Baúl del lector

Turismo de manantiales

Botellas llenas, otras por llenar y un garrafón colocado en el caño por donde sale el agua agria en un barranco de Guía. Es lo que se ve en esta fotografía de Paco Rivero (que custodia el Archivo de la Fundación Néstor Álamo) y sobre la que Domingo Rodríguez escribe su comentario de la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 29 (2ª época, marzo 2015)].

Por DOMINGO RODRÍGUEZ MARRERO

Nuestras islas han sido siempre generosas en cuanto a variedad y calidad de productos nacidos de su mar o de la tierra. Y de sus entrañas han surgido aguas con unas características peculiares por su riqueza en minerales debido a la naturaleza volcánica del archipiélago. Numerosas fuentes y manantiales se repartían por distintos puntos de la geografía isleña, principalmente de La Palma, La Gomera, Tenerife, El Hierro y Gran Canaria. La gran calidad de las aguas, de justa fama por sus propiedades mineromedicinales, convirtió a las islas en destino terapéutico de las clases acomodadas de Europa, que habían puesto de moda, a finales del siglo XIX, los baños termales.

La gran calidad de las aguas, por sus propiedades mineromedicinales, convirtió a las islas en destino terapéutico de las clases acomodadas de Europa a finales del siglo XIX

Estas visitas de acaudalados burgueses y distinguidos ciudadanos europeos iniciaron la industria del turismo en nuestras islas, donde junto a algunos manantiales se construyeron balnearios como el de Sabinosa en El Hierro, y en Gran Canaria los de Azuaje, Los Berrazales de Agaete y Teror, lugares con las aguas más notables, según Viera y Clavijo (como recogió en su Diccionario de Historia Natural), añadiendo a éstas las de Telde, Mafur en Agüimes, Montaña del Rapador, Tinoca y Guía, siendo “importantes las aguas del Palmital y el Barranco que va a dar a Gáldar. En las de Guía abunda el hierro y bien se echa de ver por el sedimento de ocre amarillo que deja en la tierra por donde corre”.

Precisamente en Guía fue tomada en los años sesenta la foto que ilustra esta sección. Las botellas, que mantienen aún restos de etiquetas que se resisten a desaparecer, esperan el momento en que el orondo garrafón se colme. Y camino del pueblo el tintineo de los envases acompañará el esfuerzo de los aguadores –mujeres y niños principalmente- que transportan la benefactora agua agria para su venta.

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