Baúl del lector

La rueda ayer, el móvil hoy

«Asombra la destreza con la que la generación digital maneja todo tipo de dispositivos desde edades muy tempranas. Sus cerebros moldeables funcionan como si aprendieran una segunda lengua», escribe Carlos Santana Jubells en esta entrega de la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 64 (2ª época, mayo 2018)].

columnista-jubellsPor CARLOS SANTANA JUBELLS
Historiador, archivero y gestor documental

Lo primero que, inevitablemente, se le ocurre a uno traer a colación al ver esta imagen es algo que ya resulta hasta tópico. ¿Quién de nosotros –que haya nacido antes de 1980 y eso siendo muy generoso– no ha comentado alguna mañana de un 6 de enero la tristeza que le produce la ausencia de chiquillería por las calles?

Ya he dicho antes que nunca he sido de los de “cualquier tiempo pasado fue mejor” (por cierto, horrorizado estoy con la nueva moda de la dieta primitiva: comer como cuando la esperanza media de vida era de 25 años, pero eso ya es harina de otro costal), aunque en este caso sí que me produce cierta nostalgia ver a Manolín y a Hugo, de siete y nueve años respectivamente, corriendo la rueda por las calles terrosas de la Vega de Río Palmas.

Me produce cierta nostalgia ver a Manolín y a Hugo, de siete y nueve años respectivamente, corriendo la rueda por las calles terrosas de la Vega de Río Palmas

Dicen por ahí que es a esas edades cuando niños y niñas empiezan a pedir teléfonos móviles como regalo y objeto de juegos. Asombra la destreza con la que la generación digital maneja todo tipo de dispositivos desde edades muy tempranas. Sus cerebros moldeables funcionan como si aprendieran una segunda lengua: interiorizan y asimilan los nuevos conocimientos mediante el aprendizaje natural puro, no mediante la enseñanza. Una gran ventaja para el futuro.

Y una gran desventaja que el cambio radical en los objetos y formas de juego derive en la falta de socialización o, mejor dicho, en otras formas de socialización extrañas para los nacidos antes de 1980. La creación de “pandillas no virtuales” se retrasa a la adolescencia; la calle (al menos aquellas aptas para tal función) ya no es patio de juegos; puede que las habilidades comunicativas se hayan visto resentidas.

Pero cuando le pregunto a mi sobrina de 14 años por qué no para de wasapear con un grupo de amigos a los que va a ver en media hora, me mira como si yo no entendiera nada. Y ahí me doy cuenta de que yo hago exactamente lo mismo. La única diferencia es que yo llegué mucho más tarde. Y, por cierto, como estoy de vacaciones, este texto lo estoy escribiendo desde el móvil.

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