La espuma de las olas, hecha sal de charco

SAL DE CHARCO. Hasta 14 salinas naturales ha localizado e identificado el investigador Alberto Luengo en Lanzarote. A ella han acudido los nativos de la isla, desde que está habitada, para abastecerse de sal de charco con la que conservar y aderezar sus alimentos. Una actividad que era realizada, sobre todo, por mujeres y se sigue practicando aún hoy. [En PELLAGOFIO nº 88 (2ª época, septiembre 2020)].

Por YURI MILLARES
La mayoría de las salinas naturales de Lanzarote se encuentran en el tramo costero del municipio de Yaiza conocido como Los Charcones. Infinidad de charcos que llena la marea cuando el oleaje rompe contra las rocas y salpica agua y espuma al interior, tienen diversos usos según su tamaño y profundidad: hay quien va a pescar, quien va a bañarse y, aquellos en los que cristaliza la sal, quien va a recoger lo que el isleño conoce como “sal de charco”.
Vicenta Bravo (81 años) recoge sal de charco de forma ininterrumpida desde que era una niña en Los Charcones (Yaiza)

Vicenta Bravo (81 años) lo viene haciendo, de forma ininterrumpida, desde que era una niña y acudía con su madre –“una mujer fuertota”– y su abuela –“la iba dejando en las lajitas para que se escurriera y se blanqueara; estaba allí quince días escurriendo y nadie se la llevaba. Los meses mejores eran abril, mayo, junio y julio; la sal luego está gorda”.
Sobre todo, la de abril, “que no son nada más que rasponcitos en los charquitos, finitos; la pones en el cesto y parece que la sal está caminando dentro”.
En Las Breñas, donde nació, era una labor que realizaban prácticamente todas las mujeres de la aldea, también las de su familia. “Tenían las salinas repartidas y se respetaba, las cuñadas de mi madre, las tías de mi madre, las cuñadas de mi abuela, las primas, las sobrinas”, hace recuento. “A lo mejor díamos al Rincón del Palo, los Placeres, el Peje Rey, San Marín”, cita los charcos por sus nombres una mañana de agosto que acude al charco conocido como Salinas Bermejas “que las hacía una tía mía”.
«Rellenábamos los charcos con cacharritos y mi madre me decía “no la tires, que el agua hay que dejarla quietita para que la sal no engrose”»VICENTA BRAVO, recolectora de sal de charco
En su penúltima visita a las Salinas Bermejas, “cogí dos sacos de sal, pero ya está medio gorda. Hay gente que no sabe cogerla, la estropean toda y después ni para usted ni para mí. La dejaron toda revolcada; no la cogieron bien del fondo y las salinas hay que saberlas coger para que vuelvan a dar sal bien”.
Cacharritos para llenar
En las salinas naturales las mujeres no se limitaban a ir, recoger la sal que hubiera y acarrearla a casa. Las trabajaban para obtener más cantidad y calidad. “Las rellenábamos, de ocho en ocho días, o de quince en quince, dependiendo del tiempo. Si estaban bien cuajaditas se cogía un poco más y nosotros ya sabíamos el tiempo que había y el día en que íbamos a cogerlas”.

También las “componían”: cogían piedras pequeñas y cal para bordear el charco con una paredita que llama “portillito” y pegaban con tegue, “una tierra blanca que amasábamos con un pisquito de cal, para que fuera más fuerte, y con agua salada. Queda como cemento”, describe.
Los únicos utensilios son un raspador (un trozo doblado de aro de barrica) y un cesto de pírgano
“Mi madre me peleaba porque cogía y vaciaba el cacharrito, ¡pum!, y decía «no la tires, que el agua hay que dejarla quietita para que la sal no engrose»”. Llegaban a coger, cada vez que iban, tres o cuatro fanegas de sal. “Nosotros la medíamos por medios almudes, 24 medios almudes era la fanega. En kilos serían 70 o 65 kilos”, dice.
Igualmente había que limpiar los charcos. “Cuando había una salina que estaba media sucia de arena, sacábamos primero por arriba la sal livianita y luego raspábamos y quitábamos el fondo con el mismo”. Los únicos utensilios que había y sigue utilizando son un raspador (un trozo doblado de aro de barrica) y un cesto de pírgano que va vaciando sobre una laja o piedra, preparando un montón de sal que deja escurrir (últimamente también usa un balde de plástico que ha agujereado). Después se pasaba a un saco para transportarla, al hombro o en burro.
La sal hacía falta en casa para la conservación del cochino que se mataba una vez al año, y salar la carne de cabra y el pescado
“La familia llegó a llevar tres burros, que cargábamos con las alforjas. Una vez, esto fue en el año 70 –sonríe al recordar la anécdota–, estábamos en Mácher cogiendo tomates y vinimos a raspar sal, porque no teníamos. Vinimos yo, mi marido y mis dos hijos”.
“Cargamos los tres burros de sal –continúa– y mandamos a los chicos a que vaciaran la sal en Las Breñas y volvieran otra vez por la otra. Cuando veníamos para arriba con mi marido, que era amañado pero no era fuerte, enfrente del Paredón Blanco se sentó de cansado que venía. Decía «yo ya no puedo más, que los chicos vayan a vaciar el burro y que vengan por mí». Mire, le quitamos un saco al burro y se lo pusimos a otro, para que él se montara”, ríe.

