‘La Palma’, aventuras a bordo del vapor más antiguo a flote
Presentación del libro ‘Yo fui en el correíllo’ en el 110 aniversario del buque

El vapor ‘La Palma’ celebra sus 110 años de existencia presentado un libro. ‘Yo fui en el correíllo’ recoge las vivencias de viajeros y marinos que hacían la ruta interior de las islas Canarias y con el Sahara Español en viejos vapores. El ‘La Palma’ el único de los viejos ‘correíllos negros’ que ha sobrevivido al desguace y se está restaurando en Santa Cruz de Tenerife. [En PELLAGOFIO nº 107 (2ª época, mayo 2022)].

■ El remedio de la maestra para la tosferina La maestra Mª Lucía de Saá organizaba viajes en correíllo de Gran Tarajal a Puerto del Rosario para que sus alumnos enfermos respiraran el aire del mar. |

■ El mítico y querido capitán don Eliseo López «Hombre muy popular», recuerdan numerosos viajeros, entre muchos estudiantes a los que dejaba viajar sin billete «le deben un grato recuerdo». |
Por YURI MILLARES
La revista PELLAGOFIO inició su andadura en 2006 como suplemento de La Provincia/Diario de Las Palmas incorporando entre sus contenidos la serie de artículos “Yo fui en el correíllo”. Incluye las vivencias y aventuras de tripulantes, contrabandistas, científicos, polizones, reclutas y otros muchos viajeros que surcaron las islas Canarias. O que viajaron desde éstas al antiguo Sahara Español. Componen un mosaico de pequeñas historias con un hilo conductor común que ahora se presenta en formato libro.
Lo hicieron a bordo de unos viejos vapores que se parecían al Titanic. Pero en escala mini: 269 metros de proa a popa y una velocidad punta de 24 nudos del trasatlántico, frente a los 60 m y siete nudos de los tres gemelos La Palma, Viera y Clavijo y León y Castillo.
El 12 de abril de 1912 había comenzado sus pruebas de navegación, justo dos días antes de que el Titanic chocara con un iceberg

Botado en 1912, el vapor La Palma es (en 2022) el buque a vapor más antiguo del mundo todavía a flote (aunque en restauración para volver a navegar por sus propios medios).
El 12 de abril de 1912 había comenzado sus pruebas de navegación. Fue justo dos días antes de que el Titanic chocara con un iceberg y acabara hundiéndose, durante su viaje inaugural, en la madrugada del día 15.
En común tenían la moderna tecnología en el diseño de los buques a vapor de aquella época: proa recta; casco hecho de planchas de acero unidas con cientos de miles de remaches de acero y de hierro (tres millones en el caso del trasatlántico); popa elíptica (también llamada americana, porque la primera nave de guerra con este diseño de popa la construyó Estados Unidos en 1820, una década antes que el Reino Unido).
El correo, ‘correíllo’
Por su condición de buques que tenían asignada la conducción del correo entre las islas Canarias, por su pequeño tamaño y por lucir sus cascos con pintura negra, los vapores correo que surcaron el archipiélago durante el siglo XX era conocidos popularmente como “correíllos negros”. En los años 60 serían paulatinamente sustituidos por los “correíllos blancos” o santamarías.
Para los tripulantes era un buen barco en el que navegar, mientras muchos pasajeros lo que recuerdan son los malos olores y los terribles mareos que sufrieron

