Baúl del lector

De roque a roque, a por bistecs de cochino y vino de tea

Observar en el Roque de los Muchachos «la marcha del cometa dejó de importarme y pasé a rememorar con deleite los bistecs de cochino negro que unas horas antes me había cenado en Roque Faro», escribe Santana Jubells en esta entrega de la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 90 (2ª época, noviembre 2020)].

Por CARLOS SANTANA JUBELLS
Historiador, archivero y gestor documental

El 16 de julio de 1994 tuve el privilegio de ver en directo, desde el garafiano observatorio del Roque de los Muchachos, el impacto del cometa Shoemaker-Levy 9 contra Júpiter. Nos habían invitado unos astrofísicos, pues a la sazón yo formaba parte del equipo que estaba excavando los enclaves arqueológicos de La Zarza y la Zarcita. Eran como las 10 de la noche y recuerdo a un montón de personas pegadas a una pantalla observando una imagen borrosa, y, en un determinado momento, empezaron a gritar de alegría. Parecía ser que el primer cacho de roca espacial se había estampado contra el gigante gaseoso.

Decepcionante, pues uno en su ignorancia se imaginaba la visión de un cataclismo cósmico de los de película. Y sobre la marcha el cometa dejó de importarme lo más mínimo y pasé a rememorar con deleite los bistecs de cochino negro que unas horas antes (y como todas las noches que duró aquella campaña), me había cenado en Roque Faro, regado por todo el vino de tea que a uno le pudiera caber en el estómago. A veces, para que negarlo, ese era también el desayuno.

Del procesado del animal salen cosas tan exquisitas como un tocino salado blanco como la nieve que en el norte de la palma se suele usar para asar castañas

Y ustedes dirán: ¿a qué viene todo esto? Pues a que, aunque algo confusa, la imagen de este mes no es otra que la del transporte en volandas de un cochino −ya deceso− en algún punto de Garafía para su posterior procesado, que me ahorro explicar por no herir más sensibilidades.

De ese procesado salen cosas tan exquisitas como mis añorados bistecs, un tocino salado blanco como la nieve que en el norte de La Palma se suele usar para asar castañas (que también he catado) y un sinnúmero de derivados que han llevado al famoso dicho de que, del cerdo, hasta los andares.

De guarnición, he visto hacer en Garafía un hoyo en la tierra, meter papas crudas, cubrir con madera de brezo y quemar hasta que la piel se carbonice. Luego se pasan por una cernidera para retirar la piel y juro por mi santa madre que en mi vida me he comido unas papas más ricas. En fin, que se acerca el 11 de noviembre, día de San Martín al que le llegan todos los cerdos. Y espero, como cerdívoro que soy, que la tradición centenaria de la matanza continúe realizándose y que este noble animal siga dándonos placeres culinarios, con todos mis perdones a veganos y vegetarianos

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