Tras el incendio, el pulso de la vida se abre paso en Gran Canaria

El paisaje de ceniza y árboles carbonizados, tras el terrible incendio que asoló la cumbre de Gran Canaria en verano, va cambiando su color por el verde de ese manto vegetal que va cubriendo, poco a poco, la silueta de montañas, llanos y terrazas agrícolas de la zona. Las ovejas de Ramón que sobrevivieron crían una nueva generación de corderos, después del susto Ofelia sigue haciendo queso con la leche de sus cabras y el ganadero Víctor vuelve a sembrar cebada para sus vacas. [En PELLAGOFIO nº 82 (2ª época, enero 2020)].
Por YURI MILLARES
Avanza la mañana un día soleado de diciembre, después de algunos días de lluvia, y Ramón Mayor reúne sus 200 ovejas en un corral en el llano de Acusa, donde lleva unos dos meses. Los perros esperan fuera: el de pelo claro y abundante es Robe y el otro es un bardino, “veces le digo Bardino y veces le digo Ligero, según me parece”, dice.
Prefiere y tiene por costumbre empezar a ordeñar a eso de las 11 de la mañana, en vez de al amanecer, cuando “las suelto un poco, que caminen y se les calienta la ubre que lo tienen arrugado del frío. Además, así se sacuden el estiércol que se les pega a la lana y quedan limpitas para el ordeño. Y rinde más la leche ordeñada después del mediodía”, explicaba cuando le visité para incluirlo en el libro Los últimos trashumantes de Canarias.

Igualmente tiene por costumbre realizar unas cuatro trashumancias cada año entre dos lugares: el corral junto a su casa en Cueva Corcho a unos 1.335 metros de altitud (municipio de Valleseco) y la altiplanicie de la Vega de Acusa a 1.025 m (municipio de Artenara).
«El fuego se metió en el corral y quemó las pezuñas a las ovejas, tuvimos que matar 38 porque no se mantenían de pie»RAMÓN MAYOR, pastor
“Depende del tiempo y de la comida, si esto no cambea tendrá uno que marcharse”, dice mientras ayuda a un cordero con horas de vida. “Nació anoche y todavía no ha mamado. Esta oveja tiene la ubre un poco baja y los corderos no buscan la teta sino para arriba. Son mal amañados, si le da por no pegar”.
Pezuñas quemadas
Agosto le pilló con el ganado en Cueva Corcho. “Cogió la esquina de la casa y una palmera que estaba allí se quemó; el fuego se metió en el corral y el estiércol seco es como paja, quemó las pezuñas a las ovejas, las de atrás y las de alante. Tuvimos que matar 38 porque se les cayeron y no se mantenían de pie, y otras dos que se murieron, 40 se jodieron en total”. Las que sobrevivieron “todavía están sentidas”, señala con la mirada las pezuñas de la oveja a cuyo cordero intenta ayudar a mamar. “Ni en tiempo ni en mi vida hubiera visto un incendio como este, ni lo quisiera volver a ver”, asegura.

El llano donde tiene las ovejas luce una capa de hierba, pero las montañas que lo rodean siguen del color que las dejó el incendio.
“Mira donde está quemado: no ha reventado nada. Si llueve tienen que comer, porque donde se quemó sale la comida limpia, lo que eso tarda en echar”, advierte. La falta de pastos la ha tenido que suplir estos meses con paja que le ha estado dando el Cabildo y ración de millo que les pone durante el ordeño.
Muy cerca del pueblo de Artenara, por la carretera que viene de Tejeda, está la cueva-corral a 1.215 m de altitud donde la pastora Ofelia Vega tiene unas 50 cabras “contando las nuevas y las chicas”, precisa.
“Cuando me contrata el Ayuntamiento –unos seis meses al año–, por las mañanas estoy en el trabajo y por las tardes hago las cosas del corral: ordeño y termino de hacer el queso a las seis de la tarde, pero ya es de noche en invierno para soltarlas. En verano sí las suelto, porque los días son más largos. Pero cuando no estoy trabajando, vengo por la mañana, ordeño, hago el queso y por la tarde, ahora como los días son más cortos a partir de las tres y hasta las seis, las suelto. Y cuando las suelto al campo voy con ellas a la punta del risco, yo soy una cabra más”, ríe.
«Le dejé la llave del candado a la Guardia Civil, por si veían la cosa cruda que soltaran mis cabras»OFELIA VEGA, pastora

Nieta de Salvador Mendoza, un conocido pastor de la zona, ella también lo es “porque de toda la vida me ha gustado esto”, confiesa. Incluso se apuntó a la primera convocatoria de la escuela de pastores que puso en marcha el Cabildo.
“Me gustó mucho. Aprendimos como modernizarse: al estar acostumbrada a como yo hago las cosas, nos enseñaron a hacer el trabajo más fácil. Las prácticas también me encantaron, en el Sur con un ganado grandísimo y un viaje de baifos, yo estaba allí chiflada”, ríe de nuevo.

