Magnética Fuerteventura

La vieja Maxorata en un terreno desnudo, austero, humilde. Una vieja fotografía con los elementos imprescindibles y ancestrales del campo majorero para esta entrega de la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 34 (2ª época, septiembre 2015)].
Conocer las islas, comprenderlas y sentirlas consiste en abrirnos a la magia que emana de sus paisajes, de su orografía, de su situación geográfica, de su historia y de cuanto las identifica. Todas y cada una de ellas se mecen en el mar con la presencia fantástica de la irreal Atlántida, con la fuerza telúrica que surge de las entrañas de la tierra y se endulza con los alisios refrescantes y fecundos que suavizan el aire que respiramos, con el trasiego humano que en ellas se ha producido a través de los siglos. Todo esto, y más, hace de Canarias un lugar propicio para la ensoñación, permitiéndonos sentir dentro esa reconfortante fascinación que se manifiesta con maneras propias en cada una de las islas.
La vieja Maxorata atrapa, envuelve y embelesa. Es lugar donde la leyenda se enseñorea de cada uno de sus rincones. Será por sus características humanas e históricas. Y por su paisaje. Con montañas suaves, que se levantan recortando el horizonte que enmarca a la tierra seca y plana
Como ejemplo, Fuerteventura. Hay una frase muy recurrida entre los que por circunstancias laborales, o de otra índole, se ven obligados a residir temporalmente en ella: “a Fuerteventura se entra llorando y se sale llorando”.
La vieja Maxorata atrapa, envuelve y embelesa. Es lugar donde la leyenda se enseñorea de cada uno de sus rincones. Será por sus características humanas e históricas. Y por su paisaje. Con montañas suaves, que se levantan recortando el horizonte que enmarca a la tierra seca y plana, el llano que nos hace dirigir la mirada a lo lejos en un intento de querer alcanzar el infinito con los ojos, mientras el terreno se muestra desnudo, como es y como siempre fue: austero, humilde, con apariencia indolente pero con una fuerza magnética imposible de sortear. La misma fuerza que muestra la foto de Andrés Rodríguez Berriel, con los elementos imprescindibles y ancestrales del campo majorero: los animales, el pastor y la indispensable lata que señala a lo alto, a las nubes mezquinas que una vez más pasan de largo.