Baúl del lector

Orgullo conejero en un taxi lleno de ‘regulares’

«Después de una lucha épica que duró horas intentando controlar a un camello, el conejero Juan Brito cambió en ese momento el manejo de estos animales por la conducción de un taxi», escribe Santana Jubells en esta entrega de la serie “Baúl del lector” a propósito de la foto que ilustra esta página. [En PELLAGOFIO nº 94 (2ª época, marzo 2021)].

Por CARLOS SANTANA JUBELLS
Historiador, archivero y gestor documental

Cualquier conejero de pro sabe (o debería saber) quién era don Juan Brito Martín: artesano, guarda del patrimonio histórico, folclorista, autodidacta. Ocupó desde 1971 el cargo de Guarda del Patrimonio Nacional y Monumental Histórico-Artístico por el Ministerio de Educación y Ciencia para Lanzarote, que nada menos. Uno de esos espíritus inquietos a los que tanto debemos como pioneros del conocimiento de la cultura de las islas, más teniendo en cuenta que, nacido en 1919, no obtiene sus estudios primarios hasta 1938 al terminar el servicio militar.

Pero Juan Brito también fue, antes de todo eso, campesino, hasta que un buen día un camello entero (esto es, no castrado) se le enreviscó y le causó una lesión seria en la cintura, después de una lucha épica que duró horas intentando controlar al animal. Cambió en ese momento el manejo de camellos por la conducción de un taxi.

Me llama la atención la relajación de la postura y la sonrisa de Juan Brito, vaya usted a saber qué se le pasaba por la cabeza

En esta imagen tomada en los años cincuenta, Juan Brito se dejó retratar en su Ford Maroon con cinco soldados que probablemente habían contratado sus servicios para pasear por Lanzarote. No tengo demasiada idea de uniformes militares, pero por sus sombreros se diría que pertenecen a un tabor, un término que definía a un pequeño batallón de las fuerzas regulares del protectorado español en Marruecos.

Me llama la atención la cierta solemnidad con la que posan los regulares en contraste con la relajación de la postura y la sonrisa de Juan Brito, el primero por la derecha. Vaya usted a saber qué se les pasaba por la cabeza, pero me divierte imaginar que −con cierta socarronería−, don Juan se mostraba orgulloso del asombro que un territorio tan especial como Lanzarote estaba causando en los cinco militares. Un territorio que él conocía a la perfección y al que dedicó sus afectos durante toda su vida.

Creo que todos hemos sentido en algún momento esa picadita de orgullo cuando hemos hecho de cicerones por nuestras islas para gentes que no las conocen, y nos regodeamos sin maldad en sus reacciones ante los paisajes y sus culturas asociadas. Al menos, a mí me pasa.

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