Baúl del lector

España, ni una, ni grande, ni libre

«Corría la mañana del 18 julio de 1936 y en algún lado de la minúscula estructura del ‘España II’ viajaba el Capitán General de Canarias (que cabía perfectamente dentro de las reducidas dimensiones del remolcador, dicho sea de paso) en dirección a Gando,” escribe Carlos Santana Jubells en esta entrega de la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 79 (2ª época, octubre 2019)].

Por CARLOS SANTANA JUBELLS
Historiador, archivero y gestor documental

Podría tirarme un rato largo hablando de tardes de domingo paseando por el muelle con mis padres y mis hermanos, de ir a echarles de comer pan duro a los patos que había en el parque a la entrada del muelle de La Luz, del olor de la grasa y el gasoil, de la fascinación por aquellos barcos de nombres con letras raras y que misteriosamente terminaban todos en “maru”. Por cierto, les recomiendo una rápida búsqueda en la red para ver las distintas explicaciones a este fenómeno. A cada cual más bonita, la verdad.

Pero no. La intrahistoria del remolcador que protagoniza la escena es demasiado golosa. Se llamaba España II.

El España II no era uno. Probablemente hubo un España I. El segundo de su nombre fue fabricado en 1926 en los astilleros del Puerto de La Luz y sirvió fielmente a su cometido hasta que, en 1987, fue definitivamente hundido fuera del puerto para que no molestara en las maniobras.

El España II no era grande. Eslora, 25,50 m. Manga, 4,95 m. Velocidad: 9 nudos.

El ‘España no se dedicó a heroicas travesías de alta mar, ni recaló en puertos exóticos ansiando a la correspondiente amante

El España II no era libre. No se dedicó a heroicas travesías de alta mar, ni recaló en puertos exóticos ansiando a la correspondiente amante. El remolcador se dedicaba a prosaicas tareas de arrastre y recoloque de sus congéneres mayores, casi siempre recluido en las mansas y seguras aguas interiores del Puerto de La Luz y de Las Palmas.

Pero sí hubo una ocasión, al menos una, en la que el España II surcó aguas allende las radas. Corría la mañana del 18 julio de 1936 y en algún lado de su minúscula estructura viajaba el Capitán General de Canarias (que cabía perfectamente dentro de las reducidas dimensiones del remolcador, dicho sea de paso) en dirección a Gando, donde le esperaba un De Havilland DH89, de nombre Dragon Rapide, que lo trasladaría a Tetuán para que tomara el mando de las tropas alzadas contra el legítimo gobierno de la República. Iba por mar porque si lo hubiera hecho por tierra, a lo mejor no hubiera pasado del túnel de La Laja. Lo que vino después, ya lo sabemos todos.

Poca culpa tuvo de todo aquello el segundo, pequeño y cautivo remolcador, que sin duda nunca pretendió que su nombre de pila fuera apellidado “una, grande y libre”, nada de lo que él en realidad era. Otro día les hablo de la máquina, no de sus hechos impuestos. Porque la verdad sea dicha: el barquillo era precioso.

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