A por el enjambre, con un balde de agua y una sábana

Más de 20 años después de la primera entrevista a un colmenero en su permanente recorrido por el archipiélago canario, el autor recopila testimonios de algunos de ellos para dar a conocer la habilidad de los apicultores locales en simbiosis con la abeja negra canaria. [En PELLAGOFIO nº 68 (2ª época, octubre 2018)].

Por YURI MILLARES
Antonio Sánchez vivía en la aldea de Cueva del Agua (Garafía) cuando lo visité en 1996. En 1948, contando 18 años de edad, empezó en este oficio. Entonces llevaba “sombreros de paja, pero se churriscan enseguida, así que me hice éste, que dura más que la vida de uno”, decía mostrando la careta que usaba cuando iba a las colmenas, que se hizo él mismo “con cuero curtido de res” y protegía la cara con una rejilla metálica que debía cambiar cada cuatro o cinco años, “porque con el vaho se pudre”.
“Hoy me picó una, ayer ninguna”, decía con toda naturalidad aquel día soleado de la entrevista. “Están bobas por el calor. Con el viento las abejas se ponen muy rabiosas, porque el aire las lleva para acá y para allá”. Agricultor que plantaba tomateros y recogía almendras, lo que más le gustaba era atender a sus abejas, a las que observaba con mucho interés, mirando que con el frío “hacen un piñón para guardar calor”, mientras con el calor “el enjambre se abarba fuera”, describiendo la imagen de las abejas reunidas a la entrada de la colmena, dando la impresión de que a la caja que les sirve de casa, fábrica y almacén le ha salido una barba.
«En días de mucho calor salen todas de la casa, se botan fuera»ANTONIO SÁNCHEZ, apicultor
En esos días calurosos, él también les echaba una mano: “Yo les levanto la tapa con dos cuñitas para que les entre aire, aunque la abeja no quiere claridad. En días de mucho calor salen todas de la casa, se botan fuera”, dice mientras muestra su ahumador, el fuelle unido a un bote metálico donde se colocan unas brasas que sirve para echar humo sobre las colmenas en el momento de abrir la tapa. “Se esconden dentro o se echan a volar. Eso libra de matar abejas, se le da un humito y se retiran cuando pongo la tapa, para no aplastarlas”.
Encerrando enjambres
Otro veterano apicultor palmero al que entrevisté y acompañé a ver sus colmenas, en 2002, fue Arturo Díaz, en Los Llanos de Aridane. Desde muy joven trabajó en los montes, “en remates de madera, de varas y todo eso”, detallaba. Fue entonces cuando se topó con enjambres silvestres, “pero como era pequeño y no tenía quién me enseñara pues los dejé”. Más adelante, cuando se hizo apicultor, si se encontraba “algún enjambre por ahí, como me gustaban, los encerraba en eso que llamaban corchos”, dice, troncos huecos de un árbol o palmera que se vaciaba.
«Los corchos se castran de medio para arriba, pero con el cuidado de respetarle siempre la cría, que está al centro, donde más temperatura hay»ARTURO DÍAZ, apicultor
A los corchos se le ponían dos palitos en forma de cruz dentro, en el centro, “como una sujeción para el peso de los panales”, sigue explicando. Cuando el corcho estaba lleno se procedía a “castrar –extraer los panales, para sacarles la miel– de medio para arriba, pero con el cuidado de respetarle siempre la cría, que está al centro, donde más temperatura hay. Después dejábamos que las abejas subsanaran y limpiaran un poco donde se cortaban los panales y entonces, a los dos días, la virábamos: la parte de abajo para arriba y la parte de arriba para abajo. Así la abeja seguía trabajando de encima para abajo; porque la abeja no hace los panales de abajo para arriba, sino guindados*”.

