Caminando las islas y unas ocurrencias cabildicias

Antonio González Viéitez firma la columna de nuestro invitado, “Apuntes con firma”, para insistir en la necesidad de “bañarnos” en la realidad física y humana del territorio que habitamos. En este caso, y especialmente, las islas Canarias, que está muy falta de cuidados. [En PELLAGOFIO nº 38 (1ª época, febrero 2008)].
Canarias ha sufrido una transformación muy profunda y es muy difícil “reconocerla”. Por eso es necesario que los canarios conozcamos nuestra historia, nuestra cultura, nuestra geografía, nuestra economía…
Por ANTONIO GONZÁLEZ VIÉITEZ
Economista
“A Canarias llegó un día una inglesa soñadora”. Así, con esta canción, José Mª Millares nos recuerda el arquetipo de persona que nos visitaba hace mucho tiempo. Porque durante el último cuarto del XIX y hasta la Gran Guerra fueron innumerables los viajeros que llegaban a las Islas. Personas cultas y curiosas, bastantes de ellas científicos en ejercicio, que caminaron nuestros caminos, comieron nuestro pan y no sólo nos conocieron sino que nos dieron a conocer en las grises tierras frías del norte de Europa. Impusieron un tempo lento, porque para todo eso había que ir y estar al golpito.
Como el turismo es la locomotora económica del archipiélago, no debe sorprendernos que, cuando pensamos en nuestra maravillosa naturaleza lo hagamos siempre desde esa apresurada perspectiva del turista
En la actualidad, aquellos visitantes se multiplicaron por millones y los viajeros se transformaron en turistas. Y una de las características fundamentales del turismo de masas es el tempo prestísimo. Vienen y van a la carrera y, en su inmensa mayoría, no tienen otro interés que disfrutar de nuestro clima, playas y majestuosos paisajes.
Así, y como el turismo es la locomotora económica del archipiélago, no debe sorprendernos que, cuando pensamos en nuestra maravillosa naturaleza lo hagamos siempre desde esa apresurada perspectiva del turista, del “fuerino” como dicen en Chile. Pero esa forma fugaz y superficial de vivir la naturaleza, el paisaje y el paisanaje no es, afortunadamente, la única. Hay otra forma de concebir todo eso que no tiene como sujeto protagonista al turista, sino a nosotros mismos. Porque no se trata sólo de conocer nuestras costas, medianías y cumbres, ni siquiera de decir que uno ya estuvo en Agando, Tindaya, Idafe, Los Ajaches y Mescáfete.
Chiquillos y galletones, canarios cultos
Todo esto cobra una especial importancia en nuestra sociedad porque Canarias ha sufrido una transformación muy profunda, de arriba abajo, en el espacio de una generación. Y es muy difícil “reconocerla”. Por eso es necesario que los canarios, los de toda la vida y los más recientes, conozcamos nuestra historia, nuestra cultura, nuestra geografía, nuestra economía…
Con ese objetivo hemos ido llenando nuestra escolaridad obligatoria con materias específicas que ayuden a nuestros chiquillos y galletones a ser unos canarios cultos. Pero la enseñanza en las aulas es insuficiente, [pullquote1 align=»left» variation=»steelblue»]Hay algo misterioso en los caminos, veredas y senderos. Son personajes vivos. Con sus olores, sus sonidos y ruidos, sus colores, sus tactos[/pullquote1]incluso la que se hace de forma meritoria en las aulas de la naturaleza. Porque es necesario “bañarse” en nuestra realidad física y humana. Porque apenas barruntamos lo que somos y, sobre todo, cómo fuimos capaces de llegar a serlo. Para esa maravillosa experiencia y apasionante aprendizaje no hay mejor hilo conductor que patear los viejos caminos reales y las veredas que entrecruzan todas nuestras geografías, desde la geografía de las mercancías hasta la geografía del alma. Y, además nos cuentan todas nuestras historias, las amargas y las venturosas; las tristes y las alegres; las tontas y las sabias.
Cuando algún cabildo nos informa que está inventando nuevas rutas temáticas, cariñosamente le pedimos que se deje de ocurrencias. Que lo que hay que hacer es cuidar y limpiar los viejos caminos, que los señalicen de forma discreta y respetuosa
Y es que hay algo misterioso en los caminos, veredas y senderos. Son personajes vivos. Con sus olores, sus sonidos y ruidos, sus colores, sus tactos (todos ellos distintos a cada hora y en cada estación). Si se les abandona, se mustian, se llenan de malezas y llegan a desaparecer. Pero si uno se deja guiar por ellos, al golpito, nota que de nuevo fluye la vida por ellos. Que están deseando contarnos cosas, del carbón, del ganado, de la sal, de las patronas (en todas las islas hay un caminito “pa” la Virgen). Y siempre hay paisanos con los que echar una parrafada y aprender.
Hay que llevar a nuestra gente a disfrutar esa mágica experiencia por un camino de mar a cumbre; o atravesando una degollada para descubrir el más allá; o acercándonos con respeto a un almogarén, un cenobio, una cueva pintada o un tagoror. Además, si por esos caminos reaparece el trasiego, la economía lo nota. Y no estamos hablando de las grandes trasnacionales, sino de minúsculas formas de ganarse la vida que desparraman los beneficios, incluso de forma esporádica y no permanente.
Ocurrencias cabildicias
Por eso, cuando algún cabildo nos informa que está inventando nuevas rutas temáticas, cariñosamente le pedimos que se deje de ocurrencias. Que lo que hay que hacer es cuidar y limpiar los viejos caminos, que los señalicen de forma discreta y respetuosa. Que hay una ingente tarea por hacer y que, de seguro, encontrarán un tropel de voluntarios para ayudar en ese empeño formidable.