Árboles de Canarias

El Mocán del Conservatorio y su enigmática presencia

Tiene 12 metros de altura y apenas 35 cm de diámetro y protagoniza la octava entrega de la serie “Árboles de Canarias” de Juan Guzmán. Ilustración a partir de un dibujo de Mary Anne Kunkel cedida al autor del artículo. [En PELLAGOFIO nº 19 (2ª época, abril 2014)].

Por JUAN GUZMÁN OJEDA
Ingeniero técnico forestal

Por lo que conocemos, más allá de los innumerables usos que puedan ofrecer o asociarse a un simple palo, pocos fueron los árboles que realmente llegaron a formar parte de la cultura forestal del pueblo aborigen. Además de la palmera canaria, el drago y el pino canario, embajadores populares donde los haya, también cabe nombrar al mocán (Visnea mocanera), endemismo canario-maderense que a buen seguro debió ser mucho más abundante en el pasado, sobre todo en referencia a las islas centrales del archipiélago canario.

La relación entre aquellos que pudieron disfrutar de una foresta primigenia y los mocanes se basó en el consumo de sus pequeños y dulces frutos, no sólo en fresco, sino también transformándolos por fermentación alcohólica hasta obtener el apreciado chacerquén. No es de extrañar, pues, el valor cultural, ritual y religioso que popularizó a esta especie, de propiedades tanto alimenticias como espirituosas.

Un palacete modernista por amor
Aunque en Gran Canaria todavía es posible visitar algunos mocanes silvestres, el protagonista de este artículo se localiza en plena área urbana de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, en concreto sobre la coordenada 28º 6´ 21´´ N y 15º 25´ 99´´ W. El Mocán del Conservatorio forma parte del jardín del palacete de estilo modernista que, a principios del pasado siglo, el empresario Domingo Rodríguez Quegles ofreciera, cual ostentosa prueba de amor, a su prometida. Hace ya casi una década que los sones de violas y trompetas se alejaron más hacia Vegueta, así como los ruidos y gases de escapes de los vehículos que antaño circulaban por la, hoy peatonal, calle Pérez Galdós.

Teniendo en cuenta su ubicación, en principio podría considerarse como un elemento espontáneo propio del bosque termófilo, pero si tomamos como criterio sus dimensiones (12 metros de altura, pero apenas 35 cm de diámetro) difícilmente se englobaría en el reducido grupo de nuestros árboles prehispánicos.

Quizás no es descabellado pensar que este individuo provenga de los patios de uno de las mayores instituciones religiosas que albergó la ciudad antigua: el convento de la Concepción Bernarda

En cualquier caso, su presencia resulta cuanto menos enigmática: su elección como especie del jardín de corriente innovadora es calificable de muy dudosa, ya que en esa época ya empezaba a imperar la introducción de flora exótica. Entonces cabe preguntarnos: ¿Cómo era esa zona de la ciudad antes del cambio al siglo XX? En respuesta a ello quizás no es descabellado pensar que este individuo provenga de los patios de uno de las mayores instituciones religiosas que albergó la ciudad antigua: el convento de la Concepción Bernarda. Éste se erigió al poco de la Conquista, en el año 1582, ocupando un amplio espacio hasta por lo menos el año 1700. En el plano de Pereira y Pacheco del año 1833 los límites del convento ya aparecen desdibujados, aunque parece intuirse que el jardín del antiguo conservatorio nunca fue edificado.

Aborigen reconvertido
La teoría para explicar la conexión de este mocán con los primeros habitantes insulares, pudiera verse reforzada al recordar que lo que terminarían siendo los jardines de los patios del convento primero fueron huerta y botica, por lo que la presencia de frutales es de suponer abundante. Eso sí, debió ser un aborigen reconvertido desde Acorán al cristianismo quien transmitiera la tradición sobre este, ya arcaico, aprovechamiento forestal.

Quién sabe si el mocán del antiguo conservatorio es hijo, o incluso nieto, de aquellos que poblaron los exuberantes bosques que existieron en la fértil vega del río Guiniguada. Pudiera considerarse, pues, como una reminiscencia viva y cultural de otros tiempos en los que, nosotros, los humanos, éramos perfectos conocedores de la madre naturaleza y de sus dulces secretos.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba