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Riego al calabazo, entre aguardiente, sudor y escacho

Último reportaje que recuperamos en 2013 para la “Hemeroteca Yuri Millares”, en la quinta entrega de “Lecturas de verano” de este año. Fue publicado originalmente en agosto de 1997, en la serie “Gente en la isla” del periódico ‘La isla de La Palma’. (Edición PELLABLOG, semana 36/2013, 26 agosto).

● Textos y fotografías de YURI MILLARES
Portada virtual del PELLABLOG nº36/2013.
“Cuando yo empecé tenía 14 años y empecé a regar por obligación, no porque me gustara –explica Antonio Pérez Medina–, en unos pedacitos que tenía el viejo, para no pagar la dula, porque no nos daba”. Se refiere al riego con calabazo, una tradición agrícola de Tazacorte y Argual que hoy se practica como exhibición y deporte y que tiene en este hombre de 46 años a uno de sus más fieles practicantes e impulsor de la asociación Colectivo del Riego al Calabazo.

El origen del calabazo está en la calabaza que se usaba para regar cogiendo agua de las acequias. “Pero de nada que le dieras un golpito se rompía la calabaza. Y tenía que ser un poco grande, porque las pequeñas no echan agua ninguna”, sigue explicando Antonio Pérez no llegó a ver nunca regar con calabaza. “Los calabazos que tenemos nosotros son, por lo menos, de hace cincuenta años, o sea, que ya estaban hechos cuando yo nací”, dice. Sí conoció, en cambio, a los que iniciaron esta práctica. “El primero que regó aquí con calabazo era Pepe El Indio, el padre de Aridane. Y después, él, con Antonio El Ojetero, inventaron el calabazo de lata, compuesto de doce piezas para que le den forma. Y eso dura, si no le das un taponazo y lo rompes”.

La frágil calabaza fue sustituida por un cacharro que seguí recibiendo el mismo nombre (en masculino) pero con la durabilidad que le daban una serie de piezas soldadas, sacadas de latas de aceite [de oliva] vacías. “Era lo que había entonces”, indica Antonio Pérez al recordarlo. “Cuando se murió El Ojetero –derivación de la palabra hojalatero– tenía el calabazo mío para arreglármelo en su casa, el de catorce litros”, añade. Ocurría hace unos diez años, el tiempo que hace, aproximadamente, que el riego con calabazo fue sustituido por el uso de bombas de agua y tuberías, aunque, asegura este antiguo calabacero, “todavía hay gente que riega al calabazo pedacitos pequeños”.

Doble página con el reportaje original (‘La isla de La Palma’, 22 agosto 1997).

Tres medidas

El calabazo de lata tiene tres medidas. Los hay de 14, de 16 y de 18 litros de capacidad, unidos a un palo de riga de 1,80 metros normalmente. “Hay uno que es de veinte litros, que tenía don Francisco, pero nadie riega con él”, señala Antonio Pérez, que aprendió con su padre a la temprana edad señalada al principio. “Cuando empecé regaban entre mi tío y mi padre y yo echaba un poco, hasta que fui cogiendo el ritmo”. El secreto para regar con el calabazo y no acabar rendido a los diez minutos está, según él, en llevar un buen ritmo, “un ritmo normal, que son mil o mil doscientos calabazos en una hora, de diez a doce mil litros”, y coger correctamente el palo. Pero en sus comienzos no dejaba de ser dura y agotadora la tarea y, naturalmente, su padre lo hacía más rápido que él. Por eso se ríe al recordar que “yo regaba siempre en la parte alta”.

Regaderas con banco

Antes de continuar con el relato que acaba de iniciar, conviene explicar cómo es el riego con calabazo. El agua viene por la acequia principal y en determinados lugares hay unos soportes de piedra por encima de ella que son las regaderas. Las regaderas tienen un banco a cada lado para que se siente el calabacero y recoge el agua en la parte superior, que corre por una tarjea hasta un pequeño pozo donde hay otra regadera para poder elevar el agua al siguiente nivel y así sucesivamente.

Calabaceros sin tierra

“Yo me ponía a regar en la parte alta porque si no el viejo me segaba el pozo”, relata, pues, Antonio Pérez. “Llenábamos el pozo entre los dos y después él seguía debajo y yo encima para regar. Si me ponía debajo, él echaba más que yo y me dejaba sin agua”. Un par de horas es lo que se podía regar así, suficiente para los pedazos de tierra que tenían. Pero había calabaceros sin tierra que estaban ocho y diez horas seguidas regando para diferentes propietarios y cobrando por el trabajo “a cinco duros la hora, poco dinero”, recuerda. “Estaban Perico El Sordo, Jorge, Sesito, Cañeja…”

Hacendados

“El agua era de los hacendados, lo que pasa es que toda el agua que tú cogieras con el calabazo era gratis –describe la situación de propiedad y uso de este recurso vital–, lo que tenías que cogerla en las dulas que te marcaban, de diez en diez días. Y al principio había más calabazos, pero más tarde vino un control de las haciendas y no podía haber más de cuatro calabazos en una acequia”. De Jeduy a la plaza de Argual no podía haber regando a la vez más de cuatro calabazos, “si no, dejaban a las haciendas sin agua”.

Antonio Pérez levanta el calabazo sacando agua de la acequia para regar. | FOTO YURI MILLARES

“A pulso, revientas”

Para coger el calabazo, explica, “la mano izquierda (o la derecha, según de qué lado lo cojas) en la punta del palo y la otra agarrando más adelante es la que mueve la muñeca dándole vuelta”, para coger el agua primero y vaciarla en la regadera después. Se apoya en el muslo el extremo que se agarra con la mano y se hace palanca para levantarlo con menor esfuerzo que si se hiciera a pulso. “Una hora no se aguanta a pulso, te revientas”, asegura.

A favor de la corriente

“Y es una ventaja hacerlo con las dos manos, porque te relevas las manos y aguantas más tiempo”. Esto es, poniéndose alternativamente a la izquierda y a la derecha de la regadera. “El que riega a la derecha riega más fácil que el de la izquierda, porque va a favor de la corriente y la misma agua de la corriente ayuda a subir el calabazo”.

En Argual, sentados

Los calabaceros de Argual y los de Tazacorte riegan, no obstante, de diferente forma. Ambos tienen que hacer la flexión para apoyar el palo en el muslo y hacer palanca, pero en Tazacorte se riega de pie y en Argual al flexionar las rodillas se sientan en el banco de la regadera. “Sentado descansas un poco más y le das más presión al palo para subirlo más rápido”.

Barro y ranas

En las acequias no hay hoy sino barro, vegetación y ranas que encuentran su hábitat en la poca agua enfangada que todavía queda por estas conducciones ahora en desuso. Pero antes bajaba tan limpia que los propios calabaceros bebían de ella. “El agua estaba siempre corriendo por las acequias. Ponías una tabla que tenía cuatro o cinco dedos de altura, diez o quince centímetros, y entonces llegaba, rebosaba y quedaba muerta para trabajar. Sobre todo en el verano, porque venía poca agua y no tenías altura suficiente para cogerla con el calabazo”.

Aguardiente y escacho

De todas maneras, los hombres llevaban su propia bebida, que preferían al agua y no sólo para beberla. “Iban cambiando de regadera en regadera, se echaban un poco de aguardiente y poquito de escacho y a la siguiente regadera. Y así estaban las ocho o diez horas”. Lo que regaban eran plataneras, así que aprovechaban la cáscara de la bellota de la piña. “Eso te servía de vaso, echabas el aguardiente y te echabas un traguito. Algunos se lo daban en los músculos, pero la mayoría se lo mandaba por dentro”. En los músculos era una especie de masaje, “así estaban muy tensos, y en invierno si hacía frío”.

Mientras en una mano sujetaban la cáscara de bellota con el aguardiente, en la otra cogían el escacho (básicamente, papas sancochadas, picadas y amasadas con gofio y mojo verde). “Lo llevaban en un pañito, lo abrían, cortaban. Comían un poco de escacho, una cebolla, un fisco de queso y venga a seguir regando”. Eso forma parte ya casi del pasado y Antonio Pérez enseña a jóvenes, entre ellos a su hijo, a usar el calabazo para concursos y exhibiciones. “Así no se pierde la tradición”, dice. “Hemos hecho campeonatos a ver quién echa más agua en tres minutos en un depósito”. En este caso, el ritmo que se usa en el riego hay que acelerarlo.

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