sus herederos “sin más mérito que la sonoridad” de su apellido, dice: fueron gentes humildes, sencillas y trabajadoras las que convirtieron con sus propias manos el lugar en un entorno de gran riqueza agrícola.

“Durante siglos la cosecha que daba de sí el esfuerzo, a veces inhumano, redundaba en beneficio de quienes solo poseían la titularidad del suelo, pero no de quienes, con su sudor y dedicación a través de generaciones, hicieron brotar de éste verduras, cereales, frutas, tubérculos y vides de variedades traídas del Mediterráneo Oriental y Andalucía, como la blanca, la tintilla, negra molle, pedro ximénez, marmajuelo o la preciada malvasía”.

Los descendientes de los primeros labradores soñaron otro destino y buscaron en otros lugares trabajo y oportunidad

Pero ya fuera por ruina o por repartos hereditarios, “el caso es que las grandes haciendas fueron viéndose divididas una y otra vez –relata Bosco González–. Los descendientes de aquellos primeros labradores soñaron entonces otro destino y, aupados a lomos del desarrollo incipiente del siglo diecinueve, buscaron en otros lugares trabajo y oportunidad para traer a sus casas no solo perras y reales, sino esperanza y dignidad”.

Las hermanas Juana (centro) y Charo –nietas de Domingo Farrais– y la hija de ésta, durante una vendimia en la finca El Ratiño (años 70). | FOTO ARCHIVO FAMILIA GARCÍA FARRAIS

En aquel siglo XIX el Pago de Higa era ya La Perdoma, “dicen que por haberse asentado entre la prolífica vecindad personas con el apellido Perdomo que gozaban de cierto poder adquisitivo”. Y entre aquellos humildes labradores que soñaron otro destino estaba Domingo Farrais.

Su oportunidad la encontró en Cuba a donde emigró desde muy joven. Había nacido en una casa al borde del camino que partía en dos la gran finca El Ratiño, de la cual sus padres eran medianeros.

Lo que hizo el bisabuelo Domingo fue arrendar para después comprar la finca con «el deseo ancestral de verse libre y dueño de su propia vida»

“Ese particular nombre, El Ratiño, tal vez se debiera al origen gallego de alguno de los primeros colonos que pudo plantar en aquellas tierras la variedad de uva del mismo nombre y procedencia. De haber sido así esas cepas fueron las madres del motivo de esta historia”, apunta Bosco González. Porque lo que hizo el bisabuelo Domingo fue arrendar y, llegado el momento, comprar esa finca con “el deseo ancestral de verse libre y dueño de su propia vida para hacer y decidir sin rendir cuentas”.

Antes hubo de pasar 17 años en Cuba, a donde le acompañó su mujer Guillermina las ¡seis veces! que fue a la isla caribeña entre 1912 y 1929, que, delicada de salud murió muy joven ya de regreso a La Perdoma.

La llegada de Candelaria Lorenzo, su segunda esposa y mujer de origen más humilde aún, fue determinante por su decisión, carácter y capacidad de trabajo e iniciativa. Su posición era rotunda: “en la casa de mi marido, quien no trabaja, no come”. Eran los primeros años de los 30 y la finca El Ratiño se vio “beneficiada por la presencia de Candelaria. Si su esposo se hacía cargo de organizar el trabajo de los peones, de los capataces y del gañán, ella se ocupaba de distribuir y vigilar las tareas de las mujeres que atendían la casa de Cecilia y Cristóbal, de sus cuidados y de las labores de la finca que requerían unas manos más delicadas que las anchas y robustas de los labradores varones”.

En una finca de plátamos Domingo Farrais comenzó a hacer vino sin tener conciencia de que estaba iniciando una tradición viticultora

Aquí se cultivaba plátano, trigo, avena, tabaco y frutas. “También había viña, de la que Domingo comenzó a hacer vino artesanalmente sin tener conciencia de que estaba iniciando una tradición viticultora que, con el tiempo, se consolidaría como una industria con nombre propio”.

