Baúl del lector

Las Palmas, una ciudad partida

«En un punto indeterminado y desolado de lo que sería la calle León y Castillo de una ciudad creciente pero aún partida en dos, traquetea una pieza de ‘alta tecnología’ aplicada al transporte público”, comienza su reflexión Carlos Santana Jubells en esta entrega de la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 71 (2ª época, enero 2019)].

columnista-jubellsPor CARLOS SANTANA JUBELLS
Historiador, archivero y gestor documental

Un día cualquiera de 1898 –año de grandes convulsiones políticas en el agonizante imperio hispano–, un día de esos de panza de burro en los que las cosas y las penas proyectan sombra, en un punto indeterminado y desolado de lo que sería la calle León y Castillo de una ciudad creciente pero aún partida en dos, traquetea una pieza de alta tecnología aplicada al transporte público.

El tranvía entró en servicio en aquella ciudad partida llamada Las Palmas de Gran Canaria en octubre 1890, concesión a cargo de los hermanos Antúnez, quienes adquirieron pequeñas locomotoras a vapor de segunda mano que desprendían grandes humaredas negras, lo que provocó numerosas quejas. Hasta 1910 estuvo formado por estas pequeñas locomotoras de vapor que arrastraban entre tres y seis vagones. De 1910 a 1937 se renovó con tranvías eléctricos hasta que interrumpió el servicio, que se reanudó en 1942 y hasta 1947 como tren interurbano en el que una locomotora (La Pepa) arrastraba entre tres y ocho vagones de los antiguos tranvías eléctricos.

No sé si en los tranvías del siglo XIX se hablaba poco o, simplemente, ni se intentaba porque la escandalera de la locomotora y el viento hacían imposible la conversación

Datos históricos eruditos aparte, me encantaría conocer las microhistorias de esos viajeros decimonónicos que se movían del Puerto a Las Palmas y viceversa. Curiosamente (y lo de “curiosamente” es literal), me pasa lo mismo cuando cojo las líneas de guagua 1 o 12 para hacer de manera casi cotidiana un recorrido similar. Hoy en día es más fácil enterarse, por la fea costumbre que tiene el personal de contar sus vidas al respetable berreando a través de los teléfonos móviles. Es como si el teléfono te aislara del entorno y te creyeras que estás hablando en una intimidad personal con tu interlocutor. Si se fijan, casi nadie habla en la guagua si no es a través del móvil. No sé si en los tranvías del siglo XIX ocurría lo mismo y se hablaba poco o, simplemente, ni se intentaba porque la escandalera de la locomotora y el viento, empeñado en levantar faldas y mandar sombreros a la marea, hacían imposible la conversación.

Una última reflexión: a pesar de más de un siglo intentando unir sus dos mitades, esta ciudad aún está psicológicamente partida. Es parte de su idiosincrasia. Una cosa es el Puerto y otra Las Palmas. A lo mejor es sólo una exagerada percepción personal, pero para mí, que soy de esta última, todo lo que ocurra del Paseo de Lugo pa’llá, es casi terra incognita.

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