El moderno diseño de su época no incluía la tecnología que emplean actualmente los barcos de pasaje para mejorar la estabilidad y evitar el balanceo que tantos mareos provocaba entonces.
En este sentido, los testimonios recopilados en la serie “Yo fui en el correíllo” –y ahora en el libro– dan dos versiones muy diferentes entre quienes eran tripulantes y quienes fueron como pasajeros: para los primeros era un buen barco en el que navegar, mientras algunos de los segundos lo que recuerdan son los malos olores y los terribles mareos que sufrieron.
“Era un barco que estaba muy bien diseñado para navegar con el nordeste de aquí, con el alisio en Canarias”, opinaba Antonio Navas, oficial de la Marina Mercante que navegó a bordo del La Palma como segundo oficial en 1975. “El barco se tumbaba un par de grados (no mucho, tampoco es que fuera como un velero), pero se notaba que el barco se tumbaba, se mantenía muy bien atravesado a la mar sin dar grandes bandazos. Era un barco bastante bueno para navegar aquí, pero lento, no le podías pedir velocidad”.
«Los correíllos negros no tenían estabilizadores, pero eran unos barcos muy marineros, iban con su proa enfilada y no se movían tanto como se dice» ROSENDO LECHUGA, primer oficial y jefe de máquinas
Rosendo Lechuga, que fue primer oficial y jefe de máquinas en estos barcos, coincide en los elogios. “Los correíllos negros no tenían estabilizadores, pero eran unos barcos muy marineros, iban con su proa enfilada y no se movían tanto como se dice. Alguna vez se balanceaban, pero con un movimiento suave. Tampoco eran rápidos, entre islas casi siempre se salía de noche y se llegaba de día. Lentos pero seguros, la prueba es que está aquí todavía”, decía una mañana de visita al La Palma, en restauración y atracado en el puerto de Santa Cruz de Tenerife.
Los recuerdos como pasajero de Vicente García son distintos. “Me parece estarlo viendo, incrustándose en el seno de las enormes olas, partiéndolas en dos y la popa levantada con sus vergüenzas helicoidales al aire. El chirgo que sentí, lo juro, me cortaba el mareo infrahumano que tenía metido hasta el tuétano”, relata la habitual vuelta a La Isleta cuando salía del puerto de La Luz en Las Palmas para enfilar rumbo a Tenerife.
No quisiera ser rencoroso, pero aquella travesía no se la perdono al Ejército del Aire. Al poco rato de estar en cubierta todos mareando, ‘menosiendo’ uno que se estaba trajinando una alpargata de bocadillo de chorizo y queso» VICENTE GARCÍA, recluta a bordo
También le tocó ir en correíllo para incorporarse a su destino en el servicio militar. “No quisiera ser rencoroso, pero aquella travesía no se la perdono al Ejército del Aire. Al poco rato de estar en cubierta nos despatarramos a discreción, todos mareando, bueno, todos menosiendo uno que se estaba trajinando una alpargata de bocadillo de chorizo y queso que sólo de verlo nos venían las arcadas”.
“Al llegar a Cabo Juby fue necesario anclar pues tampoco había muelle. El barco, debido a la mala mar, no se estaba quieto ni un momento. (…) A todas estas y cuando me estaba recuperando del mareo, venían ráfagas de viento que traían el inconfundible olor a tropa: cuero de botas y correajes –¿lo recuerdas mi amigo?–.Y, por otro lado, el olor ácido de vomitonas que ni el viento lo aliviaba; a uniforme, que a estas alturas tenía tanto salitre impregnado que lo ponías de pie, sin ti dentro, y se quedaba firme y tieso como para pasar revista…, chacho, chacho…, no sigo porqué me acaba de entrar un sudor. Casi todo sea por la patria”.
Y una fuga épica
De todas las aventuras vividas a bordo de los correíllos negros, una destaca como si fuera el argumento de una película de acción que, sin embargo, fue un dramático episodio en el contexto de la guerra civil española. El protagonista esta vez fue el vapor Viera y Clavijo, el buque, por cierto, que llevó a Franco de Tenerife a Gran Canaria a coger el avión que lo llevaría a África para encabezar el golpe de estado del 18 de julio.
El 14 de marzo de 1937, 23 deportados, los 93 soldados y suboficiales del Regimiento Infantería Canarias nº 39 que los custodiaban, 34 tripulantes del Viera y Clavijo y dos pasajeros se hicieron con el control del buque y huyeron

