Temporales de calibre, plácidas arenas

La playa de las Alcaravaneras de la ciudad portuaria de Las Palmas de Gran Canaria y el caso del mercante abandonado ‘Dumbo’, arrastrado a la orilla por un temporal, en esta entrega de Domingo Rodríguez para la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 41 (2ª época, abril 2016)].
Primero fueron los alcaravanes, que dieron nombre a la playa situada al levante de los arenales donde se desplegaría la pequeña ciudad nacida a orillas del Guiniguada. Sobre la lengua de tierra en la que se construyó la carretera del Puerto, las aves migratorias se recuperaban de sus viajes estacionales acomodándose en el lugar despoblado y seco que les era propicio. La lenta y paulatina ocupación del territorio fue desplazando a los alcaravanes hasta que desaparecieron. Surgieron viviendas de pobladores modestos, casas más distinguidas de buenas familias del país y de ingleses radicados en la isla, algunos hoteles, en un crecimiento ininterrumpido que fue transformando el paisaje. Y la frontera oriental de lo que fue extenso territorio de dunas desde tiempos remotos quedó como reducto acotado entre el asfalto y el mar.
Mirador privilegiado de quienes gozan observando el trasiego marítimo de la bahía, la playa de Alcaravaneras ha sido testigo del paso de naves de todas las banderas. También ha sido y es lugar de encuentro de bañistas y de niños correteando, de futbolistas de todas las edades dando patadas al balón y lugar de asueto y reposo de quienes gustan del carácter familiar y de vecindad que ofrece.
Su tripulación, compuesta por africanos, no recibió asistencia de ningún tipo, pasando los días y las noches a la intemperie en los jardines del castillo de La Luz
Acogedora de personas a lo largo de numerosas generaciones y acogedora, a su vez, de acontecimientos variados de la actividad portuaria, ha servido de lecho donde acababan embarcaciones que, abandonadas a su suerte en medio de la bahía, eran empujadas por temporales de más o menos calibre hasta las plácidas arenas de la playa. Como ocurrió al Dumbo, mercante de bandera panameña embargado y subastado repetidamente sin armador que pujara por él. Su tripulación, compuesta por africanos, no recibió asistencia de ningún tipo, pasando los días y las noches a la intemperie en los jardines del castillo de La Luz. Víctima del fuerte temporal de viento y agua de noviembre de 1968, permaneció encallado durante cinco meses, llegando a formar parte del paisaje de la playa hasta que fue retirado y hundido mar adentro.