Cartas de entregar en mano

Una vieja guagua de la ruta centro y sur de La Palma (Tazacorte, Tijarafe y Puntagorda), de la compañía de “María Santos Pérez”, llamó la atención al turista alemán que nos la envió y que su cámara captó en 1959. [En PELLAGOFIO nº 38 (1ª época, febrero 2008)].
Por DOMINGO RODRÍGUEZ MARRERO
Director de ‘La Alameda’, de Canarias Ahora Radio
Una elocuente estampa que recoge fielmente los modos de vida de los años cincuenta en Canarias, y en este caso concreto de la isla de La Palma, fue captada por la cámara del marino telegrafista alemán Hans Georg Korth en 1959, cuando realizó una excursión por la isla Bonita, y reparó en la imagen que se mostraba a sus ojos: una vieja guagua de colores llamativos, de las que transitaban por las carreteras de la isla llevando pasajeros, bultos, encargos, favores personales del chófer, noticias, comentarios, recados, chismes y novelerías… Y cartas, de entregar en mano en las distintas localidades que tenían el privilegio de contar con un servicio de guaguas que, asmáticas y lentas, sorteaban la intrincada orografía de la isla en unos viajes que venían a demostrar –con acento palmero, eso sí– la relatividad del tiempo y la filosofía de vida de los pacientes usuarios del transporte insular.
Una vieja guagua de colores llamativos, de las que transitaban por las carreteras de la isla llevando pasajeros, bultos, encargos, favores personales del chófer, noticias, comentarios, recados, chismes y novelerías…
Dos compañías cruzaban la isla Bonita: “Transportes del Norte de La Palma”, que llegaba hasta Barlovento y con servicio más restringido hasta Garafía, y la compañía de “María Santos Pérez”, a la que pertenece la foto que aquí mostramos, y que realizaba el servicio del centro y sur de la isla, llegando hasta Tazacorte, Tijarafe y Puntagorda.
Fue un tiempo de cambios, donde el pasado seguía siendo presente con la guagua de María Santos, y el presente se hacía futuro con las obras de ampliación y acondicionamiento de la gasolinera, cuyos viejos surtidores, con colores casualmente idénticos a los de la guagua, sobrevivían entre la cimbra dispuesta a soportar el hormigón que daría sombra –y aires de una modernidad aún por llegar– a la vieja gasolinera.