Noviazgos con carabinas empoderadas y mimbres que crujían

«Cada ritual social es hijo de su tiempo. En una sociedad católica y machista, de noviazgos largos y en la que la honra pública de la familia era una preocupación auténtica, las carabinas (siempre niñas o solteronas) eran obligatorias», escribe Carlos Santana Jubells en esta entrega de la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 87 (2ª época, agosto 2020)].
Por CARLOS SANTANA JUBELLS
Historiador, archivero y gestor documental
Cuenta mi padre, de 83 años y con toda la sorna del mundo, que cuando él y mi tío Paco empezaron a hablarse con mi madre y mi tía, a mi abuela (culeta [1] ella, para más señas) le faltó tiempo para darse un salto a la calle Remedios y comprar un juego de muebles de mimbre para el patio de la casa, en el que de manera totalmente formal y casta mantenían sus primeras conversaciones las dos parejitas.
La diversión malsana de los dos hombres era no parar de moverse para hacer crujir los sillones y que la buena mujer saltara como un reguilete a alongarse al patio, no fuera que los novios de las niñas estuviesen intentando acercarse más de lo tolerable. Para más inri, estaba la omnipresencia carabinera de mi tía la menor en cafeterías, cines, paseos por Triana o bailes en el Polonia, y a la que chantajeaban constantemente con perras chicas para hacerla desaparecer unos minutos.
Pero al poco tiempo llegó el problema. Cuatro eran las hermanas y las cuatro crecieron, y llegó un momento en el que las cuatro se estaban hablando con sus respectivos cuatro. No quiero ni imaginar el sinvivir de mis abuelos, que sin duda vieron que ya no era lógico llenar el patio de muebles de mimbre. Así que llegaron a una solución para ellos brillante, pero totalmente ingenua e inútil: saldrían un mínimo de dos parejas juntas, de manera que cada hermana haría de carabina de la otra.
Ni que decir tiene que nada más doblar la esquina venía el “bueno, hasta lueguito, pásenlo bien y nos vemos a las siete para llegar juntos”. Lo que ocurriera durante esa tarde era ya cosa de cada uno.
Era inimaginable dejar sin control a jóvenes adolescentes con las hormonas totalmente revolucionadas
Cada ritual social es hijo de su tiempo. En una sociedad católica y machista, de noviazgos largos y en la que la honra pública de la familia era una preocupación auténtica, las carabinas (siempre niñas o solteronas) eran obligatorias; era inimaginable dejar sin control a jóvenes adolescentes con las hormonas totalmente revolucionadas.
Sin ser obviamente ellos, veo reflejados en esta foto a mi joven padre con una media sonrisa, a mi madre con cierta cara de fastidio, a mi tía la chica empoderada por su nueva función de control y a mi abuela, adusta y seria con el brazo sobre la espalda de su hija en un gesto de “tú todavía eres de mi propiedad y mucho cuidadito con lo que te dejas hacer, que a los hombres solo les interesa una cosa”. En cualquier caso y por fortuna, de aquellos mimbres salió el cesto que les escribe.
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[1] Culetos y culetas son las gentes de Agaete.