Uno se salta el protocolo y le da la mano… a Franco

Segunda entrega de los recuerdos sobre la visita de Franco a Canarias, en este caso a Fuerteventura, de la que el autor cuenta dos anécdotas. La primera parte lleva por título «Banderitas y tramoyistas de se adelantan al dictador». [En PELLAGOFIO nº 42 (1ª época, junio 2008).]
Por ANDRÉS RODRÍGUEZ BERRIEL
De la visita de Franco a Fuerteventura tengo dos anécdotas y son por referencias. La primera del abuelo de los M*, algo liberal para aquella época. Recién llegado a la isla apostó que le estrecharía la mano a Franco y con el uniforme de cangrejo [falangista], como profesor de Formación del Espíritu Nacional, le tocó situarse junto a la puerta del Cabildo, lugar de la recepción. En la espera abusó de la picareta [bebida] y llegado el momento, cuando el coche para ante las escalinatas y se baja Franco, avanza antes que cualquier autoridad y le da la mano, que se estrechan. Pero el servicio de seguridad actúa y se lo llevan en volandas y en el filtro [cuarto del depósito de agua potable, usado como calabozo] le sacuden la badana y no sale sino gracias a la mediación del Delegado del Gobierno, Manuel Medina.

Para situarnos en el lugar y en el tiempo, la carretera de Puerto Cabras a Tefía era una polvopista infernal. Los camiones y vehículos requisados habían transportado a toda persona útil a Puerto Cabras para el recibimiento de Franco, y solamente quedaban en los pueblos y caseríos las personas mayores impedidas.
Se forma la comitiva: delante, seis motoristas de su guardia personal; detrás, el coche oficial con el dictador, más García Escámez, su ayudante y el ministro de turno; y detrás, los coches de su séquito.
Se cuadró, levantó la mano abierta y gritó, como había visto hacer a la gente: “¡Viva Franco! ¡Arriba España!” y se metió de un brinco, exagerado para su edad y sus achaques, en la casa
Era una mañana de recalmero y la polvasa que levantaba la comitiva se veía a muchos kilómetros de distancia, así que cuando enfiló la pista que conducía a la Colonia Parcelaria García Escámez, seña María, que estaba alrededor de las gallinas, se asombró y se atorró [escondió] en la esquina de su casa, viendo tanta tierra, tanta moto y tanto coche. Cuando los vio llegar, se metió en el zaguán de su casa. Golisniando con la puerta entornada, vio bajar primero a la comitiva y luego a Franco y ahí ya no pudo más: salió al exterior, se cuadró, levantó la mano abierta y gritó, como había visto hacer a la gente: “¡Viva Franco! ¡Arriba España!” y se metió de un brinco, exagerado para su edad y sus achaques, en la casa. Trancó por dentro y por más que llamaron a la puerta, no abrió hasta que su familia regresó, por la tarde, y la encontró ya más serena, por las tazas de tila y alsándara. Años después contaba que, cuando lo veía en las monedas o sellos, le entraban escalofríos.
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* Identificamos al personaje de la anécdota con una letra, ya que en la edición impresa se citaba a una persona cuyo nieto escribió a la redacción de la revista, exigiendo una rectificación: identificaba al que se citaba como su abuelo, que «llegó a Fuerteventura a finales del año 1951, fecha que no coincide con la visita de Franco a la isla que fue el 22 de octubre de 1950». Por otra parte, el autor del artículo (que había sido publicado previamente en el periódico Crónica de Fuerteventura nº 91 de julio de 2005 y no fue respondido entonces por la familia aludida), nos indica que las dos personas que le informaron de la anécdota ya han fallecido, así que la identificación de la persona que hizo la apuesta de saludar a Franco se queda sin confirmar y, por tanto, sin nombre.