Naturaleza y territorio

Historia de las salinas de Fuencaliente entre dos volcanes

La erupción del Tajogaite tiñe de negro las sal y la mitad de la zafra se ha perdido

Las salinas de Fuencaliente estaban a pleno rendimiento en septiembre de 2021 cuando, en la cresta volcánica de Cumbre Vieja y precedida por muchos avisos sísmicos, se produjo la erupción del volcán Tajogaite. Tres días después, los tajos de sal se volvieron negro por una ‘lluvia’ de ceniza que parecían perdigones [En PELLAGOFIO nº 108 (2ª época, junio 2022)].

■ Sin ayudas, sólo piden manos
A los tres días de la erupción del volcán Tajogaite, la ceniza llegó a las salinas de Fuencaliente, dejándolas totalmente negras, como se aprecia en la fotografía que guarda el salinero, Andrés Hernández, en su móvil. Sin ningún tipo de ayudas hasta ahora, «lo que pedimos son manos para poder recuperar la actividad lo antes posible, ya que hay cuadrillas a través de los Planes de Formación y Empleo. No pedimos más, sabemos que hay otros sectores que han sufrido mucho más y sobre todo mucha población».

■ El ‘otro’ Jardín de la Sal
«Lo que más pena da es asomarte a este jardín de sal y verlo todo negro. Es lo más triste, perder el paisaje», dice el salinero. Lo que sí sigue funcionando es el restaurante de las salinas, El Jardín de la Sal. De una plantilla de 22 personas quedan 10, debido a las largas distancias para llegar con las principales vías cortadas y por la falta de trabajadores, dedicados a tareas de recuperación en carreteras y casas dañadas, explica el chef Juan Carlos R. Curpa, con un caldo de cherne y lapas al fuego.

Por YURI MILLARES

El día antes de estallar el volcán, Andrés Hernández, gerente de las salinas de Fuencaliente, tenía previsto viajar a Gran Canaria para asistir a la presentación de un libro y lo canceló. «No sé por qué, lo intuíamos, había más movimientos sísmicos», dice. Sus temores se confirmaron cuando el domingo 19 de septiembre de 2021 estalló el volcán. Se da la circunstancia de que las salinas, de 1967, estaban todavía en construcción en 1971, pero ya produciendo en los tajos del lado oeste, cuando estalló el volcán Teneguía. «Un brazo de lava del Teneguía se paró justo a la entrada de las salinas», contaba su padre Fernando en una entrevista años atrás.

Pensando en la ceniza volátil que iba a cubrir las salinas, la primera decisión fue «salvar lo que había fuera: de casi 150 toneladas que había pudimos salvar 100» ANDRÉS HERNÁNDEZ

Pensando en la ceniza volátil que, de nuevo y muy pronto, iba a cubrir las salinas, la primera decisión fue «salvar lo que había fuera: de casi 150 toneladas que había pudimos salvar 100. La sal estaba amontonada en los pasillos, había tres cosechas. Nos dimos prisa, carretillas y para dentro. Y a partir de ahí ya no se pudo recuperar más. El domingo estalló el volcán, el martes estábamos metiendo en el almacén la sal que habíamos recogido fuera y el miércoles estaba empezando a caer ceniza», relata.

La zafra anual en estas salinas consta de unas ocho cosechas que se recolectan entre mayo y octubre. «Perdimos las dos últimas cosechas además de la mayor parte de la producción de flor de sal, porque septiembre es el mejor mes para recolectarla, que es cuando menos humedad relativa y menos viento hay. En total, perdimos más de la mitad de la producción de las salinas», hace balance.

Sin ningún tipo de ayudas hasta ahora, «nos tienen totalmente olvidados –se lamenta–, nuestra demanda no es dinero por la actividad perdida, lo que pedimos son manos para que nos ayuden a recuperar la actividad lo antes posible, ya que hay cuadrillas a través de los Planes de Formación y Empleo. No pedimos más, sabemos que hay otros sectores que han sufrido mucho más y sobre todo mucha población. En nuestro caso estamos en un limbo burocrático y no nos llega nada».