Desalojada por el Seprona
Durante el incendio recuerda que “el fuego estaba por encima de la montaña y yo sentada ahí enfrente de la cueva viendo cómo se incendiaba todo. Esto aquí debajo no llega, me decía. Hasta que se fue apagando y vino la guardia civil y me quería llevar. Yo no quería, porque el humo no era de estos aparrados, sino que hacía viento y estaba disperso y las cabras estaban aquí tranquilitas”.
Ante la insistencia de los agentes, “porque era o irme al calabozo o irme con los chiquillos –bromea–, me fui con mis hijos que estaban abajo, en Acusa, a las cuatro de la mañana. El segundo fuego vino por debajo y volvieron a buscarme. Le dejé la llave del candado al Seprona [Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil], que se estaba dedicando a soltar a los animales, por si veían la cosa cruda que soltaran mis cabras”.
Más al norte y en el mismo municipio de Artenara, vive Víctor Suárez en el poblado troglodita de Lugarejos a 832 m de altitud. Aquí todo son cuevas, “la gente estaba en sus cuevas, las vacas en otras, las cabras en otras, el burro, la yegua o el mulo en otra, el pajar, los estanques también son en cuevas, ese por lo menos hace 15 horas de agua”.

El paisaje ofrece la visión de terrazas y parcelas de cultivo (suertes en el habla local), en muchos casos ya abandonadas, cubiertas de una capa de hierba pero con los frutales calcinados. “Se está recubriendo bastante de hierba –señala–, pero esos árboles no sirven ya: castañeros, almendros, nogales, perales, algún naranjero. El tagasaste puede ser que tenga semillas debajo y salga, porque es una semilla que no te crece en el año, nace al siguiente. Es una semilla dura y tiene que haber calor fuerte y que llueva bastante para que se hinche la semilla y nazca en el mismo año”.
«Me pasé un mes echándole paja y pienso nada más, porque no quedaban tuneras o estaban todas llenas de ceniza; el hollín apestaba»VÍCTOR SUÁREZ, ganadero y agricultor
Ganadero con unas siete reses de la raza canaria, sólo tiene dos vacas en ordeño (más una novilla, dos novillos y dos becerros). “Hace dos años tenía cuatro vacas de leche y todas dieron machos. Las inseminaciones casi todas dan machos”, dice.
Las tiene ordeñar y hacer queso, “vacas de la tierra, las que he tenido siempre porque son las que servían para arar y son de buena leche; no son de 20 o 30 litros de leche, pero sus 18 litros pueden dar, si se cría las crías en ellas. Yo siempre me he acostumbrado a criar las crías en las madres de ellas”, explica.
Sin comida para los animales
Con esa leche y la de unas pocas cabras que tiene sus hermanas y él hacen queso de mezcla. Son animales que alimenta con lo que le da la tierra. “Este millo lo planté después del incendio –dice mientras, cuchillo en mano, corta ramas para llevar a la cueva de las vacas, la novilla y los becerros–. Pero todo lo que había de cañas y tuneras que yo le echaba, no queda nada. Me pasé un mes seco, echándole paja y pienso nada más porque no quedaban tuneras o estaban todas llenas de ceniza. El hollín apestaba. Yo tenía ganas de marcharme de aquí. Después de agosto me pasé tres meses, hasta ahora que llovió, que no podía ni abrir la boca. Venía viento y te echaba la ceniza en los ojos o en la boca. Y no había nada que echarle a los animales, nada”.

En el incendio se le quemaron siete cabras. “Dos no sobrevivieron y a las otras se le quemaron los ubres. Parieron, pero ya no es igual. Las dejé sueltas para que pudieran escapar, pero las acorraló el fuego tan rápido que… Y los dos novillos que tengo en el barranco los quité de allí, porque entró el fuego por debajo. Me dio tiempo a quitarlos y amarrarlos aquí arriba a dos naranjeros y escaparon”.
“Si hubieran estado abajo [en la cueva] habrían muerto, asfixiadas por el humo y el calor. ¡Esto era una caldera! Venía el fuego tan rápido que no daba tiempo ni a ver el humo. En el pinar sí estuvo bastantes días, pero aquí como es pasto no tardó ni una hora en quemarse todo esto”.
Lenteja, avena, archita y “cebada aborigen”
“La piña es para la casa y la rama del millo para los animales. Y siembro cebada para coger grano y paja –dice esa mañana cuando va con las ramas de piña al hombro, camino de la cueva de las vacas, mostrando el saco con la semilla que se disponía a sembrar un rato después–. En otro llano siembro otras semillas: lenteja, avena y archita. Esta cebada es aborigen, yo creo que lleva desde que están los canarios aquí. Es diferente a la Península. Y la avena, igual. Te puede echar hasta 50 granos en una espiga, ¡y 70! Eso no se ve en ninguna cebada. Es la que hemos tenido aquí: la sembró mi padre, la sembró mi abuelo, la siembro yo ahora. Es muy buena, porque en cualquier parcela que no haya mucha humedad se da y fuerte”.
La que tenía en agosto en la era se le calcinó el fuego durante el incendio.
