Cruz de Tejeda, una rosa de los vientos terrestre

«Entre 1948 y 1996 se mantuvo activo, anclado en sus orígenes, cuando llegar a la Cruz de Tejeda suponía un larguísimo trayecto por pistas de tierra que fueron caminos reales sobre rutas prehispánicas y, posteriormente, de herradura», escribe Míchel Jorge Millares en esta entrega para la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 112 (2ª época, noviembre 2022)].
Por MÍCHEL JORGE MILLARES
Periodista
El primer Parador de Turismo en el Archipiélago fue el de la Cruz Tejeda, en Gran Canaria. Obra del Cabildo y proyecto del arquitecto Miguel Martín Fernández de la Torre, fue inaugurado sin muebles en 1938, el mismo año en que falleció su hermano, el visionario artista Néstor y autor de su decoración. Décadas más tarde sería el Cabildo de Lanzarote, con Ramírez Cerdá al frente, el que volvería a unir a un artista para crear un modelo de turismo, naturaleza y recreación de lo original y único, el alma isleña.
Hubo siete, los otros seis financiados por el Estado. La mayoría fueron encargados al arquitecto José Enrique Marrero Regalado, quien realizó diseños inspirados en la arquitectura tradicional canaria.
Rebaños, jinetes, camellos y llamativas guaguas de fabricación británica color naranja, con los chóferes sorteando incontables curvas hablando con los pasajeros, paraban aquí
Entre 1948 y 1996 se mantuvo activo, anclado en sus orígenes, cuando llegar a la Cruz de Tejeda suponía un larguísimo trayecto por pistas de tierra que fueron caminos reales sobre rutas prehispánicas y, posteriormente, de herradura. El Parador estaba en el cruce, en el centro de los caminos radiales, una rosa de los vientos terrestre. Rebaños, jinetes, camellos y llamativas guaguas de fabricación británica color naranja de la compañía Aicasa (los «piratas» legales eran furgonetas pintadas de gris), con sus enormes motores y volantes que los chóferes manejaban sin parar sorteando incontables curvas hablando con los pasajeros, paraban aquí.
El asfalto y las repoblaciones recuperaron la espectacularidad y la carretera comenzó a colapsar con cada nevada. Se abarrotaba. Los actos oficiales en el Parador, con esa imagen de blanco y negro encorsetado, contrastaban con el colorido del paisaje y la blancura del Parador que intensifica el encanto del «alma de mi tierra».