Cuando la ceniza empezó a llegar pasados tres días de la erupción, «parecían perdigones, estaban todas las salinas cristalizadas, pero quedaron totalmente negras y tuvimos que parar»

Cuando la ceniza empezó a llegar, pasados esos tres días de la erupción, «caía con bastante fuerza, parecían perdigones. Estaban todas las salinas cristalizadas, pero quedaron totalmente negras y tuvimos que parar. Y sabíamos que iba para largo. Ya se iba a meter el invierno, en septiembre nos faltaba un mes y medio de producción. Decidimos parar y pensar en la recuperación».

Y totalmente negras, como las dejó el nuevo volcán Tajogaite, se quedaron todo el invierno. La idea era empezar a recuperarlas en marzo, pensando que las lluvias del invierno limpiarían algo y metiera toda la ceniza dentro de los cristalizadores, para que fuera más fácil retirarla. «Pero prácticamente no llovió hasta abril, cuando habíamos empezado el proceso de limpieza. Todo lo que habíamos hecho hubo que hacerlo nuevamente. Se perdió un mes de trabajo».

Los operarios Francisco y Carlos limpian los tajos recogiendo sal tiznada de negro por la ceniza. | FOTO ISIDORO JIMÉNEZ

«Lo que estamos haciendo –continúa– es poner agua nuevamente, dejar cristalizar, retirar la cosecha, tirarla, y volver a llenar con agua. No hay otra forma de poderlo limpiar». Así van ya tres veces, sacando cosechas de sal con ceniza todavía en mayo. «A la cuarta la vamos a analizar, a ver si ya sirve. La flor de sal que hemos recolectado ya está totalmente blanca y cristalina, no se le ven impurezas y sí bastante escamosa, de mucha calidad. Es cuestión de esperar».

La suerte para la buena conservación de las salinas es que los fondos de barro de los tajos están en buen estado, «al quedar toda la costra cristalizada durante el invierno»

La suerte para la buena conservación de las salinas, dice, es que los fondos de los tajos están en buen estado, «al quedar toda la costra cristalizada durante el invierno. El fondo es de barro y no está muy tocado, tiene una costra de sales magnésicas que se van depositando y es un elemento aislante entre el barro y la sal, bastante duro, que permite transitar por él sin problema».

El salinero Andrés Hernández, rastrillo en mano, todavía recoge sal negra ocho meses después de la erupción. | FOTO YURI MILLARES

Sí están teniendo problemas con el sistema de riego, que abastece de agua a los tajos desde los cocederos, «porque la ceniza se metió en el interior: los caños de madera han sufrido muchísimo, están cuarteados, se están astillando, quizás por los meses que llevan sin actividad. El invierno fue seco y la madera no se hidrató, se fue astillando y sacando una especie de pelusa. Tendremos que sustituir la madera por caños de plástico alimentario como solución provisional hasta que podamos arreglar las atarjeas de madera».

Empeñado en recuperarlas, como hace 40 años hicieron su abuelo y su padre, «lo que más pena nos da es asomarte a este jardín de sal y verlo todo negro. Es lo más triste, perder el paisaje, más que perder la producción». Su propósito es recuperar el 80% de las salinas para la zafra de este año 2022, «porque no sabemos si podremos recuperarlas todas, estamos con el personal que estamos».

Más dura fue la experiencia con el Teneguía: «La ceniza llegó con más virulencia y las salinas estuvieron paralizadas dos años, entre 1971 y 1973»

Preguntado por la posible utilidad de esta sal con ceniza, responde «de momento no le hemos encontrado ninguna». La están usando para cubrir los caminos en salinas para que la lluvia la vaya disolviendo y en el cantil costero parta que los rebozos de la marea se la vayan llevando poco a poco. «No es más que sal y arena negra. Si la amontonamos como residuo, se apelmaza como cemento y generaría un residuo permanente».

Más dura fue, en cualquier caso, la experiencia con el Teneguía. «La ceniza. Incluso llegó con más virulencia, por lo que me comenta mi padre, y estuvieron paralizadas dos años entre 1971 y 1973, porque la carretera de acceso estaba cortada y por lo que duraron las labores de limpieza y recuperación. Mi abuela decía de abandonarlas, pero mi padre y mi abuelo, que eran más tozudos, decidieron seguir».

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