El Consejo Editorial de “El Conduto”, reunido en sancochos

«El Conduto incorporaba cuentos, chistes, caricaturas, recetarios de cocina canaria, genealogía de apellidos canarios y otros apartados de género humorístico, junto a alguna noticia camuflada que en el periódico habría sido silenciada», escribe Míchel Jorge Millares a propósito de esta fotografía con la redacción de “El Conduto”, en su cuarta entrega para la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 103 (2ª época, enero 2022)].
Por MÍCHEL JORGE MILLARES
Periodista
Casi dos décadas dieron para muchos condutos, la dieta atlántica de sabor y saber local, que recorría las islas, para entullir con fundamento las canariadas y algún chismorreo. Todo con mucho humor y diversas lecturas, como es habitual en las revistas humorísticas, máxime si hay que sortear la censura. Sin embargo, nada pudo impedir la manifestación de humor y su propagación. Con la aparición periódica en la prensa de “El Conduto”, el humor isleño tuvo su órgano oficial, con su contundente y pantagruélica divisa: Entullo pa toa la semana. Suplemento humorístico de ‘Diario de Las Palmas’ al cuido de Cho Juaá (Eduardo Millares Sall).


Es tiempo de dificultades, del auge del tipismo, de Pancho Guerra, las creaciones de Néstor Álamo y Los Gofiones. Y estas páginas incorporan a la escena el retrato, en blanco y negro, de una sociedad campesina y portuaria, cosmopolita y aislada, una historia canaria del mundo a través del humor. La realidad deformada pero reconocible, con un código de canariedad, un formato, un impulsor, pero también un grupo de colaboradores que asistían al condumio y enyesque humorístico o Consejo Editorial.
Los lectores coleccionaban “El Conduto” para releerlo. El equipo del momento de éxito fue retratado en abril de 1970, en un sancocho en El Burrero, a quienes identificamos con los nombretes que perduraron. De izq. a dcha.: Antonio Cardona (Bartolito Socarrán), José Rivero, Eduardo Millares (Cho Juaá), Pedro Schlueter, José Alemán (Pepito el de Tafira), Agustín Millares (Guanapay), Agustín López (Vate López) y, encloquillado, Luis Rivero (Chanito el del Carrizal).
La Redacción o, mejor dicho, el Consejo Editorial, se reunía en sancochos. El humor y el sabor era canario. Fueron los testigos y notarios del rápido cambio de modelo, de la vida rural al sector servicios internacional. Vieron el veloz proceso de aculturación. Por ello, “El Conduto” tiene un gran valor documental, etnográfico y periodístico.
El sentido humorístico de aquella época de condutos y viñetas, formaba parte de una conformidad, de una aceptación isleña del destino, creando un humor de calidad que «se eleva airoso y sin rencor desde el infortunio» (Pedro Lezcano)
Sus páginas son un viaje al pasado de Gran Canaria, de sus paisajes y paisanaje, arrancando el 11 de febrero de 1956, al incorporarse como suplemento humorístico de la revista El Roque Nublo, con seis páginas. El impacto en el archipiélago se produce al pasar al periódico vespertino Diario de Las Palmas, con 299 suplementos publicados -los sábados- entre agosto de 1968 y junio de 1974. Fueron dirigidos y en su mayoría ilustrados por Eduardo Millares.
Esta publicación incorporaba cuentos, chistes, caricaturas, recetarios de cocina canaria, genealogía de apellidos canarios y otros apartados de género humorístico, junto a alguna noticia camuflada que en el periódico habría sido silenciada.
El resultado es un material que refleja el sentido del humor como aspecto destacado de la canariedad, de la personalidad isleña, tal como reconocen varios escritores, como Pedro Lezcano (prólogo al libro Humor Isleño, 1961), quien considera que el sentido humorístico de aquella época de Condutos y viñetas, formaba parte de una conformidad, de una aceptación isleña del destino, creando un humor de calidad que “se eleva airoso y sin rencor desde el infortunio. Por ello es la forma risueña que el sencillo pueblo elige, como expresión de una filosofía tradicional”.
El periodista Pepe Alemán (prólogo al libro Humor Isleño II, 1969), explica este fenómeno en “esta forma de presentar al pueblo, con sus cualidades y defectos, con sus especiales formas de hacer y decir, con toda esa dosis de socarronería y tranquilo fatalismo que le hacen inagotable filón humorístico”.
En cuanto a la personalidad de Eduardo Millares, como ilustrador, “comprende y valora el más pequeño arabesco en el aire de la amplia y parsimoniosa gesticulación del canario, capta al vuelo el tono y la intención de la menor inflexión de voz, desenmascara la picardía o la desconfianza”. Una personal forma artística de reflejar la realidad: “Son estampas de la vida real, situaciones con las que nos topamos frecuentemente, caídas del mismo calibre que las que oímos a diario”.
También Alfredo Herrera Piqué (Frases y refranes canarios, 1981) describe este humor canarión, como una “actitud que bascula entre la reserva mental y la fina ironía, entre una leve agresividad y un calculado alejamiento, que delata una cierta filosofía popular”.