Bidones aquí, balcones allá

El barullo de obreros, las montañas de áridos, las carretillas y los bidones abollados de esta fotografía tomada en Santa Cruz de La Palma sitúan en su contexto el comentario de esta entrega de la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 35 (2ª época, octubre 2015)].
La ciudad daba la espalda al mar, como tantas localidades de las islas azotadas por los temporales y el miedo a la piratería. La parte noble de las casas, con fachadas que hablaban de la categoría social de sus habitantes, asomaban a la calle Real. Y al otro extremo del corredor, joyas de la arquitectura aún no valoradas tenían la función principal de ventilar las viviendas de los notables propietarios de tan distinguidas edificaciones.
La ciudad daba la espalda al mar, como tantas localidades de las islas azotadas por los temporales y el miedo a la piratería
De una enorme riqueza cultural y artística, tercer puerto de Europa después de Amberes y Sevilla, Santa Cruz de La Palma ganó al mar un espacio necesario y fundamental: la avenida Marítima, arteria imprescindible de la por muchos siglos pujante capital, poseedora de un patrimonio histórico-artístico sobresaliente, labrado con las riquezas venidas de Flandes y de América, referencias geográficas que, junto a Portugal, marcan la impronta de la capital y de la isla toda. Templos, obras destacadísimas de arte flamenco, plazas, sosegados rincones de indudable belleza… Y los balcones, inconfundibles iconos de la identidad urbana de la capital palmera. Fotografiados infinitamente, admirados por lugareños y visitantes que los ven como agraciada muestra de arquitectura propia que desde el pasado sigue mostrándose al presente y al futuro. La variada tipología de los balcones, otrora descuidada trasera de las distinguidas viviendas de la calle principal, se ha convertido en una preciosa estampa multicolor y florida.
La pujante capital posee un patrimonio histórico-artístico sobresaliente, labrado con las riquezas venidas de Flandes y de América
La construcción de la avenida Marítima, con el barullo de obreros, montañas de áridos, otras tantas de escombros, rengueantes escaleras de arrimar, carretillas y bidones abollados, dejan en segundo plano, como se observa en la foto tomada en 1943, la que pasado el tiempo sería espléndida fachada capitalina, orgullo de la Isla Bonita y deleite de cuantos tienen la fortuna de pasear por ella.