Cruzando la selva de Garajonay, en La Gomera

Creado en 1981 e incluido en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco, el Parque Nacional de Garajonay es una complejo bosque de laurisilva de 4.000 hectáreas con altitudes comprendidas entre los 1.500 y los 800 metros. Entre su espesura, un sendero lo atraviesa de cumbre a medianías. [En PELLAGOFIO nº 1 (2ª época, junio 2012)].

■ EL CONTADERO-EL CEDRO-HERMIGUA
Cinco horas de selva
El recorrido de este camino, que tiene 9,3 kilómetros, se puede hacer en unas cinco horas y media. Conviene evitar las últimas horas del día para iniciarlo, para que no se nos haga de noche. Incluso de día, hay zonas muy umbrías en este bosque y la oscuridad es absoluta después del ocaso ●
Por YURI MILLARES
Siendo precisos, la máxima altura en el pico Garajonay es de 1.487 metros. La carretera insular que atraviesa el parque nacional lo bordea y pasa junto a una pequeña explanada desde donde parte este sendero: El Contadero. Desde aquí, cerca de la cota 1.400 parte el más conocido de los caminos del parque, en unos primeros pasos por un túnel vegetal que forma el fayal-brezal, formación vegetal de la laurisilva que dominan la faya (Myrica faya) y el brezo (Erica arborea), predominantes en esta altura y orientación. Escobones (Chamaecytisus proliferus) y codesos (Adenocarpus foliolosus) también abundan en esta zona cercana a la carretera. Pero enseguida nos adentramos, descendiendo, en la espesa selva de un bosque que adquiere su máxima exuberancia y complejidad en las zonas más húmedas orientadas al norte y visitadas con frecuencia por las nubes que traen los alisios.
El laurel (Laurus azorica), el paloblanco (Picconia excelsa), el follao (Viburnum rigidum) y el viñátigo (Persea indica) van sustituyendo a brezos y fayas. Algunos miradores (intercalados entre tramos de abundantes escalones que facilitan el descenso sin temor a resbalar), nos permiten ver, además de respirar, la majestuosidad que nos envuelve. El camino, tallado a veces en el suelo, es frecuentado por relajados caminantes: familias que componen una pareja joven con algún niño, grupos de jóvenes, personas mayores con bastones de senderismo para ir más cómodos, algún aficionado a la fotografía en busca de un rincón de líquenes que viven tanto en árboles vigorosos como en maderas que se pudren.
Entre ellos será difícil encontrar algún gomero, que tras muchas generaciones de vida ligada al bosque (en busca de leña para el hogar, madera para carbón, comida para los animales, incluso helechos para cocinar tortas o refugio ante persecuciones), han dejado este espacio que ahora ocupan turistas de otras islas o de tierras más lejanas. Por el margen izquierdo del barranco del Cedro, donde el agua fluye discreta pero constante, seguimos el descenso hasta Las Mimbreras, lugar que atraviesa una pista forestal.
Será difícil encontrar algún gomero, han dejado este espacio que ahora ocupan turistas
Mirlos que escarban y desaparecen
El camino sigue su curso junto al cauce del riachuelo con su murmullo de vida, aunque pronto se va a separar de él. El bosque está en su máximo espesor y el día no logra atravesar la masa vegetal para hacer llegar su luz al suelo. Por doquier despegan el vuelo, al escuchar pasos, mirlos (Turdus merula) que escarban entre las hojas caidas y desaparecen entre el follaje. Nos sorprende entonces un claro entre tanta espesura y frente a una explanada de baldosas de piedra, una pequeña ermita que debe su existencia a la “devoción mariana” de una institutriz de nombre Florence Stephen Parry.
El silencio sólo reconocible por el canto de distintas especies de aves, contrasta con el bullicio de una romería que entre 1935 y 1984 invadía el lugar el último domingo de agosto y ahora sólo podemos imaginar. Un tramo más de camino para recorrer lo que queda de espesura selvática y pronto aparece ante nosotros la zona conocida como El Cedro (cota 825), en torno a un pequeño caserío de viviendas diseminadas y tierras de cultivo. El cauce del riachuelo que nos acompañó anteriormente sigue su curso hacia la cascada que lo precipitará entre una frondosa vegetación.
Aquí el descenso es mucho más pronunciado para el caminante, por bajar junto a esa espectacular cascada de 175 metros (Caidero de la Boca del Chorro) en dirección al barrio de El Convento, en el pueblo de Hermigua (cota 280).
El botánico David Bramwell
Escribe para PELLAGOFIO algunos relatos en los que cuenta sus primeros viajes de exploración por la isla de La Gomera, sobre todo recorriendo el Parque Nacional de Garajonay. Dos de ellos son «Mis primeros días en el paraíso de la Botánica» que incluye información de la espléndida ilustración de TONY SÁNCHEZ que encabeza esta página (con un ave, una planta y una mariposa presentes en la laurisilva) y el más reciente «El cuento de la cabra y la oveja y el altímetro perdido» ●