Historia isleña

Banderitas y tramoyistas se adelantan al dictador

Primera entrega de dos, con los recuerdos sobre la visita de Franco a Canarias en los años 50, en este caso a Gran Canaria, de la que el autor cuenta algunas experiencias personales y un incidente que se saldó con un fallecido en la calle Triana. [En PELLAGOFIO nº 41 (1ª época, mayo 2008).]
Por ANDRÉS RODRÍGUEZ BERRIEL
Escritor majorero

Franco de visita en el Cabildo de Gran Canaria en 1955./ FOTO MARTÍN SANTOS YUBERO (AFHC-FEDAC)
¡Bienvenidos sean los huéspedes!
Por el gusto que nos dan…
Cuando se van…

Algo así pensábamos los majoreros cuando venía alguien de rondón o gorrón, a descubrir nuestras carencias. Las autoridades locales les recitaban las letanías de necesidades a los políticos de turno, en sus visitas, y éstos les daban unas palmadas en la espalda y hacían mutis; ojos que te vieron dir, por esos mares afuera… y si te vi, no me acuerdo.

De las referencias que han dejado algún tópico de la Fuerteventura que conocieron, y que nos ayudan a conocernos mejor, están las de Olivia Stone (relata con precisión británica la suciedad y las pulgas en la casa de un pescador de Gran Tarajal, olvidando que las chinches son originarias de Inglaterra y que en la Escocia e Irlanda de aquellos años se vivía peor que en esta isla), Mr. Swaston (que lo desembarcan unos piratas en Las Goteras y nos narra el festín que le da el alcalde mayor) o Miguel de Unamuno y Jugo (creador del nudismo en Playa Blanca y en la azotea del Hotel Fuerteventura, donde, cosa curiosa, el único que se entera es el cura y se lo reprocha porque lo ve desde la torre de la iglesia, y aquél le contesta que si sube es porque le gusta verlo).

Un camello en Madrid
Políticos y jefes de Estado han prodigado poco sus visitas: Galo Ponte, que aprovechó su venida a Gran Canaria para resolver el famoso pleito de La Aldea, se desplazó también a Puerto Cabras para conocer lo que ya sabía, que la isla estaba en la miseria. Lo mismo, pero con más parafernalia, fue la visita de Alfonso XIII, que probó los tomates de Mafasca y le regalaron un camello que viajó de Cádiz a Madrid y murió de frío en el Retiro: manías de los hombres públicos majoreros la de regalar camellos, burros o perros, que no duran más que la vida política del personaje de turno y se olvidan de mantelerías, cuchillos, tofios y alforjas, que son más significativas e indican “se las regalo porque no tengo nada que poner encima de la mesa, ni con qué cortar, ni con qué llenar, y siempre me pueden dar algo”.

El obispo Pildáin se había ido a Teror para no recibirlo bajo palio; no porque fuera un dictador, sino porque [Franco] celebraba una cena de gala y un baile en el Gabinete Literario un sábado

Pero la más cargada de anécdotas es la visita de Franco en los años 50. Quiso hacer un viaje que marcara un antes y un después de las islas, desde las que se levantó contra el poder legal de la II República e instauró una dictadura. En esos años yo vivía y estudiaba en Las Palmas, donde presencié de primera mano su visita. Franco viajaba en el Villa de Madrid, buque insignia de Trasmediterránea (con toda su corte de ministros, secretarios, señoras y demás séquito), seguido del acorazado Canarias y precedido, dos o tres días antes, por el Domine, otro buque cargado de banderas, estandartes, banderitas y fotos de Franco, así como personal de seguridad, administrativos, tramoyistas, etc., encargados de preparar las recepciones multitudinarias.

Los resacados no van a misa
A los estudiantes del Viera y Clavijo del Puerto nos llevaron al comienzo de la calle Triana, desde donde lo vimos pasar en un coche descapotable, con todas las fanfarrias, desde el Gobierno Militar al ayuntamiento y la catedral, de la que el obispo Pildáin se había ido a Teror para no recibirlo bajo palio; no porque fuera un dictador, sino porque se celebraba una cena de gala y un baile en el Gabinete Literario un sábado (prohibido por la Iglesia porque los resacados no iban el domingo a misa). Tampoco lo recibió en Teror.

En el edificio donde estaba el Palacio de los Juguetes, se desplomó un balcón y murió el padre de unos amigos míos, sin embargo casi nadie se enteró

Un poco antes del paso de la comitiva por la calle Triana, en el edificio donde estaba el Palacio de los Juguetes, se desplomó un balcón y murió el padre de unos amigos míos, los Viera, y sin embargo casi nadie se enteró.

Vivía yo frente al mercado del Puerto (calle Albareda esquina con calle Tenerife) cuando hizo la visita a los cuarteles de La Isleta y al puerto, a descubrir una placa con su nombre (Muelle del Generalísimo), aunque la gente lo siguió llamando del En-Sánchez (Ensanche). Un día antes de la visita apareció un señor de la Secreta: comprobaba quién vivía en la casa y que no recibiéramos a nadie al otro día. La mañana siguiente apareció un guardia civil armado y se colocó a vigilar en la azotea, pero ese día nadie vio a Franco, pues iba en un coche cerrado y a toda pastilla. Se decía que los rojos de la carga negra y la carga blanca [carboneros y estibadores, respectivamente] le tenían preparado un atentado.

■ Este artículo concluye en una segunda parte titulada: «Uno que se salta el protocolo y le da… la mano a Franco»

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