Baúl del lector

La abacería de Tafira, todo un ‘shot’ de vino

Fotografía de una antigua abacería de Tafira. «Tafira una población de renta alta. La más alta de Canarias. En su momento tuvo un comercio, una tienda donde se vendía al por menor aceite, vinagre, vino, ron, whisky o ginebra, salazones, legumbres secas…», escribe Míchel Jorge Millares en esta entrega para la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 104 (2ª época, febrero 2022)].

Por MÍCHEL JORGE MILLARES
Periodista

El Monte, donde cada rincón tiene nombre de planta, de jardín canario: Las Magnolias, Gamonal, Los Lentiscos, Madrigal, Los Lirios, etc., repartidos por La Vega, feraz; la de Arriba, hasta Montaña Cabreja; la de Abajo, donde hubo una Ciudad Jardín residencial y turística, junto a la Vega de Enmedio, Santa Brígida, con la primera ruta para chonis: la vuelta al mundo. Y tanto mundo: el cráter que muestra el centro de la tierra, el poblado alfarero de cuevas, cerca de lujosas residencias rodeadas de grandes viñedos que cubren la piel de Bandama, el único volcán canario de nombre holandés (aunque otro holandés, Pieter van der Does, dejaría para la posteridad una de las derrotas más sorprendentes de la Historia: El Batán).

Santiago mira a la cámara como un jurado de ‘MasterChef’ antes de dar su veredicto. Luce, además, una bata blanca, como un boticario del paladar

Tafira era y es una población de renta alta. La más alta de Canarias. En su momento tuvo un comercio, una tienda donde se vendía al por menor aceite, vinagre, vino, ron, whisky o ginebra, salazones, legumbres secas, etc. Y también se podía consumir algún enyesque.

Pero lejos de ser una tienda más de aceite y vinagre, ésta merece el título de abacería. Con productos de importación, algunos con precios inasequibles para la mayoría de la población. Caprichos gastronómicos para platos de menú francés, el rien ne va plus de los placeres culinarios durante mucho tiempo. Más que una simple tienda, Santiago Espino ofrecía algunos productos gourmet en los 50, en un local cerquita de la iglesia, junto a su sobrino y empleado, Carmelo Gil. El local acoge actualmente la tasca Enoteca El Zarcillo. La tradición delicatessen pervive.

Sobre el mostrador y barra, dos balanzas de dos platillos. Santiago mira a la cámara como un jurado de MasterChef antes de dar su veredicto. Luce, además, una bata blanca, como un boticario del paladar.

La imagen apenas nos permite ver detalles: las balanzas de hierro con sus pesas, las cestas de mimbre, los zurrones, embutidos colgados, encurtidos… y la copa de vino modelo shot –ahora chupito– con su marca en el bigote para un “pizco ron”, pizquejo y pizquito (o de vino). Aunque el vocabulario era muy rico en descripciones: pegarse un estampido, un golpito o un macanazo, inclusive con la musicalidad del tanganazo…

Hay otras copas, una botella de sifón y, al fondo, un señor con bigote, sonriente. Un isleño bien vestido, alongándose para poder salir en la imagen. Probablemente uno de los contertulios que hacían de las tiendas de aceite y vinagre su lugar de encuentro y charlas, y la abacería no se libraba de aquella tradición.

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