Sus abuelos, recuerda, “tenían corchos de esos antiguos” en Tijarafe. Fue allí donde vio por primera cómo se “encerraba” –es la expresión que usa– un enjambre. “Mi abuela me decía ‘no te acerques, que te pican’. Y ella, cuando salían los enjambres, iba con un balde y tirándoles agua, entonces se posaban y les ponía una sábana blanca por encima, para que el enjambre se aguantara hasta el oscurecer, que lo encerraran. Le ponía la sábana un poco húmeda para que le diera sombra, porque al enjambre le molesta el sol”.
Con el enjambre tapado, al oscurecer, “cuando todo el mundo –es decir, las abejas– estaba reunido a dormir, llegaban con un cubo, las echaban dentro y sacudían el ahíto dentro. Entonces iban al corcho, destapaban la parte alta y lo vaciaban ahí”.
A castrar colmenas de noche
“Del tiempo ese de mis abuelos a hoy ha cambiado un fenómeno”, se asombra al comparar los cuentos que le hacía su abuelo con la apicultura actual. “Hoy me dicen a mí cómo estaban las colmenas de antes y digo ¡ni que estuviese esa gente loca! ¿Cómo es posible que vayan ustedes a castrar una colmena de noche, después que se oscurecía, alumbrando con un jacho*? Ahí tendrían las abejas que morir a montones, al tirarse al fuego…”, le decía a su abuelo. “No, porque se acostumbraban a eso”, le contestaba éste. «Iban por la noche cuando estaban todas durmiendo, unos alumbraban con un jacho de tea y otros iban con la castradera, sacando panales y echando humo. En esas condiciones castraban las colmenas antes. Yo a mi abuelo nunca se las vi castrar, pero me hacía los cuentos”.
«No había caretas como las de hoy, sino que era un sombrero con un paño delante con dos huecos para mirar, nada más»ARTURO DÍAZ
Además, no tenían “caretas como las de hoy, sino que era un sombrero con un paño delante con dos huecos para mirar, nada más. Y ahí le iban abejas y los picaban también. Hoy tenemos buenas herramientas para eso porque, si no, es imposible”.
Todas las abejas pican, la abeja negra canaria también, pero después de cientos de años de selección y de convivencia en el reducido espacio de estas islas, muestran un grado de mansedumbre muy acentuado. “Al llegar al colmenar sé cómo están las abejas, hoy puedo andar con ellas bien, sin humo, sin nada –explica Arturo el día que las visito con él–; pero otros días van a encontrarme. Según el tiempo se ponen nerviosas. Cuanto más calor hay, usted va a llegar a un colmenar, siente un zumbido, y dice ‘no, yo no me voy ahí’: por el zumbido enorme. Pues es cuando menos pican, están sofocadas del calor y están tranquilas. Pero en días de frío, de lluvias, en días chubascosos, están nerviosas y le embisten, se ponen agresivas. Por eso, cuando las veo agresivas, si no tengo prisa de andar con ellas, las dejo. Yo he castrado colmenas sin careta, ni guantes, ni nada. Llego con el cepillo y quito las abejitas [del cuadro] tranquilamente. Eso es como uno, que tiene días buenos y tiene días malos”.
«De una colmena que da bastante cosecha y es mansa y negra, entonces dice ‘esta es una colmena buena’ y saca reinas de ahí»ARTURO DÍAZ
La mansedumbre de la abeja negra canaria la explica este apicultor poniendo a las cabras como ejemplo: “Tiene una manada y sabe las cabras que son buenas, entonces deja cría de ellas, no va a dejar la de la mala. Y de una colmena que vea usted que lleva dos años dando bastante cosecha y es mansa y negra, entonces dice ‘esta es una colmena buena’ y saca reinas de ahí. Después hay que tener cuidado, al fecundar hay que saber, porque hay reinas que quedan mal fecundadas, o ponen mal, otras que no regresan”.