Ese mismo vapor fue el que llevó a un grupo de presos políticos, detenidos en las primeras horas del golpe faccioso en la isla de Tenerife.
Entre ellos, el poeta gomero Pedro García Cabrera; el escritor y ex redactor jefe de La Provincia José Rial Vázquez; el presidente del Cabildo de Fuerteventura, Francisco García; o el alcalde de La Orotava, Félix Sosa. Fueron deportados hacia Villa Cisneros y alojados en casetas de campaña en el patio de un fuerte militar en el desierto.
Hasta el fuerte llegaban noticias de los fusilamientos que se sucedían en Canarias y la Península. Y los rumores de que les aplicarían la ley de fugas. La noche del 14 de marzo de 1937 los 23 deportados, los 93 soldados y suboficiales del Regimiento Infantería Canarias nº 39 que los custodiaban, 34 tripulantes del Viera y Clavijo y dos pasajeros (152 personas en total) se hicieron con el control del buque.
Huyeron a Dakar (Senegal, entonces colonia francesa). Se pusieron a salvo sin llegar a ser interceptados por los buques y aviones que, tanto las fuerzas militares leales a Franco, como las de sus aliados de la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler, lanzaron en su persecución.
Como represalia fueron asesinados y desaparecidos un centenar de personas entre el 19 de marzo y el 4 de abril, mientras que una quincena de familiares de los tripulantes dfueron detenidos y permanecieron presos como rehenes
La furiosa reacción de los golpistas fue una brutal represión en Gran Canaria como represalia cuando llega la noticia unos días después. Fueron asesinados y desaparecidos un centenar de personas entre el 19 de marzo y el 4 de abril. Mientras que una quincena de familiares de los evadidos, sobre todo de tripulantes del correíllo, fueron detenidos y permanecieron presos como rehenes hasta el 19 junio, cuando el Gobernador Militar de Las Palmas ordena su libertad para “celebrar” la toma de Bilbao.
Así consta en la “nota” de la Comandancia General Militar de Canarias publicada el día 20 en el Diario de Las Palmas que ordena “sean detenidos en rehenes un familiar de cada uno de aquellos [evadidos], hasta tanto regrese a Tenerife el vapor que utilizaron para la fuga”.
Nada más acabar la guerra civil, el régimen buscó a los protagonistas de la fuga, siendo apresados y fusilados algunos de ellos, como el maestro Manuel Illada Quintero, fusilado en la Batería del Barranco del Hierro (Santa Cruz de Tenerife) el 9 de noviembre de 1940, aunque en su acta de defunción figura como fallecido “en su domicilio” por “hemorragia interna”.
La meta, ver al correíllo navegar de nuevo
Por JUAN PEDRO MORALES
* Extracto de la Presentación que escribió para el libro ‘Yo fui en el correíllo’.
Yo también fui en el correíllo. Guardo recuerdos imborrables de aquellos primeros viajes fuera de mi isla. Viajar a “Canaria” (mucha gente en Fuerteventura llamaba todavía así a Gran Canaria) era todo un acontecimiento, más aún cuando aquel niño apasionado de los barcos y de los muelles ya soñaba con iniciarse en el mundo de la mar, marcando una ruta que dura hasta nuestros días tanto en su vida profesional como personal.

Aquellos viajes de finales de los 60 y principios de los 70 desde Puerto del Rosario a Las Palmas, en los ya veteranos correíllos La Palma, León y Castillo o Viera y Clavijo (y en los santas recién llegados entonces) recalando al amanecer en el puerto de La Luz, me mantenían casi toda la noche de guardia. Con rondas de curiosidad por todos los recovecos visitables del barco, para luego echar una cabezadita hasta el final del viaje.
El momento más emocionante, con su siempre sorpresiva y variopinta actividad portuaria que me hacía correr de estribor a babor y de proa a popa porque no me quería perder ningún detalle hasta estar atracados en el muelle Santa Catalina. Ni en aquellos sueños me imaginé que, 50 años más tarde, estaría completamente implicado en la conservación y restauración del correíllo La Palma.
Mi generación fue de las últimas que pudieron viajar en los correíllos negros, aquellos viejos vapores correos interinsulares que a mediados de los 60 del siglo pasado comenzaron a despedirse de las aguas canarias poniendo rumbo al desguace.
En 1976, tras avería de una caldera, se retiró del servicio activo el La Palma, que quedó amarrado para ser subastado con destino al desguace, pero apareció la mano salvadora de Jürgen Flick y, posteriormente, del Cabildo de Tenerife; en 1981 era desguazado en Las Palmas el León y Castillo y en 1984 se desguazaba en Holanda el Viera y Clavijo después del intento de conservación como museo. Todos ellos cargados de un impresionante historial vinculado a la historia marítima de Canarias.
La aprobación del Reglamento de Buques Históricos en 2021, la implicación con el proyecto de la Dirección General de la Marina Mercante y de Puertos del Estado, así como de la Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias, de los cabildos insulares y del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, así como de infinidad de personas e instituciones que lo están apoyando, nos permiten seguir teniendo intacta –como el primer día– la ilusión de alcanzar la meta planteada desde el inicio: ver el correíllo La Palma totalmente restaurado y navegando nuevamente por las aguas de nuestras islas.