Baúl del lector

El pan que aparecía en la puerta

«Parece ser que el reparto de pan a domicilio a lomos de équidos fue una práctica extendida en Gran Canaria hasta mediados del siglo pasado”, comienza Carlos Santana Jubells su entrega de la serie “Baúl del lector”, a propósito de esta foto con lo que parece ser la jaca canaria ya extinta. [En PELLAGOFIO nº 75 (2ª época, mayo 2019)].

columnista-jubellsPor CARLOS SANTANA JUBELLS
Historiador, archivero y gestor documental

Parece ser que el reparto de pan a domicilio a lomos de équidos fue una práctica extendida en Gran Canaria hasta mediados del siglo pasado. Si el mes anterior hablábamos de un burro y un panadero/repostero –moyeros ellos–, hoy toca repartir el pan por Tafira Alta y sus aledaños a lomos de caballo (o yegua, el ángulo de la composición de la foto impide determinarlo con total seguridad, qué le vamos a hacer), probablemente miembro o “miembra” de la raza jaca canaria, dada por extinta a partir de los años sesenta.

Personas más ilustradas que yo en el universo de los caballos les contarán las particularidades de esta raza. A mí lo que me llama de esta imagen es otra cosa. En la del panadero moyero y su burro, el principal motivo parecía documentar un tipismo casi de tarjeta postal decimonónica. Aquí, sin embargo, los ojos se te van directos al caballo (o yegua), que llena la escena poderosamente y con nervio, y a su jinete. Posiblemente sea este el orgulloso panadero, compañero de trabajo de la bestia, en una pose algo forzada de solemnidad ante la cámara que en todo caso sirve para que hombre y animal se dignifiquen mutuamente.

Es una lástima que ya sea difícil encontrar buen pan, pero también lo es que en los entornos urbanos su reparto esté casi tan extinto como la jaca canaria

Y para dignidad, la del oficio de ambos. El uno haciendo el pan y el otro repartiéndolo. Y lo escribo yo, miembro de una familia de panaderos que ha redescubierto y se ha reconciliado –lamentablemente no hace mucho– con el pan. Pero el de verdad, el de panadería de verdad, el que te llevas en cartucho de papel de verdad y el que tú eliges con un “no, dame ese que está más tostado”. Ni enriquecido con omega 3 o vitaminas del grupo B, y conteniendo los azúcares y sales añadidos que lleve el amasijo. Ni más ni menos que pan. Pan, nada más y nada menos. Es una lástima que ya sea difícil encontrar buen pan, pero también lo es que en los entornos urbanos su reparto esté casi tan extinto como la jaca canaria. Yo he estado viviendo muchos años en un pueblo en el que, aún hoy en día, te dejan la cantidad de pan pactada en una bolsa colgada de la puerta, que aparece como por arte de magia desde mucho antes del alba. Ahora repartido en camioneta, no a caballo o burro, claro está.

Y siempre he pensado que hay un pacto social no escrito en torno a este ritual cotidiano: por mucho pan que veas desprotegido y tentador colgado de puertas ajenas, ese es el pan de tus vecinos. Y si el caballo no se presta, el pan no se roba.

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