A 10 metros de la casa
El último de los colmeneros entrevistado en todos estos años (hace unos días) ha sido Antonio López, en Montes de Malpedrosillo (Gran Canaria). Su padre, conocido por Cesarito, tenía las colmenas “al lado de la casa, como a 10 metros, y ahí fue donde yo me enganché. Un día me dijo ‘mira la colmena aquella, que me parece que se metió un enjambre’. Era una colmena que se había perdido en su día y se había quedado vacía. Fui a mirar y, efectivamente, se había metido un enjambre dentro y me quedé mirando”, recuerda.
«Me acuerdo de chiquillos coger una caña, hurgar en la entrada de la colmena y después salíamos corriendo»ANTONIO LÓPEZ, apicultor
“Eran mansas. El día que ibas a quitarle la comida, se defienden y alguna te pica. Después, cuando se fueron hibridando por unos extranjeros que trajeron otras razas fue cuando empezaron a surgir los problemas. Me acuerdo de chiquillos coger una caña, hurgar en la entrada de la colmena y después salíamos corriendo. Cosas de niños. Pero eso lo haces hoy y te matan… Por eso es el interés en recuperar la raza nuestra”, dice.
Del reposo a la explosión, así es la abeja canaria
Totalmente adaptada a los ritmos biológicos de Canarias (a diferencia de, por ejemplo, la abeja italiana, la preferida de quienes traen al archipiélago otras razas sin importarles las consecuencias), cuando hay una floración la abeja negra canaria se activa de inmediato, se reproduce, multiplica y va a recoger la cosecha.
ANTONIO LÓPEZ:
«Resiste la sequía lo que tú no te imaginas. Pero como llueva en quince días te llena la colmena, tanto de miel como de abejas»
¿Qué ocurre si, de repente, debido al clima en las islas, cuando mejor está la cosa, viene un tiempo sur con aire caliente del Sahara y esa floración se detiene o se seca? “La abeja italiana sigue creciendo y trabajando, buscando néctar hasta agotarse, está adaptada al clima continental donde la floración es muy larga. La nuestra no, detiene su actividad. Como no hay carne con papas, pues gofio y cebollas hasta que esto cambie”, explica el apicultor palmero Elías González, entrevistado en Las Breñas.El apicultor Antonio López confirma la misma experiencia en Gran Canaria. “Está perfectamente adaptada, resiste la sequía lo que tú no te imaginas, hasta quedarse en dos cuadritos. Pero como llueva y empiece a entrar comida tiene una capacidad de reacción extraordinaria, en quince días te llena la colmena, tanto de miel como de abejas. Y si no le haces sitio, te enjambra”.
ELÍAS GONZÁLEZ:
«Se adapta al clima, eso es lo importante para nosotros, no que produzca más en un momento puntual y encima piquen»
Esa adaptación es su característica más destacada. “Consume muy poco en invierno –detalla, por su parte, Elías–, tú vas a la colmena y apenas es un puñadito de abejas, que dices ‘no aguanta y se muere’. Pero llueve y a los dos meses no caben en la caja; de tener unas pocas, cuando te das cuenta tienes cuarenta mil individuos trabajando, eso no lo hace casi ninguna abeja. ¿Cómo es posible? Son canarias. Tenemos todo muy explosivo, un verano seco que no hay nada y de repente llega la lluvia y empieza a aparecer todo. Se adapta al clima, eso es lo importante para nosotros, no que produzca más en un momento puntual y encima piquen”.
Porque, insiste, no se trata sólo de llenar la colmena de miel, hay que ver el ciclo del año. “Pon una colmena de abeja negra y otra de italiana y déjalas sueltas a trabajar, a ver quién trae más miel. La canaria siempre está buscando algo, se adapta. La otra es: ‘si hay un montón salgo, y si no, ¿para qué?’ Y después espera a ver cómo pasa la italiana el invierno…”
*VOCABULARIO guindado. “Colgado, suspendido o encaramado en lo alto”, cita a Pancho Guerra el Tesoro lexicográfico del español de Canarias. jacho. Así se llama en Canarias al hacho, normalmente un pequeño palo resinoso o bañado en materias resinosas, que se usaba para alumbrar. Lo habitual era usar astillas de tea ● |