El Pris-Mesa del Mar, en Tenerife

La costa de Tacoronte tiene en El Pris su barrio pesquero, y en Mesa del Mar un pequeño núcleo de veraneo que disfruta de una escondida playa de arena negra. Entre ambos, un corto sendero los comunica, atravesando el lugar que dio origen en el siglo XVI al topónimo Puerto de la Madera. [En PELLAGOFIO nº 40 (1ª época, abril 2008)].
Un roque al pie del núcleo de casas apiñadas de El Pris, donde desembocan las escalinatas de la calle La Salema, guarda entre sus rocas el actual refugio pesquero y el edificio de la cofradía de pescadores. Los barquillos, cubiertos por lonas que protegen su interior, se distribuyen por la pequeña superficie junto a la grúa pescante que utilizan para botar al mar las embarcaciones cada vez que se hacen a la mar (hasta hace poco sólo podían hacerlo por una rampa varadero de peligroso acceso con marea alta, pues obligaba a situar un vigía para avisar de las olas que rompían en el exterior al patrón que quería entrar por su estrecho brazo).

Madera va y viene
Justo de aquí parte el sendero, que serpentea por el delgado paso excavado en el risco de la punta del Sargo (eso sí, cómodo y seguro de transitar gracias a la barandilla de gruesas sogas que acompañan en este corto tramo) hasta llegar a la playa del Sargo, al fondo de una estrecha bahía. Una playa de callaos que en el siglo XVI dio origen al topónimo (hoy un barrio acantilado arriba) de Puerto de la Madera: por aquí se embarcaban los troncos de árboles que venían del bosque de Agua García, con destino a otros pueblos de la costa norte de Tenerife y para los ingenios azucareros de la época. Y, curiosamente, a la inversa: entró madera para la restauración de la iglesia de Santa Catalina.

Atravesamos la playa observando la construcción más antigua de El Pris: el edificio de una galería de agua dulce (que abastecía los cultivos de Puerto de la Madera, Valle de Guerra y Tejina) y un estanque donde los pescadores hubo un tiempo que echaban lisas pequeñas para que crecieran y, al engordar, las volvían a capturar y vendían en el varadero. Una fila de tarajales bordea el muro del estanque, allí plantados porque protegían del salitre. Enseguida dejamos atrás todo ello y ascendemos ligeramente por el sendero, empedrado y ancho como en la propia playa del Sargo.
Continuamos ahora desde unos pocos metros sobre el nivel del mar, serpenteando por una costa plagada de vegetación característica en tierra (la lechuga de mar o servilleta, vinagreras, magarzas, cardones, tabaibas, verodes de costa, espinos de mar, cornicales, salados, incienso) y muchos roques, caletas y playitas donde rompe el mar (La Caleta –suelen acudir pescadores de tierra y jóvenes a bañarse–, el Peje Verde, playa del Roque, la Baja Negra).
Y, casi sin darnos cuenta, llegamos a la urbanización de Mesa del Mar, bajando por unas escalinatas hasta la explanada del aparcamiento, que atravesamos para dirigirnos, entre edificios de gran altura, a la pequeña ermita de Nuestra Señora del Carmen. A su lado veremos un túnel con suelo de asfalto. Al otro lado nos espera la playa de la Arena, nombre que describe con precisión lo que vamos a ver. Acondicionada para su uso (sobre todo veraniego), cuenta con un paseo que la recorre y zona de acampada.
Castillo surrealista
El paseo se prolonga más allá, por el charco Sagrero, hasta la desemboca-dura del barranco de Guayonje. Si levantamos la vista veremos, sobre unas terrazas de cultivo semi derruidas, una extraña casa coronada por una torre: es la finca y casa de veraneo de la familia del pintor surrealista Domínguez, conocida por ello como Castillo de Óscar Domínguez.
Del botánico David Bramwell
Durante los meses que residió en la isla de Tenerife a finales de los años 60 del siglo XX, Bramwell aprovechó la ocasión para realizar numerosas exploraciones en busca de la flora que puebla su territorio. Unas veces en compañía de Sventenius, otras de Lems, y, en el relato que publicó PELLAGOFIO junto a este sendero, «Siemprevivas y además, cabrito y vino», acompañado por el jardinero mayor del Botánico de La Orotava. El objetivo, localizar en su ambiente a la Limonium imbricatum, una especie amenazada ●