Forofos de la cocina casera

En el patio de la casa y a la puerta de la cocina, Carmen posa con sus hijos mientras prepara la comida para el bar Murga a principios de los años 60. Es la foto que sirve a Domingo Rodríguez para escribir esta entrega de la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 19 (2ª época, abril 2014)].
Aeso de media mañana, tirando para el mediodía, partía de la calle Suárez Naranjo el triciclo que llevaba los calderos al bar de Néstor Castro, en la esquina de Murga con León y Castillo. A lo largo del recorrido, los olores escapaban con dificultad de los envoltorios que procuraban un aceptable aislamiento de los recipientes, haciendo la boca agua a quienes contemplaban el paso del triciclo, que parecía invitar al juego de adivinar el contenido de los mismos. Desprendían el olor indefinido que resultaba de la mezcla de distintos aromas surgidos de recetas a cual más sabrosa, sin destacar una sobre las demás. ¿Carne estofada?, ¿callos con garbanzas?, ¿ropavieja?, ¿albóndigas en salsa?, ¿atún en adobo?, ¿pescado a la portuguesa? Daba igual, siendo lo más importante que olía a comida de la buena.
Daba igual lo que hubiera, siendo lo más importante que olía a comida de la buena
Eran las tapas que elaboraba Carmen Castro, esposa de Ricardo Tabraue y cocinera primorosa, cuyos ricos guisos convocaban a numerosos parroquianos en el bar de la esquina de la calle Murga, en su cruce con León y Castillo. Eran los años sesenta del pasado siglo. De ese tiempo es la foto que hoy compartimos. En el patio de la casa Javier y Octavio posan –entre tímidos y divertidos– ante la cámara. Detrás, su madre Carmen los observa sonriente, mientras a su izquierda el lebrillo, los calderos y demás utensilios esperan a que ella los tome de nuevo para cocinar los platos que componen la carta: comida casera de verdad elaborada en la casa familiar, a unas cuantas manzanas del bar, distancia cubierta diligentemente por el triciclo. Cada mañana. Para regocijo de los forofos del Murga, que eran muchos.