Sin recuerdos, la muerte definitiva

«Para un niño con cierta curiosidad, las variopintas criaturas que el chinchorro sacaba del mar eran de lo más fascinante», escribe Carlos Santana Jubells en su novena entrega para la serie “Baúl del lector”, al escarbar en sus propios recuerdos de infancia. [En PELLAGOFIO nº 54 (2ª época, junio 2017)].
Por CARLOS SANTANA JUBELLS
Historiador, archivero y gestor documental
Esta es una imagen de las que lo retrotraen a uno a recuerdos y sensaciones no olvidadas, sino dormidas y latentes, agazapadas a la espera de que algún estímulo sensorial las haga revivir. Mañanas tempraneras de largos veranos en La Garita, con 9 o 10 años. Dos filas de hombres tirando con esfuerzo de los extremos de una larguísima red y yo, junto con otros chiquillos, expectantes a ver lo que salía. Me habían dicho tiempo atrás que aquello se llamaba “tirar del chinchorro”. Para un niño con cierta curiosidad, las variopintas criaturas que el chinchorro sacaba del mar eran de lo más fascinante.
De vez en cuando los pescadores nos premiaban con alguna pieza de pequeño calibre, pero que para nosotros era como si nos hubieran regalado un mero entero
Creo recordar que incluso alguna que otra vez, aquellos pescadores –a fuerza de vernos a la misma chiquillería todas las mañanas–, nos dejaban tirar del chinchorro, obviamente más por hacernos la gracia que por nuestra fuerza efectiva. Y también que de vez en cuando nos premiaban con alguna pieza de pequeño calibre, pero que para nosotros era como si nos hubieran regalado un mero entero.
Dicen por ahí que todo lo que existe muere dos veces: la muerte física y la muerte definitiva, que sobreviene cuando muere el último que te recuerda. La muerte física del chinchorro aconteció en 1986 con su prohibición por motivos aparentemente ecológicos, pues se le consideraba un arte de pesca indiscriminado y dañino para los ecosistemas costeros.
Sin entrar en disquisiciones a este respecto y sin emitir juicios de valor arriesgados por mi desconocimiento del tema, sí que me inquieta que algún día pueda llegar su segunda muerte, como ha ocurrido con otras tantas y tantas actividades tradicionales de las que ya no queda nada, ni siquiera los recuerdos.