Viñátigos centenarios en la selva que producía vidrio

Tras la conquista castellana de Tenerife, el colono García Morales recibió en pago a sus favores a la Corona un territorio de abundante y buena agua, en la espesura de una selva de laurisilva. Una joya conocida desde entonces como bosque de Agua García, cuyo reducto sobrevive en Tacoronte. [En PELLAGOFIO nº 39 (1ª época, marzo 2008)].
Por YURI MILLARES
El bosque de Agua García es el último reducto de la gran selva de monteverde que dominaba el norte de Tenerife, donde la exuberante vegetación de la laurisilva escondía su suelo del cielo. Tras la conquista llegó el poblamiento con colonos que se iban a dedicar a la agricultura y al cultivo de la caña de azúcar, necesitando para ello roturar tierras; madera para construir casas, muebles y herramientas; mucha leña para alimentar los ingenios; y carbón para el fuego del hogar. Entre los siglos XVI y XIX el bosque sufrió unas talas masivas que casi lo hacen desaparecer.
Hoy queda, para disfrute de quienes deseen practicar del agradable paseo por sus senderos, un área protegida al que se puede acceder fácilmente desde el Centro de Información Patrimonial que gestiona el Ayuntamiento de Tacoronte. Aquí encontraremos información completa de la historia, naturaleza y usos de este bosque, así como la posibilidad de contratar el servicio de alguna guía para recorrerlo (al precio simbólico de un euro).

Y uno milenario
Entre los caminos de Agua García destaca el que hace el recorrido de los espectaculares viñátigos de cientos de años (uno incluso es milenario), denominado sendero de los Guardianes Centenarios. Saliendo del Centro de Información Patrimonial subimos por la pista de la izquierda hasta llegar a la primera curva, donde un camino a la derecha (cerrado al paso de vehículos y bicicletas por una barrera) da inicio al sendero propiamente dicho (un cartel sobre dos postes de madera lo señala, situado justo debajo de un laurel Novo canariensis, el árbol que da nombre a esta formación vegetal: la laurisilva).
Nos adentramos por el follaje a través de un cómodo y ancho sendero que discurre junto al barranco de Toledo, pudiendo observar toda la riqueza en variedad de especies del monteverde: vemos a ambos lados del camino más laureles (su madera ligera era apreciada para fabricar aperos de labranza), brezos (se hacía carbón; sus ramas servían de horquetas para la viña; sus hojas eran útiles en cataplasma contra las picaduras de insectos), follaos (sus hojas de tacto suave y peloso eran el sustituto del papel higiénico; sus varas flexibles combinaban con el mimbre en la cestería)… y llegamos al primero de los grandes viñátigos centenarios, que destaca por su gran porte con un tronco que es de enormes proporciones y sirve de base a otros troncos (tocones) y tallos (chupones) que son sus hijos: nombrada la “caoba de Canarias” por su excelente madera, se empleaba para fabricar muebles nobles.
Ratas ‘borrachas’
En su estado natural el viñátigo sirve de cobijo al helecho de batatilla y de alimento a la rata de bosque, que –literalmente– se emborracha con las propiedades alucinógenas de su savia y llega a caer desde las ramas al suelo (por lo que no es raro ver a alguna de ellas muerta tras la caída al pie del árbol); también roe las raíces dejando como rastro grandes huecos.
El sendero sigue serpenteando junto al barranco y ofreciendo a la vista más especies, como el naranjero salvaje que hay justo al llegar al puente de madera que atraviesa el cauce del Toledo. Especie exclusiva de Tenerife, fue el árbol de la laurisilva más castigado por las talas en siglos pasados, en busca de su madera muy blanca para muebles. Al otro lado del puente se puede observar una haya (su fruto es el único comestible del monteverde y en tiempos de hambre el isleño lo secaba, tostaba y hacía una harina pastosa como sustituto del gofio) y al único ejemplar de sao (el sauce canario) que queda en Agua García (presente, en este caso, gracias a que fue replantado hace once años, junto a otros que no sobrevivieron): su gran utilidad venía dada por las propiedades medicinales de su corteza, que contiene salicina (el precursor de la aspirina).
Con la traquita o “arena blanca” de las Cuevas de Toledo, se hacían botellas y otras piezas en una vidriera que había en la ciudad de La Laguna
Cuevas y laberinto
En este punto del recorrido, subimos por la escalinata con peldaños de troncos a la izquierda, para acercarnos, tras cruzar un segundo puente, a las Cuevas de Toledo, también llamadas Cuevas del Vidrio porque en ellas se extraía, todavía a mediados del siglo XX, traquita o “arena blanca”, materia prima para la elaboración de vidrio (en el bosque hubo un horno para tal fin en el siglo XVI; más recientemente se hacían botellas y otras piezas en una vidriera que había en la ciudad de La Laguna). Junto a las cuevas –hoy un pequeño laberinto que atrae a los niños– se yergue el más imponente de los viñátigos de Agua García: se estima su edad en unos mil años.
Regresamos sobre nuestros pasos hasta el sendero que habíamos dejado después de cruzar el primer puente, siguiendo su camino en un paisaje más despejado de vegetación. Giramos a la derecha siguiendo su serpentear y llegamos al barranco del Salto Blanco, adentrándonos en un área de pinar de repoblación hasta llegar al final y encontrarnos con la zona recreativa Lomo de la Jara.
Fogones, mesas y bancos en Lomo de la Jara
El final de este sendero nos sitúa frente a la entrada de la zona recreativa Lomo de la Jara. Bajo unos espigados pinos, que aportan sombra a la pequeña área amesetada donde se reparten mesas, bancos y fogones para cocinar con leña, podemos sacar las viandas y disfrutar de un almuerzo (si es que hemos llegado pronto en caso de ser festivo, pues suele llenarse) ●
Árboles con magia
David Bramwell escribe, para acompañar el reportaje de este sendero, el relato de su primera visita al lugar junto a su esposa Zoë en 1969, donde quedó impresionado por “la auténtica magia de los viñátigos de Agua García”. Y así precisamente titulamos su columna en este número: «Una visita mágica» ●