Vinos, volcanes y fotos oficiales en Fuencaliente

«Allá por la plena posguerra de los 1940, el general García Escámez y su Mando Económico de Canarias promovieron, basándose en el criterio de enólogos catalanes, la construcción en la zona de unas bodegas», escribe Carlos Santana Jubells en esta entrega de la serie “Baúl del lector” dedicada a Bodegas Teneguía y sus vinos. [En PELLAGOFIO nº68 (2ª época, octubre 2018)].
Por CARLOS SANTANA JUBELLS
Historiador, archivero y gestor documental
En la punta sur de la isla de La Palma, hacía siglos que los funcalenteros habían aprendido a aprovechar sus suelos volcánicos para producir espléndidos vinos a partir de las afamadas malvasías. Y no pienso repetir aquí la manida historia de Shakespeare colando vinos canarios en sus obras de teatro.
En 1947 comienza su actividad con la denominación comercial de Vinícola Fuencaliente; sin demasiado éxito inicial, para qué mentir. Pero, afortunadamente para todos, luego fue remontando
Allá por la plena posguerra de los 1940, el general García Escámez y su Mando Económico de Canarias promovieron, basándose en el criterio de enólogos catalanes, la construcción en la zona de unas bodegas para la producción de vinos para la exportación. En 1947 comienza su actividad con la denominación comercial de Vinícola Fuencaliente; sin demasiado éxito inicial, para qué mentir. Pero, afortunadamente para todos, luego fue remontando.
Y es que el Teneguía por aquellos entonces no era más –ni menos– que un espectacular pitón fonolítico con grabados rupestres auaritas, cuyo color claro lo hace relumbrar sobre el negro picón. Puede que por el hecho de que el volcán homónimo que reventó en 1971 puso a Fuencaliente en el punto de mira mundial, nace Bodegas Teneguía. Y ya van tres: roque, volcán y vinos.
En la imagen tenemos inmortalizada la llegada de las uvas de la primera vendimia de 1947 o 1948 a Vinícola Fuencaliente. Debió haber sido, sin duda, un día festivo, tanto para el pueblo como para el Mando Económico. Puede que por esta última circunstancia la foto esté tan bien compuesta, casi oficial, con las únicas siete mujeres vestidas de limpio, nadando en un mar infestado de testosterona y arrejuntadas en una esquina, casi acoquinadas.
Y puede que a ello se deba también que un solitario burro y dos funcalenteros aparezcan cargados de uvas delante de dos camiones también cargados de uvas, como si la uva en burro o a la espalda hiciera mejor vino que la uva en camión. Tradiciones de la raza hispana, coros y danzas de la tierra… En fin. Ya se sabe.
Cinismos aparte, a todos ellos y a los que vendrán, quiero agradecerles desde lo más profundo de mi alma los maravillosos vinos que me ‘como’ cuando voy a La Palma, ‘regados’ de vez en cuando con un cacho de queso, un bisté de carne de cochino con mojo, o un chicharrón con gofio.