El burro sin nombre

«Desde siempre me han caído bien los burros”, confiesa Carlos Santana Jubells en esta entrega de la serie “Baúl del lector”, al hablar del que repartía el pan por las calles de Moya (Gran Canaria) en los años 50 del s. XX. [En PELLAGOFIO nº 74 (2ª época, abril 2019)].
Por CARLOS SANTANA JUBELLS
Historiador, archivero y gestor documental
Desde siempre me han caído bien los burros. No estoy muy seguro de que el insigne poeta Tomás Morales –frente a cuya casa natal fue tomada esta instantánea–, sintiera un afecto similar. Puede que para él el burro fuera demasiado de tierra adentro, en las antípodas de su amado y sonoro Atlántico modernista.
En la Moya de 1956 el panadero Luis Suárez, con apenas 16 años, se compró un burro con el que repartir los panes del obrador de su padre. No le puso nombre; se refería a él simplemente como “el burro”, y con él estuvo recorriendo las calles de Moya hasta que, al parecer, se lo prohibieron. Y mi querido burro fue reemplazado por un anodino furgón Leyland Standard.
No tengo ni idea de qué fue de su burro, de si fue revendido para continuar una vida de carga o si pudo retirarse a pasar plácidamente el resto de sus días
Desde 1961, don Luis el panadero se fue reconvirtiendo en don Luis el repostero para centrarse en la elaboración de la afamada repostería moyera, hasta que en 1976 abandonó del todo la panificación. Dulces y solo dulces (bizcochos, suspiros, roscos, bolitas de limón y de anís …). No tengo ni idea de qué fue de su burro, de si fue revendido para continuar una vida de carga o si pudo retirarse a pasar plácidamente el resto de sus días después de haber surtido de pan a toda Moya y hacer que su amo no se cansara demasiado en sus quehaceres.
En todo caso vaya desde aquí mi homenaje a los burros y, por extensión, a todas las bestias de carga que durante siglos han aliviado muchas de las tareas de los humanos. La próxima vez que coma un dulce de Moya, me acordaré del burro sin nombre