A iniciativa suya y ante el asombro de todos por su emprendimiento tratándose de una mujer, abrió una venta en los bajos de la casa familiar, en la Cuesta de La Perdoma. “Allí se fundó el comercio que, con el tiempo, traería la fortuna a la familia Farrais. En aquellos años la mujer paría, limpiaba, cocinaba y manejaba los asuntos domésticos, sin más derecho ni reconocimiento que el que le valiera el hecho de ser esposa, por lo que la venta se puso a nombre de él; pero ella estaría al frente”. Apenas sabía escribir y hacer cuentas, pero ideó un sistema contable a base de círculos y rayas.

En tiempos difíciles se las arreglaron para que nadie que pusiera el pie en El Ratiño se fuera sin unos huevos, verdura o potaje hecho expresamente para repartir

En los difíciles años 40, “miles de personas pudieron comer y subsistir gracias a la generosidad de quienes, tras un mostrador, atajaron hambre y penuria dando aun sabiendo que no habría retorno ni pago, porque era demasiada gente la que no tenía ni un cazo de leche con el que alimentar a su prole.

Entre esos hacedores de tanto bien estaban Candelaria y Domingo: se las arreglaron siempre para que nadie que pusiera el pie en El Ratiño o en la venta se perdiera de vista con las manos vacías. Huevos, harina, arroz, fruta, verdura, calderos de potaje hechos expresamente para repartir entre quienes aparecieran por la casa, lebrillos de gofio amasado”.

Y gracias al estraperlo y su labor de hormiguita (“Fue entonces cuando la fórmula financiera de Candelaria de dos guardo uno, dio de sí los mejores frutos”), fue ella la que se empeñó en hacer realidad el sueño de su marido emigrante, cuyas transferencias de dinero no se usaron a pagar la hipoteca de la finca en los años 20, para poder pagar los estudios de su brillante hermano. Pero ahora el comité liquidador de las propiedades de quien era el titular de la finca El Ratiño la puso en venta y ella negoció su adquisición, pagando una renta mensual hasta lograr, al fin, la titularidad de la finca El Ratiño, de donde salía la uva que Domingo convertía en vino y Candelaria vendía en la tienda.

Cecilia Farrais (Chila) revisa la uva que entra en vendimia. | FOTO YURI MILLARES

«Empezamos a sembrar viña cuando heredamos hace 40 años y a mí se me metió la idea de meter vino en una botella»CHILA FARRAIS, bodeguera

Seis hijas tuvo, la quinta de las cuales, Chila (Cecilia Farrais Lorenzo), que era una gran caladora, dejó el calado para concentrar su trabajo en El Ratiño. “La finca, ahora propia, aumentó pronto el volumen de vino elaborado. Si bien continuaba siendo un vino de mesa sencillo, con las artes tradicionales trasmitidas de generación en generación desde tiempos inmemoriales hasta llegar a Chila y sus hermanas, aquel caldo tenía vocación suficiente para convertirse poco a poco en pura ambrosía para el paladar”.

Partida la finca por herencia entre las seis hermanas, todas ellas dedicaron su parte a plantar más viña. “Poco a poco la finca, que en otro tiempo había producido, principalmente, plátano, en medio del cual había algunas cepas de las que Domingo hacía el vino que luego vendía en la venta, fue convirtiéndose en un paisaje vitivinícola de gran belleza”.

Con la venta cerrada al morir Candelaria a principios de los 80 (Domingo había fallecido casi 20 años antes) y Chila dedicaba completamente a la finca, da sus primeros pasos la Bodega El Ratiño (a donde también iba a parar la uva de sus hermanas). Su marido, Agustín, reconocido carpintero, dejó de dedicar las tardes a la finca, para hacerlo a tiempo completo. “La viña estaba en los centros de las plataneras, pero después empezamos a sembrar viña cuando heredamos hace cuarenta años. Empezamos a atender la finca, cada una su parte, y a mí se me metió la idea de meter vino en una botella”, explica Chila a PELLAGOFIO.

Pioneros en Tenerife en la elaboración de vino en depósitos de acero inoxidable y en la higiene y limpieza de las tareas de vinificación, al proyecto familiar se han sumado sus hijos siendo en la actualidad Agustín García Farrais el enólogo y director de la bodega, con el nombre de Tajinaste desde 1993. “Fue el inicio de un proyecto empresarial extraordinario”.

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