Mercury Monterey vs. Camelus dromedarius

«Estamos ante una imagen que, como otras tantas, ilustran el final de una época y el comienzo de otra. Ya no se ven por las calles de Las Palmas ni camellos ni ningún Mercury. Una lástima», escribe Carlos Santana Jubells en esta entrega de la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 86 (2ª época, julio 2020)].
Por CARLOS SANTANA JUBELLS
Historiador, archivero y gestor documental
No tengo ni la menor idea de qué astros se alinearon para que un buen día de la segunda mitad de la década de los 50 coincidieran, correctamente estacionados en la calle Domingo J. Navarro, un flamante Mercury Monterey estadounidense y un flamante camello (perdón: dromedario) canario.
Esa manía tan norteamericana de cambiar cada año el diseño de los automóviles permite casi asegurar que la imagen es posterior a 1952, momento en el que comenzaron a fabricarse los Mercury Monterey similares a éste. La fecha de fabricación del camello, sin embargo, es imposible de saber, pero seguro que era mucho mayor que el coche. Miembros de su especie han estado sirviendo a los canarios desde el siglo XV, hace tanto tiempo que ya al camello canario le ha dado tiempo a modificar algunas de sus características morfológicas y entrar, en 2011, en el Catálogo Oficial de Razas de Ganado de España como raza autóctona en peligro de extinción. El coche cuenta con apenas cien años de presencia en Canarias; un recién llegado.
El Mercury no podría ni soñar con meterse en un sendero o rodar por un cercado, ni cargar con nada que superara su propio peso y, por supuesto, chupando gasolina que daba miedo
La frugalidad y la resistencia del animal lo hicieron ideal para todo tipo de labores como arar, trillar, mover molinos de sangre y, sobre todo, transportar grandes cargas de prácticamente cualquier mercancía, con muy poco consumo de alimento y agua. Igual ese día le había tocado cargar con pesadas resmas de papel para la imprenta El Sol.
El Mercury, por su lado, no podría ni soñar con meterse en un sendero o rodar por un cercado, ni cargar con nada que superara su propio peso y, por supuesto, chupando gasolina que daba miedo. Igual ese día al Mercury le había tocado acercar a su conductor a comprar un simple lápiz. Y permítaseme la ordinariez, pero la postura del camello, con los cuartos traseros abiertos, es la de estar orinando a su voluntad para luego seguir su ruta. Dios nos libre si el Mercury tuviera una fuga en el radiador.
En fin. Estamos ante una imagen que, como otras tantas, ilustran el final de una época y el comienzo de otra. Ya no se ven por las calles de Las Palmas ni camellos ni ningún Mercury. Una lástima, porque a mi modesto entender ambos son preciosos dentro de sus diferencias, ventajas e inconvenientes particulares. Dejemos pues esta brega en empate.