Una conejera y una culeta, y ambas, santiguadoras

«Me divierte imaginar, viendo esta hermosísima fotografía con tintes surrealistas, que un domingo cualquiera, en las inmensidades de los campos lanzaroteños, mi bisabuela Jacinta –conejera– iba a misa con sus padres y la mula se puso terca», escribe Carlos Santana Jubells en esta entrega de la serie “Baúl del lector”. [En PELLAGOFIO nº 95 (2ª época, abril 2021)].
Por CARLOS SANTANA JUBELLS
Historiador, archivero y gestor documental
Mi bisabuela Jacinta Hernández era de Tías. Terminó casada con un catalán al que pillaron intentando pasar ilegalmente la frontera con Francia, en no sé qué año, y recaló exiliado en Lanzarote. Ambos se vinieron a Las Palmas, posiblemente en busca de una mejor vida, que hicieron en el Risco de San Nicolás y sus aledaños.
Mi abuela Carmen García era de Agaete. Terminó casada con un hijo de la conejera y del catalán. Y resulta que las dos tenían la costumbre de santiguar a cuantos habitantes del Risco se lo pidieran. Había quien prefería a doña Jacinta y había quien prefería a doña Carmen. Y se formó así la tormenta perfecta: una suegra conejera, una nuera culeta y ambas santiguadoras. Dios nos libre.
Me divierte imaginar viendo esta hermosísima fotografía con tintes surrealistas que un domingo cualquiera, en las inmensidades de los campos lanzaroteños, mi bisabuela Jacinta iba a misa con sus padres, sus tres hermanas mayores y un burro con las alforjas cargadas de algo con lo que trocar después de la misa. Ellas de traje largo blanco inmaculado y con las cabezas cubiertas de mantillas y sombreros de ala ancha (factor de protección 50), para que la solajera de Lanzarote no las tiznara demasiado.
A medio camino, el burro se puso terco y se negó a seguir andando. Recurrieron entonces a mi pequeña bisabuela y sus supuestos poderes para que se plantara delante del burro
A medio camino, el burro se puso terco y se negó a seguir andando. Recurrieron entonces a mi pequeña bisabuela y sus supuestos poderes para que se plantara delante del burro, le hiciera bajar la testuz en señal de sumisión y obedeciera su orden de seguir el camino, que ya iban justas para la misa.
La mitad de esta historia es, obviamente, inventada. Pero no me negarán que la imagen tiene algo de fantasmagórica, inquietante y casi mística. Seguro que la niña plantada delante del burro no es mi desconocida bisabuela. Y vaya usted a saber la verdadera intrahistoria que está detrás de la fotografía, que, sin duda, es mucho más prosaica que mi fantasía. Perdonen ustedes mis ventoleras mentales, que no sé si son herencia genética de doña Jacinta la conejera, de doña Carmen la culeta, o un poco de ambas.
Por cierto, mi señora madre heredó el nombre de su abuela Jacinta. Aprovecho estas páginas para decirte que te quiero, mamá.