A tanto la finca, o a contar y marcar árboles

Leñador de eucaliptos, Manuel Hernández vuelve a PELLAGOFIO, para contar más cosas del oficio que aprendió con su padre y aún practica, después de haber protagonizado en la primera época de PELLAGOFIO un capítulo de la serie «Oficios». [En PELLAGOFIO nº 1 (2ª época, junio 2012)].
Por YURI MILLARES
Atrás quedan los tiempos de la teja fabricada en Gran Canaria. “Todo esto que nosotros dejamos atrás –señala Manuel Hernández González de la leña menuda o ramas finas que ya no aprovecha–, se metía en un horno y la teja encima, para darle calor a la teja. Primero la ponían al sol, se oreaba un poquito antes de meterla en el horno. A lo mejor llegábamos nosotros con un camión cargado de ramas y ellos tenían allí un tenderete de tejas que nosotros no podíamos ni entrar”. Ahora la teja, dice con cierta pena, “la están trayendo de la Península; que la teja nuestra era más bonita, de color colorada-colorada, sin químicas, al natural”.
«De mi padre preguntabas de Moya a Fontanales cómo se llamaba y nadie lo conocía. Pero preguntabas por Juan el del Caballo y todo el mundo lo conocía»MANUEL HERNÁNDEZ, leñador
El padre de Manuel, igual que él ahora, “se dedicaba a más cosas”, explica, “porque antes nos dedicábamos también a amarrar la caña para los tomateros, sacábamos las papas con bestias para las carreteras, nos dedicábamos a repartir raciones para los labradores, bien en bestias o después con… [vehículos]”. Su padre tenía bestias para realizar estos trabajos y por eso, “de mi padre preguntabas de Moya a Fontanales cómo se llamaba y nadie lo conocía. Pero, preguntabas por Juan el del Caballo y todo el mundo lo conocía. Él tuvo un caballo negro y otro blanco, y burro y otra clase de bestias”.
Para sacar la madera a la carretera, por ejemplo, las bestias eran lo que había en la época de su padre y, durante un tiempo que trabajó a su lado, también para Manuel El de los Palos (como lo conocen a él). “Con las bestias –confirma–. Tenía yo 18 años, lo recuerdo porque me estaba sacando el carnet, y la madera la sacábamos de donde estuvo usted esta mañana haciendo fotos –una pista de tierra en la finca Requemada –. Que mi padre me mandó y la sacábamos allá atrás”.


La bestia y compañía
Y la bestia transportaba así palos de hasta de seis metros de largo, “porque podía salir de la bestia para alante y de la bestia para atrás”, dice con toda lógica, aunque requería ir acompañado: “Sí. Íbamos por atrás. A la bestia se le amarraban las bridas en los palos y nosotros íbamos por atrás equilibrando y por si habían curvas, trompiezos*, se movía la carga y torcía de alantre* la carga. Y después venían los camiones a la carretera y se los llevaban”.
«Mi abuelo compró una finca y le era más rentable plantarla de eucalipto. Antes daba mucho dinero»MANUEL HERNÁNDEZ
¡Y no siempre era tan fácil! “El que no se podía con bestias se sacaba a hombros. En la vuelta misma de palos de mi abuelo no había ni caminos y se sacaba al barranco y después a hombros hasta la carretera”. Se remonta ahora al abuelo y la pregunta que sigue durante la entrevista es “¿Su abuelo también era leñador?”. Pero no, no lo era. “Mi abuelo lo que pasa es que compró una finca y en ver lo que daba la finca y lo que daba el eucalipto, le era más rentable plantarla de eucalipto. Antes daba mucho dinero. Se llegó a pagar, el más caro, a 20 duros. Y no tiene gastos ninguno. En la vuelta de mi abuelo, poquitos años antes de él morir, que yo llegué a comprársela, llegué a darle doscientas mil pesetas. Eso era un dineral”.
Lo que valía 20 duros (cien de las antiguas pesetas) es el palo, de pie, “después ya nosotros le sacábamos la vara, el horcón*…”. Se contaban los palos que había plantados y se fijaba el precio en el acuerdo entre leñador y propietario de la arboleda en cuestión. “Aquí, por ejemplo, este pie tiene seis palos, pues se contaban seis palos de venta. Se cogía con el hacha… voy a explicarle… –dice y camina con un hacha en la mano a hacer un corte en el tronco, sacando una lazquita de corteza– y se iba contando así”.
El precio de los palos
Contar palos era muy normal antes cuando “la gente antes no tenía mucho trabajo, pues decía ‘cuento y si son cien palos pues son, a 40 pesetas, 4.000 pesetas”. Pero también se vendía “al ojo”. Porque “a lo mejor llegaba uno de los compradores y decía ‘mire, tanto por la vuelta’ y si estaba conforme era tanto. Pero, prácticamente, se contaba así [marcando palos con el hacha], porque si eran 100 palos a 30 ó 40 pesetas pues eran unas miles de pesetas”.
«Los palos se marcaban para que no se robara, por ejemplo, el comprador al propietario. Ya hoy no, como tiene poca salida, lo que desean es que la corten»MANUEL HERNÁNDEZ
Los palos también “se marcaban para que no se robara, por ejemplo, el comprador al propietario. Ya hoy no, como tiene poca salida, lo que desean es que la corten. Esta hace ya siete años que la cortó mi hijo por última vez”, señala donde estamos haciendo las fotos, en la zona del Lomo Negro, en el municipio de Moya.