La sal no sólo hacía falta en casa para la conservación del cochino que se mataba una vez al año, o salar la carne de cabra o el pescado que se guardaba en la despensa porque no había nevera. Muchos, además, la necesitaban porque tenían ganado y la usaban para el queso. Incluso para prácticas curativas hacía falta. “Cuando teníamos dolores en los pies, poníamos agua a hervir cinco minutos, le echábamos la sal, la apagábamos y luego aguantábamos los pies dentro la calor que pudiéramos. Y cuando uno se hace un golpe, con pañitos”.
Ricardo Morales (58 años) siempre baja en burro a las salinas naturales de La Gambuesa (Tinajo)
Vicenta Bravo, además, la vendía a quien tenía todas esas necesidades, pero no podía ir a por ella. “Mi madre llegaba a cambiarla. Antes díamos por puerta a Uga, Mácher, Tías, y uno compraba una fanega de sal; otros, media fanega, otros tres almudes, dependiendo de la familia que fuera”. Para medir llevaban el medio almud. “No me acuerdo bien, pero creo que el medio almud valía una peseta en los años 59 o 60”.

El litoral del municipio de Tinajo, aunque en menor número, también cuenta con salinas naturales en La Gambuesa y la costa de Tenésera (Risco Negro, El Juradito y las Salinas del Barranco del Salinero).
Ricardo Morales (58 años) dejó de ir hace unos pocos años por problemas de salud, pero está deseando recuperarse para bajar a por sal con su burro como lleva haciendo toda la vida. “Es una zona de más difícil acceso y hay que ir en burro; se puede ir caminando, pero traes poquita sal”, dice. “He ido a cogerla sin llevar animal, solo. La sal espesa y coger más de la cuenta. Cuando te la echas al cogote y subes para arriba, te dices que no le das sal al potaje más en la vida”, ríe.
Las salinas naturales del oeste de Lanzarote no era costumbre que estuvieran asignadas a ninguna familia en particular
Sal y erizos por vino y duraznos
Situadas en el oeste de Lanzarote, a estas salinas acudían las mujeres de los distintos barrios y aldeas de Tinajo. De Tajaste, su barrio, recuerda que iban su abuela Lola y su madre, Balbina.
“Desde que se juntaban dos o tres mujeres ensillaban un burro y para bajo dían. Y traían sal. Pero mi madre cogía más cantidad porque hacíamos queso en casa y se gastaba sal”, detalla. Igual que las mujeres de la familia de “Doña Vicenta” cogían sal para vender, por Tinajo pasaba “Seña María”, que pasaba por la casa de su abuela cuando ésta ya no podía ir a los charcos. “Traía sal y erizos que le cambiaba a mi abuela por vino, vinagre, higos tunos, duraznos. Se hacían esos cambalaches”.
«Si se empieza a coger sal y la mar no sube para refrescar, sale arena que hay en el fondo»RICARDO MORALES, recolector de sal de charco
Pero a diferencia de lo que ocurría en las del sur, en las salinas naturales del oeste no era costumbre que estuvieran asignadas a ninguna familia en particular.
“El primero que llegaba se servía y había días que, si había buen sol, las salinas cuajaban dos veces. Llegabas por la mañanita temprano y cogías la que cuajó por la tarde anterior; y luego. ya por la tarde, antes de irte le dabas otro repaso y cogías. En días fuertes que cuajaba, te daba dos cogidas”, afirma Ricardo Morales. Por esa razón tampoco era costumbre acondicionarlas.

“Nunca hemos tenido la cultura esa. Íbamos y recogíamos. Será con la picaresca esa de que, si yo la limpio y viene otro y se la lleva… Pero de todas maneras la mar limpia bastante, cuando viene las crecidas te las llena”.
Sí se respetaba la sal ya recogida. “Aunque se te fueran los ojos –ríe–, eso era muy respetado. Se vaciaba la sal en los escurrideros (unas lajas que estaban de lado) y hacías la montañita o la tonga que iba escurriendo, porque si la metes recién cogida el burro carga mucho peso”.
En el oeste la fecha ideal era en los meses de junio y julio, “según la mar, y te puede aguantar hasta septiembre y octubre. Lo que pasa es que las primeras sales son las más limpitas, porque las salinas no están muy rebuscadas y la mar ha hecho todo el trabajo en invierno: limpió y dejó las salinas bien llenas. Pero si se empieza a coger sal y la mar no sube para refrescar, sale arena que hay en el fondo, o barro si llueve y se te llena de tierra. Desde que llega agosto-septiembre la salina va muy manoseada”.
En su caso la forma de cogerla era “con cuchara las grietas chicas y, donde haya abundancia, con una espumadera de cocina; y si hay buenas honduras, a embolsar con las manos, escalda un poco, pero curte”.
La Cueva del Dinero, en La Gambuesa, vincula su nombre a la leyenda del pirata tinerfeño Cabeza de Perro. «Ahí está la cueva de la famosa Ana Viciosa»
Un saco en la Cueva del Dinero
Recuerda que una vez le “cuadró una semana tan buena de sal que me aburrí. Bajaba todos los días, cogía tres sacos y me sobraba uno. Iba al día siguiente a buscar ese saco, me ponía a coger y siempre me sobraba uno, porque cogía dos. Al quinto día ya me cansé y le dije a Ginés, uno que tiene cabras en La Gambuesa: «En la Cueva del Dinero hay un saco de sal escondido, cógelo porque yo ya no bajo más»”.
La Cueva del Dinero, en La Gambuesa, vincula su nombre a la leyenda del pirata tinerfeño Cabeza de Perro. “Ahí está la cueva de la famosa Ana Viciosa, en el risco de La Laja del Sol. No sé si ha oído hablar de los romances de Ana Viciosa con Cabeza Perro”, cita la mitología de Lanzarote. Un romance que queda para el ámbito de las fábulas y las leyendas populares, ya que ambos personajes vivieron en épocas diferentes.