La costa, principio y fin

«Para los que aparecen en esta foto, la costa era un lugar en el que finalizaba la insularidad y comenzaba el resto del mundo…», escribe Carlos Santana Jubells sobre esta vieja imagen de los años 30 del siglo XX, en su quinta entrega para la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 50 (2ª época, febrero 2017)].
Por CARLOS SANTANA JUBELLS
Historiador, archivero y gestor documental
Años 30 en una costa canaria; hombres de todas las edades enredados en la descarga de piñas de plátanos, posiblemente para a continuación ser transportados a los barcos que esperan rumbo a la exportación. Muy difícil precisar el sitio, realmente difícil. Pero se ha logrado gracias al perfil distintivo del impresionante risco del fondo. Lo identifiqué en una idílica fotografía en la que varios bañistas –cuya proporción de alemanes seguro que rondaba el 90 %– disfrutaban del sol y del mar en la playa de Tazacorte, justo al final de la cicatriz más hermosa del mundo, a mi modesto entender: la cicatriz geológica de la Caldera de Taburiente y el barranco de las Angustias.
Muy difícil precisar el sitio, realmente difícil. Pero se ha logrado gracias al perfil distintivo del impresionante risco del fondo
La confirmación del lugar a través de esa comparativa fotográfica me hizo darle la vuelta a lo que tenía pensado para el comentario de la fotografía de este mes. En lugar de tratar lo evidente haciendo una síntesis muy escueta y parcial de lo que significó para muchos canarios la expansión del cultivo platanero de exportación, he optado por reflexionar sobre cuánto ha cambiado en relativamente pocos años la precepción y el significado de “la costa”.
Hoy, para la mayoría de nosotros la costa es lo lúdico: playa, sol, fines de semana, puentes, vacaciones. Una buena cerveza helada no sabe igual al borde del mar que en la casa de uno, y lo mismo ocurre con una sama a la espalda. Millones de turistas abarrotan algunas de nuestras costas durante todo el año, todos ellos de tiempo libre, todos en busca del hedonismo que anestesia de las rutinas cotidianas.
Muchas veces, y precisa y especialmente en el norte de La Palma, en lugares como Franceses o Gallegos, he sentido la opresión de la costa, el desasosiego de saber que estoy aislado por culpa de su presencia
Pero para los que aparecen en esta foto, la costa tenía otro sentido bien diferente. Era al mismo tiempo que un muro infranqueable que aislaba del mundo, una salida, la única salida, un lugar en el que finalizaba la insularidad y comenzaba el resto del mundo. Sólo se podía salir por la costa, personas o bienes, pero sólo por la costa. Era un lugar de trabajo. Fue también una vía para escapar de las miserias buscando otros horizontes. Era igualmente una entrada. La única entrada. Todo, lo bueno y lo malo, entraba por la costa.
Nada de lúdico había en esa costa. Muchas veces, y precisa y especialmente en el norte de La Palma, en lugares como Franceses o Gallegos, he sentido la opresión de la costa, el desasosiego de saber que estoy aislado por culpa de su presencia. Esa costa es un lugar en el que se unen el principio y el fin, un lugar amado y temido por los insulares a partes iguales.